La mujer está dispuesta a la venganza y para ello consigue un arma y el apoyo logístico de algunos colaboradores. La panadería regenteada por la víctima está abierta al público y todo parece encaminado para pegarle un buen susto, pero las cosas se desmadran y los tiros salen de las pistolas y fusiles bien temperados y con tino. Así comienza Las muertas, miniserie mexicana que adapta la novela homónima de Jorge Ibargüengoitia, publicada originalmente en 1977, aunque esa escena es apenas una anécdota –importante, pero anécdota al fin– dentro de un relato expansivo, con múltiples personajes, situaciones y temporalidades. El libro, a su vez, está basado en el caso de las hermanas González Valenzuela, más conocidas como Las Poquianchis, las dueñas de una serie de burdeles en las ciudades de Guanajuato y Jalisco que, durante el transcurso de dos décadas, entre 1945 y 1965, sometieron a incontables mujeres para para que ejercieran la prostitución y, según los registros judiciales, asesinaron y enterraron clandestinamente a casi un centenar de ellas. El caso fue tan sonado que los periódicos y revistas amarillistas llenaron páginas y páginas durante meses, punto de partida de la novela de Ibargüengoitia, aunque en sus párrafos las libertades creativas son muchas y nada menores.

El proyecto de adaptación ilusionó al realizador Luis Estrada durante gran parte de su carrera. Finalmente el deseo se hizo realidad, y el director de La ley de Herodes, El infierno y ¡Qué viva México! logró desplegar a lo largo de seis episodios un relato que incluye corrupciones políticas y relaciones personajes complejas, con un tono que va de la sátira desembozada al melodrama de época, mientras las hermanas Baladro –el nombre de fantasía elegido por Ibargüengoitia– construyen su imperio de lupanares, desde un pequeño bar con habitaciones en el primer piso a una casa de citas de lujo confortable y moderna. Con un reparto de actores y actrices reconocible de inmediato para los seguidores del cine y el audiovisual mexicano –entre otros Paulina Gaitán, Alfonso Herrera, Joaquín Cosio, Arcelia Ramírez y Mauricio Isaac–, Las muertas es la nueva apuesta de Netflix, luego de Cien años de soledad, en el terreno de las adaptaciones de clásicos de la literatura latinoamericana del siglo XX, aunque aquí el realismo mágico brille por su ausencia.

El director mexicano Luis Estrada

ÉRASE UNA VEZ EN MÉXICO

“Eso es lo importante”, afirma con vehemencia Luis Estrada durante su reciente visita a la Argentina para promocionar Las muertas. Hijo de cineasta –su padre, José Estrada, dirigió varios clásico del cine mexicano de los 70, como Maten al león y El albañil–, el realizador entiende que lo relevante es saber que la serie no está basada en hechos reales, sino en una ficción literaria que, a su vez, se inspiró libremente en acontecimientos verídicos para crear un universo propio. “Hice una gran investigación tanto del hecho real, a partir de las actas judiciales, como de la novela, en el sentido de qué llevo a Jorge Ibargüengoitia a escribirla. Y, sobre todo, el tono que decidió darle. Porque uno de los grandes desafíos de hacer la serie era contar ese caso tan escandaloso, tan sórdido, con ese toque maravilloso que tenía Ibargüengoitia para la sátira. Ponerle humor negro a cosas de las que, pensándolo fríamente, costaría trabajo creer que uno puede reírse. Lo cierto es que, a lo largo de mi carrera, ese es el tono con el que más cómodo me he sentido: la sátira sobre temas muy graves, tanto para México como para el resto del mundo”.

Estrada confirma algo que puede apreciarse cabalmente sobre el final del sexto capítulo, cuando Las muertas se ha transformado en un relato de juicio y las hermanas y colaboradores más cercanos se enfrentan a una inevitable condena. “La prensa distorsionó mucho los hechos, porque descubrieron que cuanto más escandalosos, más amarilllistas los hicieran, más éxito de ventas tendrían. El morbo de querer saber cómo podían haberse dado por tanto tiempo y con tanta impunidad esos acontecimientos. Ibargüengoitia sabía que era muy difícil poder llegar a la verdad de lo que había ocurrido en esos burdeles, cómo había sido realmente la protección que les brindaban las autoridades políticas, policiales y judiciales. La sociedad misma que las cobijaba. Lo que hizo entonces el autor fue tomar algunos de esos hechos y transformarlos en una ficción. No es casual que una de las frases más famosas de la novela sea el epígrafe con el cual comienza: ‘Algunos de los hechos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios’. Y así fue creando este gran libro, a mi entender una obra maestra, que también formó parte del boom latinoamericano, aunque hoy no sea tan conocido fuera de México”.

