Durante los días de la “Fiesta de la Abuela”, las calles del barrio Los Lagos, de La Banda (Santiago del Estero), están llenas de sonido de violines, de ritmos de chacarera, de rondas de baile, de acentos, de puestos de bebida, de entradas abiertas a los patios de las casas.
A 1046 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, miles de personas de todo el país se movilizan en el fin de semana del 15 de agosto para festejar el cumpleaños de la abuela Luisa, que este año hubiera llegado a los 124.
En los escenarios, cada vez más, se suben mujeres que están haciendo su propio camino en un folclore que, en estos días, está lejos del espíritu festivalero y se convierte en completa comunión. “Hemos estado con una agenda agitada, por suerte, porque a mí me gusta andar activa y compartiendo con la gente que viene, también siendo parte de diferentes peñas. Me siento contenta de haber tenido muchos espectáculos este año”, dice Mariela Carabajal, nacida en 1989, hija del “Chaca”. Si bien Mariela es bisnieta de Luisa, también la siente su abuela, porque fue quien maternó a su papá.
“El jueves hemos tocado en tres lugares, el viernes en cinco, el sábado en tres y el domingo tenían que ser dos”, enumera la frenética agenda de estos días. El domingo, como parte de la familia que es sinónimo de chacarera, Mariela subió al escenario a “saludar a todas las personas y en agradecimiento también a que hayan venido un año más”.
“La abuela sigue trabajando”, ironiza una de las visitantes.
Es que María Luisa Paz de Carabajal crió a sus 12 hijos, y a dos de los hijos de Héctor, el mayor. Pan y fideos caseros eran algunas de sus especialidades, como la sonrisa. En 1950, por primera vez, se festejó su cumpleaños. Ella misma hizo las empanadas para toda la familia, hubo guitarreada, por supuesto, y bailaron chacareras en el patio de tierra. Al año siguiente se sumaron amigos. Unos años después, empezaron a llegar músicos que querían participar del ritual de la chacarera.
En 1993, la abuela había muerto hacía pocos días, pero los viajeros llegaron igual.
Hoy, 32 años después de su muerte, la celebración es también un encuentro folclórico donde todos —y cada vez más todas— quieren subir al escenario. Son tres días de espectáculos gratis en las calles, y también en el Patio del Indio Froilán, en la capital provincial, a muy pocos kilómetros. Este año hubo una Peña Arco Iris, organizada en un patio santiagueño, y también una Peña de las Mujeres, que llevó adelante Graciela Carabajal, otra nieta de Luisa.
Ciudad de puertas abiertas
Para Mariela, claro, es una fiesta importante. Vivió unos años en Rosario pero ahora está de nuevo en La Banda. En los últimos tiempos, también vivió el éxito de la película La estrella azul, que protagoniza, y eso la llevó a España, donde participó del Festival de San Sebastián.
La Fiesta de la Abuela es un acontecimiento esperado en el pueblo. Mariela Carabajal lo vive desde adentro desde siempre. “Para mí significa muchísimo, porque nos criamos en esta fiesta. Estuve en diferentes lugares, en papeles, participando. Cuando fui niña, jugaba cuando venía la gente y, cuando fui adolescente, me hice amiga de un montón de personas de otros lados. Y de más grande, cuando empecé a cantar, mi manera de agradecer que vinieran era cantando”, relata sobre una fiesta que trastoca la vida cotidiana de La Banda, una localidad de 170 mil habitantes, que está pegada a Santiago del Estero.
“Me pone muy contenta que socialmente también sea un evento importante, porque más allá de las cosas lindas que se viven, también aquí en La Banda se activan un montón de cosas y es muy positivo, ya sea los alquileres de piecitas y casas, la gente que vende comida y, por supuesto, la mayor satisfacción es que vengan a nutrirse de folclore, que vengan a hacer la vivencia en Santiago del Estero, de cómo se vive todos los días la chacarera, cómo se la siente, que haya este ambiente de comunión, me encanta”, sigue Mariela Carabajal.
“Lo que tenemos en La Banda, y sobre todo en la Fiesta de la Abuela, que es una fiesta de todos, es esta sensación de felicidad, ¿no? Estamos muy contentos de que vengan de todos lados y se los trata de recibir con todo el amor posible. No es algo que se planee ni nada, sino que sale del corazón y se lo vive así”, sigue su relato. Lo sabe por los comentarios que recibe desde mucho tiempo antes del fin de semana de mediados de agosto.
