En un contexto de creciente metamorfosis del “Estado benefactor” hacia un Estado devenido “mercado” por el avance sistemático de un neoliberalismo avasallante, observamos múltiples efectos que han permeado tanto el nivel macro de la vida social, como a cada individuo en su subjetividad. Hoy, particularmente ese Estado es atacado y descalificado por quienes detentan el poder real. Los cuales, además, operan fundamentalmente a favor de grupos o sectores económicos dominantes.

Observamos cómo la violencia material y simbólica se ha enarbolado pródigamente, impregnando hasta los intersticios más imperceptibles de la población, a nivel casi planetario. Las actitudes y acciones de "sadismo y crueldad” son forjadas y gestionadas por los dirigentes que ostentan los cargos máximos de la “institucionalidad” con absoluta impunidad.

Reconocemos lo estéril o escasamente efectivas que resultan las respuestas procedentes del resto de la dirigencia política y social, atomizada además.

El incremento de las manifestaciones de violencia en sus diversas y desembozadas formas pareciera transformarse en el primer regulador de la vida comunal. Con tendencia a poner en el centro de la escena, como eje rector de nuestros exiguos y superficiales intercambios, al maltrato, devenido en odio en variadas oportunidades.

Desde los estamentos oficialistas se vienen estableciendo un discurso y acciones propicios a la “construcción” de un enemigo permanente que lesionan inexcusablemente al sistema democrático.

A este acotado bosquejo de cuadro situacional parece responderle sin más un creciente individualismo tóxico a ultranza, apatía y/o desdén en alza en amplios sectores de la sociedad, donde predomina la indiferencia o disforia social. Sin, en mayor medida, cuestionar o problematizar casi nada de lo nefasto que nos está sucediendo.

El contrato social se ha resquebrajado sensiblemente, lo que constituyó este escenario en un factor de riesgo para la cohesión social/lazo social.

Lazo social que, al referenciarnos en Emiliano Galende, nos señala como medular para entender e interpretar la interacción humana y la formación de la subjetividad. Vínculo que, además, nos permite constituir el sentido de pertenencia e identidad heterogéneo y enriquecedor que nos debe conformar.

Ese entramado social hoy pareciera estar en franco proceso de descomposición. Un fenómeno que se ha visto acentuado a partir de la pandemia de covid 19, si bien su principal motor es incitado por las oleadas de gobiernos neofascistas remozados en los últimos años. Así, el neoliberalismo resurge con toda su energía como creador de sentido. Ya no sólo como prospecto económico, sino fundamentalmente como “matriz cultural”, lo que configura el terreno y constituye las bases de una nueva subjetividad.

La lógica política del neoliberalismo, de trascendencia planetaria, va modelando los valores que predominan en el intercambio social: meritocracia, individualismo, competitividad, egoísmo, falta de alteridad, la autoexplotación falaz. Y logra erigir a éstos como sus “puntos cardinales”.

La crisis sistémica que hoy nos involucra --política, social, ambiental, psíquica-- no sería un “efecto colateral”, sino un resultado que se desprende de esa lógica. La financiarización, la precarización estructural y la captura de la vida entera por la razón del rendimiento y la competencia han perturbado sutil y efectivamente los vínculos sociales y dejan al sujeto librado a su "autogestión".

El neoliberalismo imprime a la dimensión cultural de una excesiva y tramposa “autosuficiencia” y promueve un mayor aislamiento y potencial desubjetivación/alienación de los receptores, sujetos a los que constituye de manera casi excluyente en “consumidores” por excelencia.

La sólida alianza establecida entre la tecnología y la lógica financiera producen adicionalmente una especie de anestesia afectiva y estrechamiento intelectual.

En este contexto, el capitalismo neoliberal en la era digital configura, además de una reproducción de las condiciones sociales basadas en el lucro, una subjetividad proclive a situaciones/estados de estrés patológico y sus consecuencias en la salud integral. Esto a su vez alimenta la pulsión de muerte, en un fenómeno que afecta a grupos etarios cada vez más precoces.

Parafraseando a Byun Chul Han, el algoritmo, la autoimagen y la validación social funcionan como dispositivos de repetición y consumo del mismo.

