Un comentario sobre la película Cuando cae el otoño, de François Ozon que se estrenó en diciembre pasado. El otoño siempre es una linda metáfora para hablar de la vejez, como en esta película. Pero creo que se puede hacer otra interpretación de este título que eligió Ozon. El otoño en Francia, es la época del año en que se recolectan los hongos diversos que se pueden comer, como los boletus, níscalos, rebozuelo, trompeta de la muerte, lengua de vaca, gula de monte, seta de cardo y senderuela. Se recolectan en otoño desde septiembre, pero fundamentalmente en octubre y noviembre, y en invierno las apreciadas trufas negras y blancas.

Los hongos ocupan un lugar central en la película, aunque pasen desapercibidos en las críticas que he leído. Son el inicio del drama en el que se revelan o comienzan a revelarse los secretos familiares, y más profundamente los goces en los que se sustentan.

Los hongos como los secretos y ni hablar los goces pueden algunos ser levemente o poderosamente venenosos. Recuerdo en mi infancia que se decía que había que apoyarles a los hongos una cuchara metálica, y si se ponían negros eran venenosos. Son tóxicos algunos, intoxican, a veces de gravedad. 

Como le ocurre a la hija, Valèrie, de nuestra protagonista principal Michelle, una abuela contenta de recibir a su hija y a su nieto querido en su casa de campo en la campiña francesa. Pero cuando su hija se intoxica con alguno de esos hongos, los demás no probaron la sopa preparada por Michelle, al salir de su internación, culpa a la madre de haber querido asesinarla. 

A la madre le solicitan explicación, y queda una duda. Luego se desarrollan otros acontecimientos. Una gran amiga de ella, con quien había cosechado los hongos, tiene un hijo en la cárcel, pronto a salir, que es prácticamente adoptado por Michelle, que le da un trabajo en su jardín y luego lo ayuda a poner una taberna, un bolichito que él quería instalar. Se trata de Vincent, un personaje un poco silencioso y extraño y que genera cierta inquietud en el espectador, aunque en el filme parece desenvolverse con una tranquila y apática normalidad. 

Su hija ha alejado a su propio hijo, nieto de Michelle, de su abuela. A Vincent le parece inconcebible que la hija esté enojada con su madre casi desde siempre, desde mucho antes del episodio de las setas, porque no aceptaba que su madre hubiese ejercido la prostitución como su amiga Marie Claude, madre de Vincent. 

Su dinero era el resultado del ejercicio de ese oficio antiguo como el mundo, y antiguo como María Magdalena. Al comienzo de la película un cura reza una oración sobre la Magdalena, que con sus lágrimas lavó los pies del Salvador, pecadora, pero, dice en esa oración, que dio su amor con generosidad. 

La hija no podía superar, podríamos decir, ese trauma original y manifestaba odiar a su madre e interesarse sólo en sus bienes, que recibiría ella y consiguientemente su hijo Lucas, nieto entonces de Michelle. Vincent que no soporta ese rechazo de parte de Valèrie a su madre, parece que decide tomar el asunto en sus manos, viaja a Paris y de pronto la hija de Michelle se habría suicidado. La policía duda de que haya sido un suicidio, pero incluso Lucas, hijo de Valèrie, niega que haya visto entrar al edificio en Paris a Vincent, filmado por las cámaras del edificio.

Dicho de otra manera, todos parecen mantener un secreto, que a Marie Claude lleva a la muerte, sobre la muerte dudosa de Valèrie, incluso el hijo de ésta, Lucas, podrá entonces ir a vivir con su abuela. 

Nadie parece sufrir demasiado por los acontecimientos que se suceden, más bien parece que tuviesen una actitud especulativa, todos tienen algún interés en las consecuencias. 

Es horrible pero es la sensación que deja la película, no precisamente la de una vejez tranquila en la campiña para gozar de una jubilación merecida y del nieto, sino más bien de cuando llega la hora de cosechar las setas tan sabrosas pero tan peligrosas.

*Psicoanalista. Editor de Psicología en Rosario12.