El aprendizaje humano es un proceso amplio y profundo que implica razonar, integrar conocimientos y alcanzar comprensión. Esta comprensión permite aplicar lo aprendido en contextos diversos. En cambio, el entrenamiento es más estructurado y dirigido: busca incorporar habilidades específicas mediante repeticiones, con un objetivo definido. Es práctico y no siempre requiere comprender lo que se ejecuta.
En el caso del entrenamiento de un modelo de Inteligencia Artificial (IA), el procedimiento consiste en exponerlo a grandes volúmenes de datos, permitiendo que ajuste sus parámetros internos para “aprender” patrones de respuesta.
Cuando la IA “piensa”, en realidad procesa información siguiendo esquemas preestablecidos o adquiridos, pero sin comprensión genuina ni emociones reales. Estas solo pueden ser simuladas. Al entrenarse con millones de textos humanos, los modelos de IA reproducen -de modo probabilístico- rasgos del pensamiento humano, generando respuestas basadas en patrones lingüísticos internalizados.
También los seres humanos entrenamos conductas. Desde que nacemos, y a lo largo de la vida, nos adaptamos -en gran parte espontáneamente- a través de rutinas, hábitos y experiencias. Este “entrenamiento humano” se nutre de la vivencia empática. Nos identificamos a diferentes entornos: la escuela, los vínculos sociales, el trabajo y buena parte del repertorio cultural.
La inteligencia humana se desarrolla mediante el aprendizaje, la experiencia, el estudio y, por supuesto, también el entrenamiento. Incluso compartimos con la IA cierta capacidad para detectar patrones.
La diferencia es que, mientras la IA se alimenta de datos e instrucciones para imitar el pensamiento humano -con sus aspectos racionales, emocionales y culturales-, nosotros integramos esos patrones a través de vivencias cargadas de significado. Vivencias tempranas actúan como patrones conductuales persistentes que pueden moldear normas culturales, roles de género o actitudes frente a la autoridad, entre otros.
*Psicólogo en Marcos Juárez.