La miniserie Las muertas es, para su creador, un juego de espejos: un relato audiovisual que refleja la novela y, a su vez, la realidad histórica. “Me interesa que quien conozca la novela la reconozca en la serie y, por otro lado, que quien vea la serie sin conocer el texto se interese por él”. Respecto del formato seriado, una gran primera vez para el cineasta, Estrada reconoce que el primer sorprendido es él mismo. “A lo largo de mi carrera nunca se me ocurrió acercarme de esta manera al audiovisual. Y no digo ‘la televisión’ porque creo que los términos son cada vez más difusos. Pero adaptar Las muertas era un proyecto que tenía en la cabeza desde la adolescencia. Ser director de cine me tocó casi por destino, porque mi padre se dedicaba a eso. Leí el libro apenas salió publicado y pensé de inmediato que de allí podía crearse una gran película. A lo largo de los años intenté un par de veces hacerme de los derechos, pero nunca pude, aunque la historia seguía dándome vueltas, tomando apuntes. Y ya en esos momentos me di cuenta de que sería demasiado complicado resumirla en dos horas. Había que dejar afuera demasiados eventos y personajes relevantes. Y así, mucho tiempo después, llegó la propuesta de Netflix. Me preguntaron qué me gustaría hacer y la respuesta fue Las muertas. Como por arte de magia pudieron conseguir los derechos y muy rápidamente llegamos a la conclusión de que el mejor formato para contar esta historia era una serie. Pero más que una serie, con sus episodios normales, para mí Las muertas está conformada por seis películas que se interrelacionan entre sí a partir de un eje, el ascenso y caída de las hermanas Baladro. O bien una película de casi siete horas dividida en seis partes, pero hecha con el mismo rigor que cualquier otro largometraje en mi filmografía”.

ASUNTOS ESPINOSOS

El capitán Bedoya (Joaquín Cosio) tiene quien le escriba y le llame por teléfono: las hermanas Serafina y Arcángela Balastro, interpretadas respectivamente por Paulina Gaitan y Arcelia Ramírez. Las “madrotas” principales de las casas de putas que comienzan a aflorar en los pueblos ficcionales de Plan de Abajo y Mezcala. Bedoya es el principal colaborador en el poder militar de las empresarias de la carne, pero no el único: allí están los abogados, jueces, diputados, policías y hasta el cura, que santifica con agua bendita los lechos que serán utilizados para el placer, previo pago del precio convenido. Mientras tanto, en paralelo –la narración de Las muertas va y viene en el tiempo, desde alguno de los presentes a algún pasado, y viceversa–, los cuerpos de las mujeres comienzan a ser hallados a la vera de una ruta o bien enterrados a escasos centímetros de la superficie de un patio abandonado. Los asuntos espinosos están muy presentes, pero Estrada también considera que la serie “es un retrato fantástico alrededor de un México, y de una época, al cual todavía nos parecemos demasiado”. Y si bien el caso real, según se desprende de la información judicial y periodística, parece haber sido mucho más terrible que los hechos narrados en la novela y la serie, el realizador considera que “de ninguna manera pintamos a las protagonistas como inocentes, ni nada por el estilo”.

Fiel a algunos principios rectores del melodrama clásico, aquí el destino parece acercar algunas de las jugadas más importantes, y los accidentes están a la orden del día. “Hay muchos accidentes, pero estos se dan en un contexto. En la serie vemos a las Balastro cometer los crímenes más espantosos, espeluznantes: mantener encerradas a las muchachas, someterlas a torturas, matarlas de hambre. Y, desde luego, toman decisiones erróneas, unas tras otras, que son las que llevan al ocaso de su imperio de lenocinio. O trata de blancas, como se le decía en aquellos tiempos. Eso fue algo que me pareció apasionante: en estos tiempos de tanta corrupción política, de tanta doble moral, hacer una serie provocadora. Contar la historia como fue concebida en su momento, sin cuidar demasiado la corrección política, porque es un retrato de un momento histórico. Porque además Ibargüengoitia, tal y como lo hicieron otros grandes escritores como Gabriel García Márquez, William Faulkner o Juan Rulfo, creo un lugar imaginario para hablar del mundo real. Un microcosmos que refleja a una sociedad y a un país. Un país que, además, tenía problemas que se parecen mucho a los que tenemos hoy”.

CAPÍTULOS Y TONOS

Con la ayuda inestimable de La Calavera (notable Mauricio Isaac en un rol femenino), las Balastro atraviesan apogeos, mesetas y caídas mientras los años transcurren y las “chicas” van y vienen. Las que no se quedan a mitad de camino, desde luego. Y así se suman acontecimientos e incidentes, que incluyen la compra de un rancho para diversificar negocios y la imprevista necesidad de ingresar a un local clausurado por la ley a través de la casa de una vecina. El humor oscuro forma parte inestimable de la ecuación, como así también la exposición de las hipocresías y cinismos personales y sociales a través del prisma satírico, aunque tampoco escasean los vínculos pasionales, más allá de las relaciones por conveniencia y de poder necesarias para sostener la economía.

“Eso también fue para mí algo importante. Me siento parte de una tradición cinematográfica universal y tengo mis directores favoritos, a los que siempre recurro como referencia para mis actores, para ir concibiendo el universo que estamos creando. El manejo de la luz, el sonido, la música, que es otro personaje importante en la serie. Pero también me siento parte de una tradición del cine mexicano, por herencia directa y además porque me formó como espectador. Antes que realizador soy cinéfilo. Cada capítulo de Las muertas tiene su propio tono y tratamiento dramático o de lenguaje. La novela también va transitando distintos géneros. Así, hay una historia de amor loco en tono de film noir y una sátira política con todas las fuerzas vivas de la sociedad representadas; luego, la serie adopta los lineamientos del thriller y el cine de suspenso, después se cruza al horror, me animaría a decir de tono gótico, y finalmente se transforma en una película de juicio”.

Las muertas se podrá ver a partir del miércoles 10 en Netflix.