“A los 19 entré a Confirmado, ese fue mi primer laburo en relación de dependencia”, dice Carlos Ulanovsky en el living de su departamento en Coronel Díaz y Paraguay, y la coordenada conecta con 1965, cuando Jacobo Timerman fundó este semanario y gobernaba Arturo Illia. Pasaron sesenta años y veinte presidentes, nos fumamos hoy día las iras del ganso catatónico, y por acá sigue Ulanovsky haciéndole honor a un oficio que ama, conduciendo en tándem con Hugo Paredero, en Radio Provincia, Dos dinosaurios vivos. Por estos días ha publicado El periodismo es lindo porque se conoce gente (y otras picardías), una suerte de caleidoscopio de redacciones y sus criaturas, decenas de personajes y anécdotas y jodas y rebusques, colegas de todos los tiempos y un santuario en el que retrata a Roberto Arlt, Rogelio García Lupo, Silvia Rudni, Homero Alsina Thevenet, Roberto Santoro. “Creo que fue en Confirmado que escuché un chiste que contaba Timerman, y quizás ya desde ahí esté el origen de este libro”, cuenta Ulanovsky. “Que era Navidad y que el jefe de redacción le pide a un redactor que escriba 50 líneas sobre Jesús. Y que el tipo le responde: ‘Cómo no, jefe: ¿a favor o en contra?’”

“Hace unos veinte años agarré una caja azul, le puse una etiqueta, y fui metiendo papelitos y papelitos, recortes relacionados con el oficio y la picaresca”, rebobina. “Un buen día se llenó, miré y dije ‘acá hay un libro’. Complementariamente rastreé más materiales; por ejemplo, mientras estuve en TEA”, dice, en referencia a la escuela de periodismo que cofundó en 1987, “se hacía un boletín llamado Periodismo x periodistas, y ahí encontré montones de historias, metidas de pata, papeles flojos. Muchísimos colegas, por otra parte, me contaron episodios personales, recuerdos, situaciones insólitas. También pedí los testimonios que están en la sección ‘Vuelos de bautismo’”. Allí, por caso, Eduardo Blaustein cuenta de la falta de máquinas de escribir y de sillas en los primeros tiempos de Página/12, Diego Rosemberg de cómo dio por muerto a Ronald Reegan con doce años de anticipación, y Camilo Sánchez de sus comienzos en la revista Billken, con Alejandro Dolina, Juan Sasturain y Laura Devetach circulando por esa redacción a comienzos de los ’80.

Osvaldo Soriano, según Rep

GANAS DE CONOCER

El volumen hace pensar en la miscelánea, un caudal de textos de entre media y tres páginas, organizado por secciones. Entre los “Decálogos” de apuntes, recomendaciones y procedimientos están los de Leila Guerriero, Hernán Casciari y Reynaldo Sietecase. Hay otra sección dedicada a dúos: Mario Wainfeld y Osvaldo Soriano reunidos por las fabulosas columnas que escribían con unos personajes-interlocutores europeos entre maravillados y atónitos ante el devenir político, el politólogo sueco que intenta una tesis sobre Argentina y el editor francés del Créase o no que encuentra aquí una cantera y pichulea cuánto pagar las notas. Anota en el prólogo Sergio Olguín: “Yo creo que la picaresca está en el gen del oficio de periodista. Está en su ADN. Sin la picaresca, el periodista es un empleado administrativo que escribe lindo (en el mejor de los casos). Un periodista es capaz de escribir sobre cualquier tema que le digan gracias a ese gen”.

“El título, que se me había ocurrido hace rato, me parece fuerte”, dice Ulanovsky. “Es un dicho irónico de nuestro ambiente, algo escéptico, pero es cierto. Hice la secundaria en el Mariano Moreno, éramos compañeros con Rodolfo Terragno, y en tercer año se le ocurrió hacer una revista de interés general. Y ahí ya experimenté dos cosas que están en el libro. Por un lado hacía una sección que se llamaba ‘Hola, América’, y entonces glosaba algo sobre Colombia o México, sitios en los que nunca había estado, me iba a las embajadas, pedía folletos, y con eso armaba algo. Y luego, como profesional, muchas veces me pasó eso de tener que escribir sobre algo que no sabía nada. Una tarde estaba en Clarín y llegó un cable de veinte líneas en el que se anunciaba la muerte del psicoanalista Félix Guattari: nunca había escuchado del tipo. Fui al archivo, que era de papel; llamé a una prima psicóloga que vivía en San Pablo, ella me pasó unos teléfonos. Y me causa gracia, porque el lector del diario al día siguiente a lo mejor dijo ‘che, cómo sabe este tipo de Guattari’, y la verdad es que no sabía nada”.

La segunda cosa vital que experimentó por allá, a fines de los ’50, es algo que nombra sin sonrojarse: el cholulismo. “Aceptemos, de una buena vez, que en cada uno de nosotros anida un cholulo”, escribe. “Es que con la excusa de las entrevistas uno habla con gente que tiene ganas de conocer”, dice. “En aquel momento conocí a Dante Panzeri, a Dalmiro Sáenz, a Torre Nilsson. A Conrado Nalé Roxlo, a quien acabábamos de estudiar en literatura, habíamos aprendido a recitar ‘El grillo’, su poema. Terragno lo conoció a Borges en aquel momento, y yo me di el gusto muchos años después, en 1985, cuando hacía unas entrevistas dominicales en Clarín, una semana yo y la otra Jorge Halperín: ‘Che, no lo conozco a Borges, quiero conocerlo’. Lo llamé por teléfono y tuve ese fabuloso encuentro, que no me olvido en mi vida”.

