En la oficina de turismo de Saldungaray hay, expuesto sobre el mostrador, un librito negro en cuya tapa se observan pájaros de todos los tamaños y colores. El objeto llama la atención de los visitantes. “¿Es sobre las aves de la Comarca?” Pregunta alguien. “Es un libro ilustrado sobre todos los animales autóctonos de la zona”, precisa la chica detrás del mostrador mientras acerca el objeto al público curioso. “El artista es uno de nuestros artesanos”, explica, poniéndo énfasis en el posesivo que da cuenta de la pertenencia de Enzo Frattini, ilustrador y coautor de “Naturaleza, arte y relato de la Comarca turística de Sierra de la Ventana”, al círculo de artistas locales.
Saldungaray es el vecino pequeño de Sierra de la Ventana. Se encuentra a 9 km de distancia y, según el censo del 2010, cuenta con 1351 habitantes, aunque sus residentes afirman que desde la pandemia el pueblo “creció como loco”. “Saldunga”, como le dicen en la Comarca, conjuga muy bien historia, cultura y naturaleza: está ubicado en un amplio valle y es atravesado por el río Sauce Grande, que regala al lugar montones de playitas y espacios al borde del agua. Además, el pueblo cuenta con el Fortín Pavón (1862-1879), construido durante la presidencia de Mitre y, curiosamente, es el lugar del país que más obras alberga (cinco en total) del arquitecto Francisco Salamone.
“El taller de Frattini está a unas cuadras de acá, si quieren pueden ir y llamar que seguro los atiende”, explica la mujer de la oficina de turismo, y el grupo arremete en busca del taller del ilustrador, que sale a recibir al público cuando un transeúnte aplaude en la puerta de su estudio; un espacio lleno de luz solar en donde el artista exhibe y guarda obras en todos los recovecos posibles. Invita a pasar, muestra el espacio, los cuadros en donde se ven pajaritos, zorros, pumas, lechucitas vizcacheras, guanacos y algo que, para el ojo no entrenado, parece una yarará. “Es una culebra pampeana. Habita únicamente en el cerro ventana”, aclara Frattini y saca una lupa para detenerse en el detalle de las pieles y los pelajes: “lo particular de lo que hago yo es que trabajo el pelo, la pluma o la escama de forma individual. Dibujo cada pelito, cada hebra, cada fibra, y eso da una sensación de realismo muy grande”, dice.
Frattini trabajó para ganarse ser llamado uno de “los nuestros” en Saldungaray. El artista originalmente es oriundo de Maciel, Santa Fe, pueblo emplazado en la confluencia de dos ríos: el Carcarañá y el Coronda, que desemboca en el Paraná. “Cuento esto porque desde chico estuve recorriendo las islas de esa zona, las selvas, investigando la vida animal”, dice el artista. En la infancia empezó a dibujar y encontró ahí una pasión que lo llevó a estudiar y eventualmente a mudarse a Santa Fe, donde consiguió su primer contrato como ilustrador en una revista importante. Más tarde se mudó a Buenos Aires, donde trabajó también como ilustrador y diseñador gráfico para diversos medios. “Hice ese trabajo durante cincuenta años, pero nunca dejé de pintar, que es lo que más me gusta”, explica.
Enzo tiene alma de aventurero, de eso no hay dudas. En Buenos Aires se hizo amigo del león del zoológico: “Casi me meten preso porque lo acariciaba”, cuenta. Las anécdotas con animales son miles: “Una vuelta me mordió una yarará. Estaba sacando una foto, no la vi y me picó. Por suerte zafé, pero son cosas que te pueden pasar cuando estás en medio de la aventura, recorriendo selvas, buscando imágenes”, explica y dice que se considera una especie de “conservacionista con pinceles”. ¿Cómo sería esto? “No salgo con un garrote a protestar, mi manera es pintar”, dice entre risas.
Frattini pinta sobre papel o tela. Muchos turistas extranjeros suelen llevarse sus cuadros bajo el brazo, y varios estancieros lo contrataron para que retratara a sus animales, premiados en las típicas exposiciones rurales. Esto se debe a que Enzo es un hombre armado de técnica y paciencia. El pintor explica que fue crucial para su búsqueda creativa conocer a Axel Amuchástegui, “el mejor pintor animalista del mundo”, a quien descubrió antes de su primera muestra, que realizó en la Manzana de las Luces. “Lo invité, pero él estaba de viaje, y más tarde me llamó. Me citó en su casa, llevé algunos cuadros y para mí fue como un Pigmalión. Me dio consejos, me orientó, me dijo: ‘Redondeá la técnica, que sea personal, que sea tuya’. Fue un antes y un después”, explica el pintor.
Al preguntarle cómo y cuándo se mudó para la Comarca, Frattini explica que la primera vez que vinieron de vacaciones con su mujer, Graciela (coautora del libro), se enamoraron del lugar. “Cuando estábamos por volver a Buenos Aires, nos hablaron de la laguna Las Encadenadas de Tornquist. Fuimos a conocerla y nos impactó. La gente del club de pesca nos dijo: ‘¿Por qué no se quedan unos días más?’. Nos terminamos quedando una semana más, alquilamos una cabañita, y en esa misma semana compramos un terreno frente a la laguna. Al año ya teníamos una casa-laboratorio donde escribíamos, pintábamos, diseñábamos. Estuvimos ahí once años, hasta que decidimos mudarnos definitivamente a Saldungaray, hace quince”, recuerda.
El libro que escribieron juntos (que va por su segunda edición) surgió como una forma de “agradecer tanta belleza”. Empezaron armando una cartografía de la zona con algunas especies ilustradas alrededor del mapa. No había algo como eso. “Fue gracioso porque la primera vez que hicimos ese trabajo me olvidé de incluir a Saldungaray, desde el municipio me querían matar”, recuerda y se ríe. Después se plantearon ir más allá. “Graciela comenzó a redactar, yo a dibujar, todo a pulmón. La primera edición fue un librito de formato chico que se agotó enseguida. Entonces hicimos una segunda edición, ampliada, con nuevas ilustraciones. Fue declarado de interés cultural, y nos trajo muchas satisfacciones: entrevistas, invitaciones a jardines, escuelas, universidades. Realmente nos sorprendió”, dice.
Frattini no se considera, como lo han nombrado alguna vez, un “hiperrealista”. “Prefiero decir que hago pintura detallista, porque no copio fotos. Me baso en fotografías, porque uno no puede inventar de la nada cómo son las plumas de un ave. Pero después hago bocetos y creo mi propia imagen”, dice y cuenta que empezó con esta forma de pintar porque quería revivir a los animales cazados. “En la zona donde crecí se cazaba mucho. Entonces yo pintaba a los animales, como queriendo devolverles algo. Hoy pinto porque me gusta, porque disfruto. No busco aplausos. Pintar me ayuda a pensar, a crear”, explica.
Últimamente está buscando cruzar los animales con el paisaje cotidiano del pueblo. “Pinté el puente con golondrinas tijeritas haciendo sus nidos. Hice el cementerio y ubiqué cerca los lagartos overos que tuvieron cría, se ven los pichones tomando sol. También, acá, unas gallaretas nadando en el río, justo en el puente roto”, explica y señala entre sus pinturas. A Enzo le interesa esa mezcla: la naturaleza y el día a día, volver a pasar por el pincel los lugares que se transitan y se viven sin tanta atención. “Siempre estoy trabajando en varias cosas a la vez. Salto de una obra a otra, depende de la idea que se me cruce. Eso es pintar para mí, una pasión”, concluye.