“¡Márchate, niño humano!/ A las aguas y a lo silvestre/ con un hada, de la mano/ pues en el mundo hay más llanto del que puedes entender”. Estos versos de “El niño robado”, uno de los poemas más conocidos del irlandés W. B. Yeats, se inspiran en un mito popular transversal a las culturas del mundo entero. En los pueblos anglosajones europeos, las hadas se roban a los niños, o los seducen para que las acompañen, acción que se refleja en el mito del changeling: el niño humano es raptado y se deja otro en su lugar, en reemplazo. Según la versión, o bien es un niño con rasgos feéricos, que a duras penas consigue articular el lenguaje humano, o es idéntico al secuestrado, salvo por detalles que lo delatan, y que suele notar su familia, una encarnación del siniestro freudiano. A veces no dejan ninguno a cambio, como en el clásico El niño que se llevaron las hadas, de Sheridan Le Fanu: a veces son criados como sirvientes, como ocurre en El Sueño de una Noche de Verano de Shakespeare, donde la Reina Titania discute con Oberón acerca de un niño que viene de la India, y cuya madre fallecida era muy devota a Titania, y por eso lo quiere como su paje. La superstición sobre los niños llevados por las hadas sigue hasta hoy: en América Latina, el secuestro de criaturas por los duendes emerge ni bien un caso trágico no encuentra solución, como ocurrió recientemente con Loan Peña, desaparecido en Corrientes -según su abuela, llevado por el Pombero-, o con los cuatro niños indígenas que pasaron cuarenta días perdidos en el Amazonas colombiano en 2023. Aunque es una poderosa metáfora, no hay tantos ejemplos literarios contemporáneos de su uso, salvo quizá en el fantasy.
Como bestias, la delicada novela corta de la francesa Violaine Bérot, usa la creencia en una cueva donde viven las hadas, casi inaccesible, en las montañas, para contar la relación entre una niña y un joven neurodivergente, no verbal, de enorme tamaño para su edad, a quien llaman “El Oso”. De la nena no se sabe nada: ni cuándo llegó a la montaña, ni por qué está ahí, ni quiénes son sus padres. Pero lleva tiempo con el Oso, jugando con una mula, en perfecto estado de salud. El relato coral empieza como un neo noir rural y se desarrolla como una reflexión sobre la otredad, la infancia y la maternidad.
Cada capítulo es un interrogatorio sin las preguntas: diferentes habitantes del pueblo de montaña van dando su versión de los hechos en primera persona a la policía, que escucha en silencio. El lector se encuentra frente a estos monólogos que dan testimonio como si estuviera sentado en una platea de teatro: lo que se fragua sobre el escenario es una tragedia. Entre capítulos, Bérot incluye poemas-canciones de las hadas, que funcionan como un coro trágico. El Oso vive con su madre, Mariette, una mujer que lo crio sola y lo ama con fiereza. Tienen una casa prolija, algo hippie, sin agua corriente ni electricidad. Sus vidas son muy tranquilas hasta que aparece esta niña, ya crecida, que nadie sabe de dónde salió, salvo el Oso, pero claro, él no puede hablar. La policía interroga a turistas, vecinos, maestros, ganaderos, la farmacéutica, compañeros de escuela, y el relato se arma sin que ningún dato parezca certero.
Violaine Berót nació en Bagnères-de-Bigorre, una comuna francesa situada al pie de los Pirineos: su padre era escalador y autor de libros sobre las montañas. En Como bestias no hay alardes de conocimiento del paisaje y el cotidiano del paraje, pero se intuye su afinidad con esas voces, su entendimiento del modo de vida, la relación con los animales, bajar de la montaña los fines de semana para vender productos o para el trueque, el placer del aislamiento, la tristeza de una vida solitaria. Licenciada en informática y en filosofía, Bérot empezó a publicar en 1994, cuando vivía y trabajaba en Tolouse. Pero en 1999, después de tres libros, decidió irse a vivir a los Pirineos y se instaló en una casa sin electricidad ni agua corriente, dedicada a criar caballos y cabras, como sus personajes. Cerca de su granja había un hospital psiquiátrico: los niños jugaban con los animales como parte de la terapia. Se guardó estas observaciones para un futuro libro y no volvió a publicar con regularidad hasta 2013: poco después, agotada, bajó a un pueblo y consiguió la atención crítica con Nue, sous la lune paru en 2017, sobre una pareja inmersa en la violencia psicológica, y Caída de las nubes, 2018, también un relato coral que combina múltiples puntos de vista, sobre el conflicto entre el embarazo y las consecuencias de un hecho traumático.
Como bestias se publicó en 2021, y es la primera entrega de un trabajo de escritura que está en desarrollo. “Como bestias”, dijo Bérot en La Depeche, “trata de leyendas, de la vida rural, los animales y de la montaña, pero también de la psiquiatría y la vida en los márgenes, algo que conozco. No me interesa escribir como si ambos mundos estuviesen separados, o como si lo rural y lo urbano fuesen ámbitos distantes. Hay tantas realidades como personas, así que no podía contar esta historia de manera lineal, y tampoco insular”. La fábula oscura de Berót, en apariencia sencilla, resuena como lo hacen los cuentos de hadas, como una advertencia llena de melancolía.