En su libro Psicopolítica nos deja entrever que la dinámica neoliberal gobierna mucho más allá del plano económico. A través del big data, las redes sociales y los mecanismos de autoseguimiento, el poder se vuelve más eficaz porque es invisible y consentido.

La crisis del sistema, que venía tutelando los acuerdos básicos de convivencia a nivel social, va modificando las “reglas del intercambio”, comenzando en lo macro /interpersonales hasta alojarse inclusive en las dinámicas intrasubjetivas. Tanto el contexto, esencialmente el político-económico como los individuos, van mudando en sus acciones y creencias, como en sus valores y comportamientos. La profunda impotencia --por decir lo menos-- de los estamentos dirigenciales, a su vez atomizados, no parece encontrar la “fórmula” para generar alternativas efectivas o creíbles.

En un contexto de crueldad, despojamiento de derechos e incertidumbre global, no menos importante es la entrada en acción de una sensación de “vacío existencial”, de manera predominante en los grupos etarios más vulnerables/vulnerados y jóvenes de la comunidad, lectura que se refleja en la mayoría de los índices epidemiológicos. Esta conjunción de factores subjetivos, sumados a los componentes objetivos descriptos, condensa un “clima de era en reforma” que operaría como sustrato de una transcendental crisis de subjetividad, inscripta en una trayectoria vertiginosa de inexorable inestabilidad y tensión casi constante, en paralelo a la crisis de carácter global que nos atraviesa.

De igual forma, en esta fase del proceso también se ha echado mano al uso de la infodemia (OMS), montada en una maquinaria cuasiperversa de “noticias” abrumadoras e inconexas, en fracciones de tiempo muy corto o desplegado a una velocidad descomunal, cuya principal usina de propagación se encuentra en poder de grupos corporativos dominantes. Quienes, sin ambages, persiguen el objetivo de erosionar o limitar cualquier mecanismo racional que implique construir redes de sentido u otorguen alguna aproximación comprensible de la realidad cotidiana. Todo lo contrario, promueven la saturación informativa y/o emocional, entorpeciendo así la reflexión crítica, articulada o procesual de los fenómenos o situaciones por las cuales nos vemos demandados diariamente. Como resultante, el emergente es un sujeto inerte o indiferente, incapaz de reaccionar ante el arrasamiento. Sujeto que, en muchas oportunidades, lejos de poner en movimiento salidas colectivas para problemas más complejos, agudiza su individualismo o es cooptado por propuestas de líderes autoritarios o mesiánicos. El fenómeno se ha extendido en este momento histórico a una buena parte del orbe.

Expresado lo anterior, podemos concluir --si bien provisoriamente--, que las transformaciones mencionadas se vinculan de manera interdependiente y establecen un cambio de época de carácter devastador para las mayorías sociales. La convergencia de factores en múltiples niveles se ha convertido en la base de sustentación del modelo neoliberal/neofacista a gran escala.

Reconfigurar un camino posible de transitar para sortear los efectos de esta “oleada ominosa” requerirá de ingentes y creativos esfuerzos por acertar el diagnóstico integral del fenómeno y acordar los resortes a gestionar de manera “comunal y procesual”, a fin de romper con el “virtuosismo neoliberal” y sus derivas.

Quizás es un momento crucial y de inflexión para plantearnos hacer una lectura perspicaz y participativa, en clave más compleja. Y convocar a la miríada de factores y actores que intervienen indefectiblemente sobre nuestra rutina diaria. También, estimular resonancias en diversos sectores y ámbitos de la comunidad, con el propósito de ampliar y potenciar nuestra mirada analítica y operativa, procurando espacios “saludables”, y convocar al pensamiento complejo, intercultural y crítico en nuestras elaboraciones descriptivas, interpretativas y operacionales. A partir de los cuales contrarrestar esta espiral destructiva/autodestructiva que va amenazando nuestra subjetividad y su entorno, a expensas del “traumatismo generalizado” en el cual estamos inscriptos.

Mirta Vittar es médica psiquiatra. Psicoterapeuta. Docente universitaria.