El Tesoro ya intervino en el mercado cambiario y suma ventas por unos 352 millones de dólares desde mediados de agosto. Según referencias del mercado, sólo en las últimas jornadas habría colocado cerca de 130 millones el martes y 50 millones el miércoles, lo que confirma que el Gobierno dejó atrás la idea de flotación libre y avanza con una administración mucho más rígida del dólar. La decisión busca contener la presión en la previa electoral y evitar una escalada que desate un nuevo salto inflacionario. La señal fue explícita: después del anuncio de intervención oficial se repitieron ventas en la plaza y se consolidó un esquema en el que la autoridad monetaria y Hacienda actúan de manera coordinada, mostrando que la estrategia de sostener el tipo de cambio se volvió una prioridad absoluta.
Esa intervención dejó al descubierto un nuevo techo implícito dentro de la banda cambiaria fijado en 1.362 pesos. En ese contexto, el dólar del Banco Nación se mantuvo en 1375 pesos; el blue subió 0,7 por ciento y cerró en 1365, mientras que el MEP avanzó 0,4 hasta 1375 y el CCL 0,6% a 1380 pesos.
Los activos burssátiles reaccionaron con leves mejoras. Las acciones argentinas que cotizan en Nueva York recuperaron parte de las pérdidas recientes y los bonos en dólares mostraron una suba moderada, aunque sin modificar el clima de cautela. La plaza local se movió en la misma línea, con una recuperación acotada que no alcanza para revertir las caídas acumuladas en agosto.
El riesgo país bajó apenas 5 puntos pero aún permanece en niveles elevados y refleja la desconfianza de los inversores respecto de la capacidad de pago del Gobierno. Los operadores destacan que se trata de un rebote técnico más que de una mejora de expectativas, en un mercado que sigue midiendo cada señal del frente político y económico.
La contracara de las intervenciones oficiales es el costo que implica sostener el frente cambiario. Entre septiembre y enero vencen 6800 millones de dólares de deuda, lo que alimenta dudas sobre la disponibilidad de divisas para cumplir con esos compromisos. Cada venta de dólares en la plaza refuerza esas inquietudes y condiciona la estrategia de los próximos meses, sumando un desafío adicional a la política económica en un contexto electoral particularmente sensible. A la presión de los vencimientos se suma el costo de mantener la calma cambiaria, lo que genera tensiones entre las necesidades del corto plazo y la sostenibilidad de mediano plazo.
Al mismo tiempo, el endurecimiento de la política monetaria suma otro factor de presión sobre la economía real. La suba de tasas golpea el crédito y encarece el financiamiento de las empresas, que advierten sobre un freno creciente en la producción. El costo del dinero se elevó a niveles que desalientan la inversión y restringen la posibilidad de sostener el capital de trabajo. El resultado es un deterioro de la actividad que empieza a reflejarse en los primeros datos de agosto, con menor dinamismo en la industria y en el consumo.
En esa línea, se registró por primera vez en más de un año caída del crédito a empresas El encarecimiento financiero reduce la capacidad de maniobra del sector productivo y afecta tanto a grandes firmas como a pequeñas y medianas, que ven cada vez más limitada la posibilidad de sostener niveles de producción y empleo.
Los relevamientos privados anticipan que el freno económico se profundiza y que la recesión podría instalarse de manera más clara en los próximos meses. El retroceso de indicadores de consumo y producción industrial marca un sendero descendente difícil de revertir mientras se mantenga el esquema de tasas elevadas y control cambiario. Las decisiones del Gobierno logran, en parte, contener la tensión inmediata, pero a costa de reforzar las dificultades en la economía real y de comprometer la recuperación en el mediano plazo. El riesgo es que, aun consiguiendo cierto orden en el mercado de cambios, el deterioro en la actividad termine pesando más sobre el clima social y político.
En síntesis, la estrategia oficial combina intervención cambiaria y endurecimiento monetario para administrar la coyuntura electoral. La apuesta es ganar tiempo, evitar un salto brusco del dólar y sostener cierta calma hasta octubre. Sin embargo, el costo en reservas y el deterioro de la actividad exponen la fragilidad de fondo.
La tensión entre lo financiero y lo productivo atraviesa toda la agenda económica, con un horizonte que se mantiene cargado de incertidumbre y con riesgos crecientes a medida que el calendario electoral se acerca. El equilibrio, por lo tanto, se sostiene sobre bases endebles y con resultados que difícilmente puedan prolongarse más allá del corto plazo.