El músico que escribió que “errar a veces suele ser humano” en la canción “Al lado del camino” llega a la presentación de su primer libro de poemas, El hombre del torso desnudo (Emecé), una hora y media más tarde. A Fito Páez, que dirá en unos minutos que las rimas le molestan “muchísimo”, no se le mueve un rulo por la impuntualidad. En la librería Naesqui, en Villa Ortúzar, lo esperan amigas y amigos, periodistas y escritores como Alejandro Dolina, Martín Kohan, Reynaldo Sietecase, Cristian Alarcón y María O’ Donnell; la psicoanalista Alexandra Kohan, la fotógrafa Nora Lezano; las actrices Romina Ricci (expareja del músico y escritor), Leonora Balcarce y Jazmín Stuart.
El escritor y editor Martín Rodríguez, autor del posfacio del libro de poemas de Páez, revela que conoció la “cocina” de El hombre del torso desnudo. Un día el autor de las novelas La puta diabla y Los días de Kirchner le comentó: “Tengo todo esto”. Pero el escritor y músico le fue mandando poema por poema. “Ni en un taller clandestino de Taiwán laburé tanto cortando y pegando”, se sinceró Rodríguez sobre ese trabajo previo para después orientarse al corazón del asunto: el vínculo de Fito con la poesía. “El tipo, a los veinte años, había escrito una canción (‘Viejo Mundo’), para el primer disco, que dice: ‘Se fueron una a una las estrellas / El mar mordía rastros de su arena / Herida luz que me partió aquel cielo / Y hoy vuelves a amanecer viejo mundo’".
Fito “sabe ser discreto y hacer canciones”, afirma Rodríguez, y destaca que “no hay una letra mala”. Un profesor de la escuela secundaria le dijo que Fito Páez “es tanguero” y justificó esa definición con el comienzo de “Tumbas de la gloria”: “Tu amor abrió una herida / porque todo lo que te hace bien / siempre te hace mal”. En las canciones hay poesía, como en “luna de los pobres siempre abierta”, de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, donde Rodríguez “escucha a César Vallejo ahí”. Finalmente, subraya “el gesto de sobriedad” del músico y escritor frente a los poetas del rock “profesionales” y se pregunta cuántos rockeros leyeron a Osvaldo Lamborghini.
Rodríguez podría seguir hablando, pero sabe que los amigos fueron a escuchar a Fito en “modo poesía”. La pulsión por la expresión viene de la infancia, del deseo de ser reconocido por la familia, por la escuela, por la vida. Esa pulsión está intacta y materializada en más de treinta discos grabados, en tres películas (La balada de Donna Helena, Vidas privadas y ¿De quién es el portaligas?), dos novelas, el volumen Diario de viaje y las memorias Infancia y juventud. “La música llega al territorio del sinsentido”, dice el autor de El amor después del amor en una noche en la que se propuso expurgar el aura de grandeza de algunas cuestiones. “Hay una libertad que uno va descubriendo con el paso del tiempo y este pequeño libro me metió en un mundo desconocido para mí”. Una frase de Martín Rodríguez le resonó a Fito: “El poema es un misterio”. Pero como si buscara desterrar cualquier equívoco vinculado a cierta solemnidad a continuación agrega: “Hay que desmitificar un poco la figura de lo poético; lo poético es también una madre dando la teta a su hijo. O un amanecer, como Juan L. Ortiz lo plasma En el aura del sauce”.
Entonces Fito reconoce que Rodríguez lo llevó al misterio; “fue como la orden clara de un director; esa es la tarea que hizo respecto del libro”, aclara y confiesa que fueron años rumiando y escribiendo y que tiró más de la mitad de los poemas. Los que quedaron en El hombre del torso desnudo son 32 poemas donde el poeta prueba distintos recursos: la disonancia como una telaraña polifónica; el verso que dibuja en la página pirámides invertidas de mayor a menor en la extensión y a veces chispea la brevedad como una condensación que va al hueso del sonido. La red que construye los poemas teje un fraseo extraño, pero a la vez reconocible: “Nadie nació con la capacidad de escuchar otra voz/ Que no sea la propia”; “Viajar es interior/ Vivir es exterior”; “La lucidez es un arma que se dispara por la culata”; “Cada arruga al lado de los ojos es una batalla ganada”; “El amor es la exacta dimensión donde quiero vivir” o “El hambre no sabe de leyes/ el hambre se fuma al amor”. Hay poemas dedicados a sus exparejas Fabiana Cantilo, Romina Ricci y Cecilia Roth; a sus hijos Martín y Margarita; a Sofía Gala Castiglione y a César González.
El músico y escritor propone hacer “una lectura dodecafónica” y reparte fotocopias con varios de sus poemas. “No es poesía, es música”, precisa como si fuera el director de una orquesta que intenta ordenar a una tropa de músicos un tanto perdidos que no saben bien qué instrumento deben tocar. Van recibiendo las hojas con distintos poemas los que están en las primeras filas de Naesqui, los que andan por el medio y bien atrás. Cuando el director da la orden, él mismo y Alejandro Dolina, Reynaldo Sietecase, Martín Kohan, Alexandra Kohan, María 0’ Donnell y Cristian Alarcón, entre otros, leen los poemas asignados al azar. La partitura es una deriva bulliciosa en la que cada lectora o lector se sumerge formando un coro mayor. La última voz que se escucha, quebrada por la emoción, es de la Romina Ricci, expareja de Fito.
El final se aproxima. A puro histrionismo y con esa elástica sonrisa que transmite la sensación de "estar en casa", rodeado del mundo de sus afectos, Fito elige cerrar con el poema “Familia guacha”, dedicado a Fabiana Cantilo. Lo interpreta en “tono” gauchesco, como si fuera un actor entrenado en la compleja batalla de proyectar la voz y captar la temperatura y entonación de la lengua: “Así fue que esta familia / Al fin se borró del mapa / Por los menos de las napas / De mi conciencia cansada... / Y aquí estoy, con mis bombachas / Mis botas, mis Valium 12/ ¡Esperando que la muerte muestre su carcajada!”.
De un tiempo a esta parte, el músico y escritor ha decidido expresarse políticamente solo a través de su obra. El libro termina con un poema titulado “Carta Argentina”, donde la voz del poeta declara: “No me gusta la barbarie política dislocada/ Para eso tenemos a los artistas/ Para dislocar (¿los tenemos?)”. En otra parte de ese poema, que se despliega en cuatro páginas y que podría dialogar con la famosa contratapa en este diario, en la que escribió que le daba asco la mitad de Buenos Aires que había votado a Mauricio Macri en 2011, se pregunta: “¿Por qué la vida política argentina/ no generó una brutal autocrítica/ Y no creó una descendencia erudita y canchera?/ No me gustan los intelectuales dando cátedra/ Alertando los peligros de la derecha en motosierra/ Un minuto antes de que termine el partido/ No me gusta el fascismo/ Crío hijos, pago mis impuestos/ Soy un artista construyendo una poética universal/ Desde la República Argentina”.