Portada del libro editado por Marea

CADA NOTA UNA OFRENDA

De Confirmado pasó a Panorama en 1969 y de ahí, dos años después, a la mítica redacción de La Opinión, “la máxima obra periodística de Timerman”, escribe. “Estábamos separados en dos pisos, las secciones duras en el tercero y nosotros, los de cultura, espectáculos, información general, en el noveno”, cuenta Ulanovsky. “Teníamos que entregar el viernes lo que saliera el domingo, y los lunes el diario no salía. Pero los sábados íbamos igual, y se armaban unas tertulias extraordinarias: ahí, por ejemplo, el gordo Soriano leyó los primeros capítulos de Triste, solitario y final, Juan Gelman escribía unos poemas chuscos, Menchi Sábat nos regalaba caricaturas, que todavía tengo. Y había unos nenes ahí, fenomenales: Jorge Andrés en música popular, Pompeyo Camps en música clásica, Agustín Mahieu, una eminencia en la crítica cinematográfica. Felisa Pinto, José Luis Castiñeira de Dios, Tununa Mercado. Creo que el libro es un homenaje a un oficio que me ha permitido ganarme el sustento durante 62 años. No tengo título universitario, cosa que lamento, pero el periodismo me hizo crecer y entender los caminos, me puso en contacto con libros. En un momento Timerman me dice: ‘Quiero que te sientes a mirar tele y a escuchar radio como si fuera cine o teatro’. ‘Mire, Jacobo, me acabo de separar, no tengo televisión...’ Al día siguiente me mandó un televisor enorme, de esos cajones... Era un tipo increíble, pero también arbitrario como pocos. Bueno, la cosa es que en un momento me sentí poco formado, así que iba al bar La Paz, a ver si enganchaba algo, y había un montón de tipos interesantísimos que me recomendaban libros para leer. El periodismo parte todo el tiempo de lo no construido, de la crisis, y hay que elaborar. Y fue bueno para mí. En todo caso, cada nota o entrevista que hice fue como una materia que le ofrendaba a mis viejos, que querían que yo tuviera un título universitario”.

–¿Tus viejos estaban copados con que fueras periodista?

–No, para nada. Eran adorables, pero estaban en otro mundo. Mi viejo era vendedor de muebles. Solo me hacían algún comentario cuando escuchaban que Neustadt o Magdalena Ruiz Guiñazú me nombraban. Algo que me parece muy tierno. Y cuando estuve viviendo en México mi viejo me mandaba casi todas las semanas un rollo de revistas, incluida la revista Racing, fundamental.

Ulanovsky niño elije su destino, según Rep

HASTA DÓNDE SE PUEDE LLEGAR

A México tuvo que irse exiliado a mediados de los ’70, amenazado primero por la Triple A y luego por la dictadura. “Hincha de Racing, periodista y escritor, en ese orden”, escribe Ulanovsky, que en algún momento tuvo unas tarjetas personales con esa inscripción, y está a punto de hacerse otras. En la solapa del libro posa sonriente con su camiseta en la foto que le sacó su hija Inés. Por estos días está desafectado para ir a la cancha, porque en marzo tuvo un episodio cardíaco y los 79 escalones que tiene subir para llegar a uno de sus lugares en el mundo se le hacen muy cuesta arriba, de momento. “Mi viejo quería que yo fuera médico, hice el ingreso tres veces y no hubo caso. Incluso pensé en comprar el ingreso: ‘¿Cuánto vale esto?’ Un día fui y le dije: ‘Papá, no vas a tener un hijo médico. Me anoté en Sociología’. ‘¡¿En qué?!’ No duré mucho ahí, porque enseguida empecé a trabajar, pero recuerdo dos libros de Erich Fromm, obligatorios, que eran El arte de amar y El miedo a la libertad. ‘Mirá, hasta dónde se puede llegar con la inteligencia’, me dije. Fue un pequeño error no haber seguido, me arrepiento”.

“Escuchame: se cortó el Himno Nacional, mirá si no se va a poder cortar tu nota”, le respondió el editor Juan De Biase a un redactor que resistía una poda de diez líneas un artículo a punto de ser publicado. La escritora Tamara Kamenszain contaba que tras una larga entrevista con Juan L. Ortiz, el poeta, ya agotado, le avisó que tenía que irse: “De modo que ahora, para completar, usted invente lo que necesite. Pero eso sí: sin tergiversar”. Maniobras con los viáticos, accidentes con necrológicas adelantadas, títulos desopilantes o exquisitos, lugares comunes, yeites del periodismo deportivo o policial. El periodismo es lindo porque se conoce gente tiene ilustraciones de colección de Miguel Rep y fue presentado hace unos días a sala llena en el Museo de la Lengua. Es su libro número 27 y ya tiene otro en gateras, una compilación de notas y entrevistas que fue haciendo a lo largo del tiempo con músicos, compositores, cantantes, Spinetta y Charly García entre tantos otros, que saldrá a fin de este año o el que viene por Gourmet Musical. “Con esta cuantiosa edad que tengo, y tantos años de laburo, cada vez que una nota sale me pongo feliz”, va concluyendo. “En los últimos años mis redacciones fueron las radios, y me sigue alegrando cuando siento que hicimos un buen programa. Por otra parte últimamente pienso, con bastante frecuencia, hasta cuándo tiene que trabajar uno. Hasta cuándo. Una cosa bastante simbólica fue que antes del infarto me puse a ordenar mi archivo de papel y tuve un descubrimiento casi epifánico: ‘Che, ya escribí todo, yo. No tengo más que escribir’. Pero sigo. El músculo de la escritura está desarrollado”.