Ela Minus surge en movimiento. La habitan dos ciudades, dos idiomas –español e inglés– su obra se debe a la migración. “Tenemos que exponernos al anonimato”, dice. “A enfrentar el mundo solos porque ahí es donde realmente uno se construye, sale quien eres”. Desde los 19 vive en Estados Unidos por una beca en Berklee College of Music. Gabriela Jimeno es Ela Minus y empezó a tocar batería a los 9 años en Bogotá, donde nació. Hoy, a sus 35, es reconocida en el mundo de la electrónica por experimentar y diseñar sintetizadores hasta lograr un sonido íntimo, profundo. Jack White o Shigueto, entre otros, se los han encargado personalizados.
Inició su carrera musical a los 12 cuando formó con cuatro amigos Ratón Pérez, una banda de hardcore reconocida en el universo rockero colombiano a inicios de los 2000, donde ella tocaba la batería. “Es el instrumento que más puede proteger a alguien. Se está detrás de ella y el ruido tapa cualquier realidad del afuera”. En esa época Colombia era un país en medio del conflicto armado entre las guerrillas, los paras, el Ejército Nacional y los narcos post Pablo Escobar. Salir a la ruta era arriesgarse a un secuestro y cualquier ruido estrepitoso podía significar bala y bomba. Esos cinco peladitos (niños, en colombiano) se iban de gira por el país y no llegaban a la mayoría de edad. Ela dice que esa impunidad con el miedo podría ser por que se portaban bien. Dentro del hardcore punk eran straight edge: no drogas, no alcohol, no tabaco. Ratón Pérez duró seis años, publicó un disco, también giraron fuera de Colombia y llegaron a presentarse en el Rock Al Parque de 2007, uno de los festivales gratuitos y al aire libre más importantes en América Latina. Se terminó porque querían ir a estudiar a Berklee y solo pasaron dos. Una fue Ela, que allá siguió estudiando batería y se especializó en jazz y diseño de sintetizadores.
De cero en otra ciudad, podía hacer lo que su fantasía le permitiera. Así, sin pedir permiso, creó otra banda, junto con un colombiano y un puertorriqueño: Balancer. Tenían un sonido migrante con mezcla de electrónica, psicodelia, pop e indie. No duró tanto. Ela tenía ganas de algo más y formó su proyecto solista gracias a su incapacidad de quedarse quieta. Ella es movimiento y experimentación. Desde los 12 está creando ese lugar que es la música, su música. Ahí mete todo. Sus raíces, su familia, las ciudades que va habitando: Bogotá, Bostón, Nueva York. No todo es electrónica y punk. Le gusta el Vallenato: cuando escucha “Los caminos de la vida”, de Los Diablitos, recuerda a su país. No sabía que Vicentico también lo había grabado: “Pues me da pena con los Fabulosos, pero yo no voy a escuchar su versión. No lo voy a hacer”.
Su primer álbum fue Acts of Rebellion (2020). Quería hacer un disco, fue a su casa, se encerró y lo armó. Ondas mezcladas, suaves, filosas, chirriantes. Que crecen, son fuertes, percuten. Tienen la fuerza justa. Canciones para estar sola y verse en las imágenes que producen esos sonidos combinados. Montañas, la neblina de las cinco de la mañana en un clima frío y seco. Árboles que no pertenecen a un ecosistema tropical. Desiertos, agua. Una pareja con la que se hace simbiosis. Ahí hay algo de tranquilidad en medio del caos. Con ese álbum dice que tenía para rato. Los de Domino, el sello británico con el que está desde 2019, le dijeron que no había apuro por hacer otro. Pero sintió que tenía algo para decir. En enero de este año estrenó Día. Un álbum lleno de preguntas y que tiene como alma la confusión. “Creo que es como nos estamos sintiendo la mayoría de personas vivas en este momento. ¿Qué está pasando? Estamos en una parálisis entre querer actuar pero no saber por dónde empezar”.
Todo en Ela es sutil. Hay un universo dividido y no se nota. En la música habita varios idiomas. Es leve el paso de una frase en inglés a otra en español: No puedo dormir hasta que salga el sol/ The world is made for those who sleep at night. Igual dice que con el español se le complica. No es que lo haya olvidado. En su voz aún conserva el tono de la clase alta bogotana. Le gusta el inglés. Para ella es un lenguaje fácil de moldear. Puede decir mucho con poco, es más musical, más rítmico. “Bright music for dark times”: música brillante para tiempos oscuros. Cuando quiere componer en inglés y se sienta, labura y le sale. Con el español le pasan otras cosas. No puede componer líricamente de manera racional, lo que le sale es emotivo. En la lengua materna se siente vulnerable. Dice que para cantar “Combat”, la canción que cierra Día, debe hacer un preámbulo, porque le es muy difícil cantarla sin que se le “aguen los ojos”. Creyeron que no nos íbamos/ a acordar de volar... jajaja/ creyeron que no nos íbamos/ a atrever a saltar.
Ela genera música de manera análoga, lo más DIY posible. Crea sus sintetizadores, los conecta entre sí a una máquina superior que marca el ritmo. Ahí domina. Domina todo. Es una cyborg en acción que en realidad quiere gobernar el tiempo. Su hermano la llamó al salir de terapia para contarle sobre el concepto “ceguera del tiempo”: así se llama lo que les pasa a las personas que no pueden dimensionar el tiempo. “Usted obviamente tiene eso”, le dijo su hermano. Hace unos años Ela se subió a un escenario, tocó quince minutos y se bajó. Los productores le reclamaron: “Tocaste quince minutos y era una hora y media”. Sintió que había estado allí por más de una hora. Por eso la gira de Día la diseñó con timers, minutos, números que corren y para concentrarse, pensó en dos lados: dando la espalda al público cuando maneja las máquinas y de frente cuando canta. Un costado para lo sintético, otro para lo humano.
Ela Minus dice que gracias a la migración eso es lo que es hoy. Se enfrentó al mundo. Capaz borró algunas fronteras, se construyó un espacio a habitar: “La obra se vuelve el hogar, estás en el lugar al que perteneces, eso es estar en un hogar”. Ahí es donde domina el tiempo, ahí está su hogar.
Ela Minus se presenta el miércoles 6 en Deseo, Av. Chorroarín 1040. A las 20.