Barrio Sur

Las cúpulas, el candombe, la rambla, el río. A dos hora y media en ferry de Buenos Aires, Montevideo se muestra orgullosa, obstinada y en constante tensión entre el cambio y la permanencia. En los últimos años, una andanada de jóvenes emprendedores está revolucionando el modo de comer y beber de esta Montevideo, con propuestas que escapan al lugar común de la pizza cuadrada y la parrilla. Y esta juventud llega incluso a la tradición: así se entiende la energía que exhala Montevideo al Sur, bar de esquina nacido en la década de 1930. Su historia, contada por vecinos –y también por Juan Antonio Varese en su libro Cafés y cafeterías, dice que supo ser un bar de mala fama hasta que, en los años ‘60, fue comprado por Jesús, inmigrante español. Su mujer, Doña Lola, tomó las riendas de la cocina, dándole una impronta y una fama que continúa al día de hoy.

Con nuevos propietarios desde 2019, Montevideo al Sur (en el barrio Sur) es un gran ejemplo de cómo renovarse sin perder identidad. La estructura mantiene la carpintería, la hermosísima mayólica en las paredes, el mostrador de mármol italiano, los cerámicos del piso. Las incunables botellas de whiskies, fernets y aperitivos exhibidas son una muestra del tiempo ocurrido.

Abriendo desde la mañana y hasta la noche tardía, abundan acá los ciclos culturales: poesía, lecturas, música. Con precios amigables (haciendo el cambio de hoy, entradas entre $10000 y $15000; principales entre $15000 y $20000), salen picadas de quesos y charcutería, tortilla de papas con aioli y salchicha casera, empanadas de carne y platos con algún gesto más contemporáneo como el provolone derretido, ají picante y dulce o los zucchinis asados con tahini, menta, pangratto y queso de cabra. Hay milanesas, ojo de bife, pizza, fainá, sándwiches. Más que nada, hay vida: alegre, bulliciosa, repleta de presente.

Montevideo al Sur queda en Paraguay 1150. Horario de atención: lunes a sábados de 10.30 a 2 AM. Instagram: @mvdalsur.

La esquina más bella

Bar Paysandú nació en 1912. Una esquina, dos puertas, una para el almacén, la otra para el bar. A su fundador, Manolo, lo llamaban “el gallego”. Un siglo más tarde, los cambios económicos y sociales que vivió el centro de Montevideo, con la pandemia como golpe final, lo cerraron. Hasta que en 2022, con Joaquín Casavalle al frente, sus puertas volvieron a abrir. “En Buenos Aires están los bares notables. Acá queremos instalar algo parecido, una idea de bares patrimoniales, que defienda esta historia montevideana, la de sus bares y cafés. Un punto de encuentro tan necesario hoy como siempre”, cuenta Joaquín.

La esquina es bellísima: el cartel original con letras gigantes, las paredes de mármol, el piso gastado de tanto haber sido caminado, la luz de los ventanales. Este bar tiene ambición gastronómica, pero siempre atento a los vecinos, con precios aptos para bolsillos de barrio: una pizza a la leña arranca en unos 11000 pesos argentinos; $14000 sale una deliciosa pascualina de espinaca y, entre lo más caro, el ojo de bife con guarnición asciende a $25000. La cocina está comandada por Federica Riva, cocinera joven e inteligente, con experiencia a sus espaldas. Hay buena charcutería, ricos quesos con cascos de membrillo casero, una molleja con hummus de arveja ($15000), pizza de cuatro quesos y alcaparras, entre varios más.

Con una clientela que cambia a lo largo del día, la selección de vinos recorre lo que sucede hoy en la vinicultura uruguaya; y hay que prestarle mucha atención al gran trabajo del jefe de barra Charli Tambone, cordobés radicado en Uruguay, que saca excelentes cócteles propios (desde $10000).

Ver en una mesa a señoras de setenta años bebiendo Negronis, ver a un gaucho de sombrero en la barra, ver músicos jóvenes charlando en una mesa: todo eso, y más, sucede en Bar Paysandú.

Bar Paysandú queda en Rondeau 1549. Horario de atención: lunes a viernes de 8.30 a 2 AM; sábados de 10 a 2 AM. Instagram: @paysandu_bar.

Alegría frente a la rambla

En una mesa se lo ve a Yamandú Orsi almorzando sin guardaespaldas, con vista a ese Río de la Plata que quiere ser mar. Santa Catalina es uno de esos viejos bares de siempre, ubicado en el límite del barrio Sur con la Ciudad Vieja, la rambla a no más de cien metros de distancia. Un lugar tranquilo de día, bullicioso de noche, cuando convoca jóvenes de todos lados, cineastas y músicos, oficinistas y grupos de amigos, periodistas y funcionarios que rondan la cercana Plaza Independencia. Sencillo, el Santa Cata –como le dicen los más jóvenes– suma un salón interior, una vereda con vista abierta y una propuesta de cocina sólida, sabrosa, sin complicaciones. De mediodía salen platos que tienen historia en el lugar: el matambre a la leche es inamovible (unos 20000 pesos argentinos), lo mismo los ravioles con estofado o la perfecta e invernal cazuela de carne con porotos. Hay vitel toné, lengua a la vinagreta, buñuelos de buena fritura (unos $15000), un generoso chivito uruguayo, una milanesa clásica con guarnición. Casi todo sale del horno a leña, incluyendo la pizza (fugazetta a unos $10000). La cerveza viene en botella de litro (Zillertal a unos $12000) y varios piden el vermú local Rooster, con canillas propias.

Buena parte de la nueva fama ganada por el Santa Cata tuvo que ver con un evento organizado allí, la Rueda de Candombe (nacida como espejo a las ruedas de samba brasileñas), que empezó como algo tímido y pequeño, pero que terminó creciendo tanto que convocó a miles de personas al aire libre en la vecina plaza España (y que lo tuvo incluso a Jorge Drexler como músico autoinvitado). Ese candombe que nació ahí nomás, en las viejas casas de la Ciudad Vieja, que luego creció al sur, al centro, y que vibra en Santa Catalina, en sus mesas, en sus platos, en su gente.

Santa Catalina queda en Ciudadela 1200. Horario de atención: martes a sábados de 10.30 a 2 AM; domingos de 12 a 18. Instagram: @santacatalinabar.