Para ella, como Carabajal, tiene un condimento adicional: “Es quizás uno de los pocos momentos en los que estamos todos juntos, ya que somos un montón y cada uno se dedica también a la música y anda por diferentes lugares. A veces coincidimos en lugares, pero no todos”, sigue sobre el ritual de cierre de cada domingo, cuando todes les Carabajales se suben al escenario juntxs.
Este año murieron dos de los Carabajal: Mario “Musha”, uno de los tantos nietos, hijo de Enrique, y el “Chaca”, el papá de Mariela, hijo de Héctor. Hubo homenajes.
Como la Fiesta de la Abuela es una verdadera celebración popular, el machismo se hace presente.
Mariela se siente parte de un movimiento de mujeres en el folclore. “Cuando empecé, tenía 19 años y viví muchas cosas por ser mujer y más joven, digamos. No había tantas agrupaciones de mujeres andando. Sí, siempre hubo, pero a lo mejor no había tanta visibilidad. Recuerdo que había veces que me hacían tocar después por ser mujer, o me querían pasar por encima. Siento una especie de lucha cotidiana que tenemos en este camino y que va mejorando, se va poniendo más tranquilo, más lindo”, dice Mariela sobre el estado del machismo en la música popular argentina.
Mariela considera que “todavía hay muchas cosas para seguir trabajando: el tema de los cupos femeninos en las peñas y los festivales sería importante, sobre todo en el norte. Pero también creo en la perseverancia, que nos mantiene firmes, y también en los movimientos que nos juntan a todas las mujeres y me parecen importantes”.
Cada vez hay más mujeres en el folclore que se llaman feministas. Porque siempre estuvieron, pero hoy se organizan.
Compositora feminista
Flor Curcio nació en Buenos Aires y hoy vive muy cerca de Rosario. Fue a la escuela con Homero Carabajal, el hijo de Peteco. Fue fundamental haber conocido a la familia Carabajal desde muy chica, participar de sus reuniones, siempre con guitarras y baile.
En la tarde del sábado, Peteco tocó en el patio de la abuela, y si bien en las peñas se cobran entradas (módicas), los espectáculos que se brindan en la esquina de 1° de Mayo e Iturbe (la esquina de la casa), los del patio del Indio Froilán, el patio de Chufo y todos los patios de casas que se abren en esos días son gratuitos.
“La Fiesta de la Abuela es una fiesta popular como varias de nuestro país, pero con el sesgo particular del territorio, se siente estar en la cuna de la Chacarera”, dice Curcio, que había ido hace 12 años a Santiago del Estero y volvió en 2025. “Volví muy diferente, porque en estos 12 años mi carrera musical cambió muchísimo y se desarrolló también”, dice la artista que forma parte del trío Tunal y es compositora.
“La chacarera es un ritmo popular, es festivo y, más allá del ritmo, tiene la chacarera su estructura en la danza y en la música. Soy compositora y, cuando pensamos en la chacarera, se piensa siempre en una estructura que permite el juego, porque vos podés bailar 200 chacareras, componer 20 chacareras, siempre es diferente. Es un ritmo de alegría, de fuerza, una posibilidad de encuentro”, le pone palabras a la energía que contagian las chacareras que se escuchan en continuado en La Banda.
Su camino en el folclore, como compositora mujer, “puede aportar a este nuevo cancionero una perspectiva feminista, que es un lugar desde el cual yo también escribo”.
Curcio se siente parte de los feminismos argentinos. “Algo que nos trajo en el último tiempo el feminismo tuvo que ver con la posibilidad de hacer un revisionismo de nuestras propias vidas. Y, en particular dentro del folclore argentino, me siento parte de un movimiento donde las mujeres empezaron a tener también más lugar en el escenario”, sigue la artista.
Claro que Mercedes Sosa es quizás la máxima referencia de la música popular argentina, y era mujer, pero era un lugar asignado, el de cantantes.
“Con el tiempo se fue abriendo el lugar del ser cantante y me parece que ahora, por suerte, estamos viendo más mujeres, aunque falta, porque los escenarios siguen habitados más por hombres que por mujeres, pero sí se ven más mujeres instrumentistas, tomando otros roles y otros lugares”.
