Querido lector, si es habitué de esta columna, sabrá usted que estamos viviendo tiempos muy difíciles para el humorista. Ya sé, no me digás, tenés razón (cantaría Goyeneche): la vida es una herida absurda y es todo todo tan fugaz... O, siendo menos poético, que si la vida está muy difícil para casi todos y casi todas, ¿por qué seríamos los humoristas la excepción que destruya (lo de "confirme" es una falacia estadística) la regla?

Como siempre y como el cliente, tendría usted razón, lector, pero permítame esta fioritura en pos de una explicación más cotidiana: además de todo lo que ya sabemos sobre las dificultades de la vida actual, hay ciertos matices que nos complican especialmente a los humoristas:

· Uno: "lo absurdo se ha vuelto corriente", y, para que haya humor, tiene que haber "absurdo que sea absurdo".

· Dos: "el drama se ha vuelto tragedia", y si se podía hacer un chiste con "ese que no llegaba a fin de mes, pero sí llegaba al 29", es imposible hacerlo con "ese que se queda sin recursos el 4 de cada mes y no tiene cómo seguir adelante".

· Tres: "las ideas han sido reemplazadas por consignas y/o creencias" de todo tipo; y el humor, el bueno al menos, es "ese que te saca del lugar cómodo, que te interroga, que relativiza eso que creías absoluto". Pero si vos no pensás, sino que creés, si no dudás, mirás al humorista como un hereje (que lo es), pero, en lugar de la carcajada o el comentario, "merece" la excomunión, en el mejor de los casos.

· Cuatro: Aunque siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, el siglo XXI ha superado con creces al XX en "despliegue de maldá insolente". Muchos dicen que el humor es tragedia más tiempo. No estoy de acuerdo: creo que para que haya humor, la tragedia debe haber sido elaborada (o sea, no se trata de tiempo así nomás) y, para poder elaborarla, tienen que cesar la crueldad, la destrucción, la masacre, el/los genocidio/s. No podés elaborar el duelo mientras te están tirando bombas y te culpan por estar justo ahí donde caen.

Porque también se trata de algo de eso. Creo que la primera vez que vi una solicitada que decía "No en mi nombre" fue en los tiempos de Vietnam, cuando los bienpensantes norteamericanos le gritaban a don Nixon que parase la mano. "Not in our names", le decían. Como si a los que tiraban las bombas les interesase.

Igual los reprimían, pero era casi como un reflejo: "Lo que está quieto se pinta; lo que se mueve se saluda; lo que protesta se reprime" sería una de las piezas claves de la oratoria militar de ¿esos? tiempos.

Y luego apareció en Europa, recuerdo que en España (entre la gente de Podemos, si no me equivoco, y puede que sí), y en estos tiempos lo vi de vuelta, aquí, en nuestro país.

Aunque estoy de acuerdo con el concepto, me niego a firmarlo.

Por supuesto que las barbaridades que se cometen aquí, allá y acullá, si alguien dice que las hace "en mi nombre", está mintiendo descaradamente. Pero si alguien, por mi pertenencia real o no tanto, a cierto grupo, etnia, nacionalidad, religión, o lo que fuera, que coincide con los responsables de los hechos terribles, cree que por eso mismo yo debo aclarar que no estoy de acuerdo (o sea, da por sentado que sí estoy de acuerdo hasta que diga lo contrario, y aun en ese caso, lo duda), se trata de un prejuicio –cuando no de una fobia– de esa persona hacia el grupo al que pertenecen el, los o las responsables de la catástrofe.

Por dar unos ejemplos tontos: ningún italiano debería tener que explicar que "no es mafioso". Ningún musulmán debería tener que explicar que "no es terrorista". Ningún católico debería tener que explicar que no tiene nada que ver con Videla o Franco (muy católicos ellos) ni con la Inquisición. Y si alguien desciende de católicos y musulmanes, se las vería complicadas para explicar su inocencia de los dos lados de las Cruzadas.

Si alguien necesita esa explicación, se trata de alguien con prejuicios.

Hace pocas columnas conté el chiste que ahora vuelvo a contar:

"Un tipo le dice a otro: 'No soporto a los chinos por lo que hicieron en Pearl Harbour'", "Pero bolú, ¡esos fueron los japoneses!". "Chinos, japoneses, ¡es igual!". "Bueno, yo a los que no soporto es a los judíos, porque hundieron el Titanic". "¡Pero ese fue un iceberg!". "Iceberg, Goldberg, ¡es igual!".

Les poderoses hacen cosas de lo más terribles, y siempre las hacen "en nombre de otros" para que, llegado el momento de pagar las culpas, sean los otros quienes se deban hacer cargo. Pero muchas veces son exitosos en endilgarles el fardo a uno u otro grupo, sobre todo cuando hay demasiados excluidos, y entonces odiar (al grupo señalado) se vuelve la única manera de pertenecer (a una mayoría siempre imaginaria).

¡Por favor, vuelvan a ver Un día muy particular, de Ettore Scola, con Sofía Loren y Mastroianni, que lo explican mucho mejor que yo

(alerta milenials: es una película, italiana, de 1977).

Y un datito más como bonus track: últimamente se ha reflotado el famoso "Plan Andinia", ese planfletito nazi según el cual los judíos (ahora, los israelíes –lo que para muchos es como "iceberg, Goldberg"–) querían/mos apropiarse/nos de la Patagonia. ¡Malas noticias, muchachos! ¡Están un poquito atrasados! Es cierto que, como dice una querida amiga, ese plan existió, pero se llamó "Campaña al Desierto", se llevó a cabo hace 145 años y lo comandó Julio A. Roca (aunque mucho me temo que salte alguno y diga que Julio Roca se llamaba en verdad Jacobo Stein, y que haya unos 500 que le crean y lo difundan).

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Comunico, luego existo”, de Rudy-Sanz.