El director de un importante medio de Chubut reconoció días atrás: “Si me proponían mostrar, tan sólo durante seis horas seguidas, el fondo del mar, no aceptaba ni loco”. Luego se deshacía en elogios por los resultados obtenidos en días y días de streaming científico, mientras buscaba, como miles, explicarse el por qué.
De la campaña “Oasis Submarinos del Cañón de Mar del Plata: Talud 4” llevada a cabo por la ONG Schmidt Ocean Institute desde fines de julio al 10 de agosto, quedará mucho material biológico para que los científicos y científicas del CONICET, en su gran mayoría, analicen. Pero a los comunicadores nos quedará mucho material simbólico para intentar entender a la sociedad argentina y su vinculación con los medios.
En el fragor del fenómeno, estas son algunas de las claves que ensayamos respecto a por qué se hizo viral el streaming submarino.
Promovió otro entretenimiento.
Sin estridencias, sin velocidad, sin gente gritando, sino todo lo contrario, hablando muy bajito o dialogando. Sin ofender a nadie ni analizar la realidad. En ese sentido tuvo algo de evasivo. Redescubrimos que conocer es entretenido. Aprender es entretenido. Compartir es entretenido. Nada de eso se nos estaba ofreciendo por los medios masivos de comunicación o las redes sociales. ¿No será que nos aburría ese entretenimiento?
Marcó agenda.
Logró que todo el mundo hablara de eso. Pero sobre todo hizo que los medios masivos y las redes sociales no tuvieran otro remedio que hablar del fenómeno. Les marcó la cancha. Y encima les quitó público.
¿Será que es posible construir otra agenda informativa? ¿Con quiénes? ¿Para qué?
Cambió malestar por bienestar.
En un mundo ganado por la narrativa distópica, la misión del Falkor (Too) invitó a la utopía. Desde un inicio con la referencia a La Historia sin Fin.
Contra la industria del fin del mundo sostenida por las fábricas de entretenimiento mainstream, naves espaciales y armas, surge una narrativa prospectiva, de futuro, que quiere contar qué es lo que vale la pena de vivir en este planeta, antes que proponernos abandonarlo.
También se impuso a la narrativa de la vida online, los avatars, o los multiversos ¡Esto es real! Estaba ahí.
Públicos, no consumidores.
¿Qué nos quiso vender la transmisión? Nada. No nos tuvo como sujetos de consumo. Capturó nuestra atención, sí. Pero sin un sentido de venta. El conocimiento como bien común no rentable.
El medio es el mensaje.
Fue el Gran Hermano científico. Y ya conocíamos el formato: pantalla omnipresente, fisgonear algo, coexistir con el tiempo real de alguna experiencia. Ingresar la experiencia a nuestros hogares. Pero éste cambió la lógica y el tono. Ya no estuvieron Furia o Alfa, sino Nadia Coralina.
El público empatizó con los científicos.
Hubo algo no actuado, espontáneo, humano, de la sorpresa del descubrimiento, en los científicos, que hizo que el público empatizara y se identificara. El público se sintió explorando a la par de los científicos y así quedaba manifestado en el chat de la transmisión, donde opinaban, sugerían, se sorprendían y destacaban todo lo que estaban aprendiendo de lo que los científicos contaban.
El humor fue una de las claves.
El humor generó comunidad. Primero porque las personas que relataban desde la transmisión lo usaron muy frecuentemente. Pero en los chats el mismo público hizo muchos chistes. Eso promovió un diálogo entre las personas en el barco y el público del chat.
¿Cómo sigue?
¿Qué pasará a partir de que el Falkor (Too) toque tierra?
¿Qué haremos desde el castigado sistema científico para seguir teniendo la atención de esos públicos y no perderlos de nuevo en las noticias, las carcajadas forzadas, en los gritos y agresiones, o en las historias de crímenes?
¿Qué harán los medios? ¿Qué harán los públicos?
¿Es el final de Truman Show? ¿Hay un final o ha sido un comienzo?
* Licenciado en Comunicación Social, especializado en comunicación institucional y divulgación científica. Desde 2015 trabaja en el CONICET de Puerto Madryn, Provincia del Chubut.