“Cualquier parecido con hechos reales, con personas vivas o muertas, no es accidental. Es deliberado”, advertía el inicio de Z, film que consagró mundialmente al director de cine franco griego Costa Gavras. La película narra los acontecimientos que rodearon el asesinato del político democrático griego Grigoris Lambrakis en 1963, tras un mitin donde el diputado pacifista abogó por el desarme nuclear. Luego de su muerte, más de medio millón de personas acompañaron el féretro y comenzó a multiplicarse por los muros de las principales ciudades del país un grafiti que sólo mostraba la letra “Z”. Su simbología no fue fortuita, fue tomada de “zei”, que en el griego clásico significa “vive”. Era una manera de darle un sentido inequívoco a la esperanza.

Ahora que se acercan las seis décadas de su estreno, la “Z” volvió a ganar simbología. Al menos en el último proyecto discográfico de Nicolas Jaar, Archivo de Radio Piedras. Poco luego de irrumpir por el escenario, el músico chileno-estadounidense estableció comunicación con un interlocutor al que llamó con la letra en cuestión, en lo que pareciera ser la grabación de un mensaje. A manera de bitácora, Jaar describe lo que rescató de su actual gira latinoamericana. Y tras mencionar lo que hacen las empresas privadas con el medio ambiente en los países en lo que estuvo, advierte que en Mendoza le contaron del acuerdo de 13 provincias argentinas con Israel. “Ese estado genocida sabe bien cómo robarle el agua a la gente”, espetó. Sin embargo, antes de despedirse, afirmó: “Hay seguir resistiendo, no hay otra opción”.

A poco más de un año de su último desembarco porteño, el ex enfant terrible de la música electrónica y de la vanguardia sonora regresó este lunes (sumó una fecha adicional el martes) para presentar nuevamente ese material en el mismo lugar en el que lo había hecho aquella vez, Deseo Club. Cuando lo tocó en ese entonces, Archivo de Radio Piedras había aparecido un mes antes, a fines de abril, por la plataforma musical Bandcamp (como antesala, lo había diseccionado en 17 episodios a través de Telegram). Sin embargo, el pasado 11 de abril fue subido a Spotify, lo que le dio un espaldarazo todavía más fuerte a este trance metanarrativo y emocional, devenido en un radioteatro o “ficción sonora” (como lo llama su autor), basado en el estallido social chileno de 2019 y la relación de Nicolas con la radio en su infancia.

La invitación para actuar en el Museo de la Memoria de Chile y la muerte de sus dos abuelas terminaron por definir el concepto. Esto último inspiró el track “Mis viejitas” y el personaje de esta historia: Salinas Hasbún (resultado del apellido de ambas). “Todo empezó con una canción llamada ‘Piedras’, y a partir de ahí se empezaron a sumar otras cosas. Como un cuento que se llama ‘Desliz’”, explicó este año Jaar, quien entre 2024 y lo que va de 2025 se abocó a salir a tocar este repertorio, pese a que es dueño de algunos otros proyectos más. “En algún momento, empecé a ver que había relaciones entre estas cosas y quise contar un cuento más amplio. Me interesaba la idea de música dentro de un cuento. Ésta fue la primera vez que quise crear una narrativa y luego componer música”.

    Una hora luego de que Wewentxu alternara el violín y algunos artilugios sonoros más para la confección de su prosa, que tuvo un respaldo visual que recreaba la vida en el campo, Jaar entró en escena y empezó a fundirse en la propuesta de su comensal. Esa fue la manera de genera el paso de mando. Cuando peló tímidamente el saxo detrás de la mesa en la que se encontraba su maquinaria musical, progresivamente se fueron sumando los otros dos músicos que lo acompañan en esta encarnación artística: el tecladista chileno Camilo Salinas y el percusionista colombiano Daniel Cataño. Como lo marcó el guión que hilvanaron, el artista mapuche salió del tablado, dejando el protagonismo a su colega de 35 años, que encendió el micrófono para saludar al público y dejarle mensaje a “Z”.

    El trío comenzó su hora y media de actuación con “Agua pa’ fantasmas”, a la que el propio músico presentó. A partir de entonces, construyó un repertorio que pasó de la circunstancia minimalista del compás sin que la transición fuera abrupta ni del todo celebrativa. El track “Love of Pain” fue allanando el camino, secundado por la cadenciosa “Son of Hope”. No obstante, en “Río de las tumbas”, y luego de tomar forma de dub jamaicano, la cumbia había pedido cancha. En este caso, se trató de la de raíz, la colombiana, que sirvió de disparador para un tornasol de otras cumbias a las que les compartió su linaje, entre ellas la electrónica. En esa instancia, Jaar había transformado a su “ficción sonora” en una instancia que ganó en credibilidad. Una bien profunda.

    Y es que hizo del baile un acto revolucionario, como lo constató en “El río de las tumbas”, cumbia en la que Jaar/Hasbún hace referencia a todo: desde Einstein hasta Palestina, destacando el impacto global del colonialismo y la naturaleza cíclica de la vida y la muerte: “Dices que estás junto al río Magdalena, y te hablo de Palestina, que ya no es Palestina”, canta el artista, en esa voz recubierta en una suerte de membrana espectral, en tanto alguien del publicó enarboló la bandera de la nación árabe. A continuación, cuando parecía que se iban a tomar una pausa, la cosa transmutó en electrónica pura y dura. Tras bajar un cambio, invocaron “Piedras”, el tema con el que comenzó todo, para luego sumar a Wewentxu en “Radio chimio” y despedirse con “No”, otra cumbia con sabor a nihilismo y también a genialidad.