En la Peña de las Mujeres que organizó Graciela Carabajal tocaron varias pioneras como Alicia Pereyra, que fue durante años guitarrista de Sixto Palavecino. Antes de tocar en el escenario, contó que nunca había sido fácil ser una mujer música, y que hoy sentía una dificultad mayor porque ya no es joven.
Curcio la menciona: “En Santiago conocí a Alicia Pereyra y la verdad es que es hermoso, porque ahí también tenemos a las mujeres que quizás no militaron el movimiento feminista, pero siempre estuvieron ahí en la música y haciendo lugar para las mujeres en los escenarios”.
Sobre el machismo, Curcio convoca a “ver las grillas y las bandas, cómo están conformadas. La disparidad es innegable”.
Considera que el feminismo permitió una mayor habilitación “para poder tomar los lugares y marcar los límites. Eso lo ha dado el movimiento feminista y todo el trabajo que hemos hecho juntándonos, repensándonos”.
Mirada propia para la tradición
Hija de un músico y una bailarina, nieta de Cacho Lobo, Flor Lobo es de la ciudad de Santiago del Estero, pero su corazón es “bandeño”. “Este linaje me deja esta música para compartir y todo el amor por el folclore, por la vivencia del folclore a flor de piel”, dice Flor Lobo, que tiene distintos proyectos artísticos, como Son del Mate —una agrupación con sede en Tucumán, que tiene once años y pronto estrena su segundo disco— y lidera el grupo que lleva su nombre.
“Para mí la Banda y, sobre todo, la familia Carabajal, lo que genera es admiración y amor. En Santiago se vive así la música, el folclore se sigue transmitiendo de generación en generación. Hoy me toca ser madre y también lo vivo así con mis hijos, compartiendo, jugando, con la música y con la danza”, dice Flor, mientras se repone de una movida que terminó recién el lunes, con pescados asados en su casa entre músicos de distintos lugares del país.
“Son referentes para todos nosotros, impulsores de que el folclore va más allá de Santiago, que pueda trascender fronteras, un montón de sentimientos”, dice sobre la familia Carabajal.
Lo que recrean los tres días de la fiesta es algo habitual en La Banda: llegan visitas, se abre la ronda, se comparte la música, se pasa la guitarra, se baila. “Y de repente está un Peteco, un Demi, un montón de amigos y referentes que admiro mucho. Se da esto de forma tan natural, por ejemplo, me ha pasado hasta el lunes, todo el fin de semana he cruzado amigos que iban a tocar en diferentes lugares”.
Lo que es sorprendente es cómo la fiesta, que se hizo por primera vez sin la abuela en 1993 —murió pocos días antes de cumplir años— sigue creciendo. “Me ha sorprendido la cantidad de escenarios o de espacios que se han abierto para que los artistas locales y de otros lugares puedan compartir su música. Eso me parece tremendo, muy valioso”, siguió.
Algo distintivo es que, si bien las peñas cobran entradas módicas, los recitales en los patios y en la esquina de la abuela son gratuitos. En cualquier rincón se toma una guitarra y se arma una ronda.
Flor Lobo estudió Danzas Contemporáneas en la Universidad de Tucumán, y también fue a la escuela de música. Pertenece a la Asociación de Músicas Mujeres de Santiago del Estero, una asociación civil que en abril hizo su sexto encuentro nacional.
“Somos las impulsoras del primer encuentro de músicas mujeres en Argentina y, después de ahí, se han desprendido un montón de encuentros maravillosos”, contó Lobo. Mujeres, diversidades y originarias. El encuentro se realiza todos los años durante el fin de semana largo de Pascua. “Es multitudinario, hermoso, son dos días donde se viven charlas, conversatorios, talleres y conciertos, todo gratuito para las compañeras que lleguen a compartir”, cuenta Flor Lobo, que también integra la agrupación Sangre y Cuero. “Lo militamos con el corazón y con el cuerpo, sobre todo, ¿has visto?”, dice.
Le parece importante formar parte de ese movimiento, “sobre todo en una provincia donde la sociedad todavía no está tan abierta con el tema de los espacios hacia las mujeres y los derechos. Este encuentro viene siendo muy fuerte desde hace siete años y nosotras estamos muy orgullosas”.
A Flor le emociona “un montón” aportar su propia mirada a una tradición, y eso hace mientras lleva a sus hijos a la escuela: enseña en un coro infantil, ensaya, canta, toca el bombo y baila.
Violinista en Santiago
“Una fiesta popular” es la Fiesta de la Abuela también para Sofía Reinoso, violinista que vive en Pueblo Esther, muy cerca de Rosario. “Una fiesta que junta a todos los músicos, a toda la gente y que también da lugar a los artistas que vienen trabajando y remando”.
Para Sofía, “hay una ola que se está abriendo para la mujer, no de casualidad, sino por toda la lucha feminista que venimos sosteniendo”. Conoció la fiesta de la abuela hace tres años.
Subraya que “Santiago está lleno de poetas, cantores, pintores, bailarines, una mezcolanza de artistas muy importantes que salen de ahí y, bueno, también en parte voy a la fiesta para mostrar lo que yo hago y para aprender también, porque tocó su música”.
“La Fiesta de la Abuela me parece algo reimportante y, más en este momento que estamos viviendo como país. Vi un montón de gente allá”, sigue la violinista.
Sofía comenzó su camino musical —que es también el de su madre, Roxana Zamarreño— en la Orquesta de Tablada, una de las orquestas municipales para pibxs de los barrios de Rosario. Allí se interesó por el violín, y luego estudió la secundaria en la Escuela de Música Nigelia Soria. Hoy tiene 23 años.
Al violín volvió recién con la pandemia. La chacarera formaba parte de la vida cotidiana en su casa.
Por necesidad, ya que se quedaron sin trabajo, salieron a la calle a tocar en Rosario con su mamá y Ariel, el compañero de su mamá, que llevaba 20 años como músico callejero. Pacha Kuyuy se llama esa formación que comparte con su familia.
El violín se convirtió en su instrumento: lo tocó en escenarios, en patios, en guitarreadas en casas, en peñas. Allí nació el Patio Pacha Kuyuy en su pueblo, un verdadero centro cultural. Peñas, talleres, encuentros de juventudes del folclore son algunas de las actividades que hacen allí. “Empezamos a tener un espacio cultural sin saberlo y sin tener por herramientas de nada”, dice hoy Sofía, que distingue su trabajo en la gestión cultural del que hace como música. Recibieron una distinción del Concejo de Pueblo Esther.
En su perfil de Instagram, Sofía pone FEMINISTA, todo en mayúscula, en la descripción. “Es difícil ser mujer y ser chica, es más difícil, porque una está empezando y en algunos espacios no nos hacen lugar para tocar la guitarra, son todos varones en el escenario”, sigue Sofía.
Peña Arco Iris para las disidencias
El viernes 15 de agosto a la noche se hizo la segunda edición de la Peña Arco Iris en la Fiesta de la Abuela. El espacio es impulsado por la cantante travesti no binarie La Ferni, la drag queer Legon Queen y Gise Chiquiar, para dar espacio a las disidencias en el folclore. La conductora fue Legon Queen, que también tocó con su banda Minka. El patio de la banda, que les cedieron Fabio y Maricel, desbordó de público. Hubo música disidente y mucho baile.
La Fiesta de la Abuela es “una experiencia muy intensa”, dice La Legon. “Es parte de nuestro patrimonio cultural, se ha convertido en una de las fiestas populares a nivel nacional que todo el mundo conoce y escucha; toda la gente que le gusta el folclore siente que, en algún momento, tiene que pasar por ahí, conocer la historia, ver cómo surgió ese cumpleaños de una abuela”, considera.
“Lo más lindo de todo esto es que yo no conocía la Fiesta de la Abuela hasta hace tres años, y pude ir como Legon Queen, si bien no habité la fiesta con mi propuesta artística”, dice esta artista drag queer.
Lo más importante para la peña, que este año tuvo sobre todo artistas de Buenos Aires en el escenario, es que “al ser una peña itinerante, se sumen artistas locales, mujeres, disidencias del lugar adonde vamos. Vamos tratando de generar estos espacios seguros, si bien cuesta, porque el hecho de llevar una peña de mujeres y disidencias en un lugar donde no fue pensado llama la atención, cuesta atreverse a habitar, a participar”.
En la peña de este año “había mucha más gente que el año anterior, mucha gente del colectivo LGTBIQ+ de La Banda, de Santiago del Estero, de localidades de los alrededores; eso me llenó de mucha alegría”.