Corrían los días del año 2015. Año de campaña electoral a nivel nacional. La presidencia se disputaba entre Daniel Scioli y Mauricio Macri. Ninguno de los dos me gustaban, ayer, hoy ni mañana. Ganó Macri, la celebración de su triunfo fue patética.

 

Más aún cuando ya habiendo sido electo, termina de desnudar algunas de sus intenciones, y con total impunidad exclama: ¡Vamos a terminar con el curro de los Derechos Humanos! 

Uno de los primeros logros de esta Democracia hasta el momento formal, comenzaba a tambalear más firme. Si atacan a los Derechos Humanos, también atacan a los derechos de las mujeres, las infancias, las adolescencias y también a los grupos LGTBQ+.

¿Cuál será la vara que mide la genialidad en un momento que tantas esperanzas se veían amenazadas?

En el mito hebreo Eva es castigada por su deseo de conocer, para lo cual transgredió el mandato, “no te acerques al árbol”. Es a partir de este mito que se universaliza para todas las mujeres y se replica a través del tiempo, que somos culpables por desear. Es decir, que “somos herederas de una moral inquisidora” (Mizrahi; 1990).

La Inquisición que persiste en las representaciones colectivas a través del tiempo, se propaga como una onda en el agua, en un sin-fin de culpas.

Escribir, marchar, como resistencia desde los márgenes para hacer cuerpa con otres, resistir luchando para y por nosotras. Las que estamos, las que ya no pueden hablar y para quienes vienen detrás nuestro y también al lado.

¿Ser geniales por ser herederas de la culpa de desear? ¿Acaso la genialidad será un castigo, una disciplina? En la actualidad y en nuestro país, específicamente, tenemos tres mujeres que están siendo acusadas y dos detenidas por desear por sí mismas, por desear más allá de lo permitido. Ellas son Milagro Sala, nuestra ex-presidenta Cristina Fernández de Kirchner y ahora se suma la persecución a la periodista Julia Mengolini.

Cada una de estas mujeres provienen de sectores sociales diferentes, diferentes grupos etarios y Milagro Sala proviene de una etnia diferente, es decir, que se atrevió aún más.

 

Ser geniales es un gran trabajo psíquico y subjetivo que nos resta energía para construir con otres. Entonces, ese esfuerzo muchas veces denodado enajena nuestro sentir-pensar ya que pertenecer o formar parte del sistema, para nosotras tiene una doble vara. Nos constituimos en “lo otro”, mientras los varones siguen permaneciendo allí.

 

Nosotras proponemos la desobediencia para capitalizar nuestra potencia, para que el ser geniales no sea un disciplinamiento, sino una transgresión constante. Ser geniales con nuestros deseos, ser geniales entre nosotras y con nosotras.

 

Hicimos el #NiUnaMenos y llenamos las calles de tetas sin permisos patriarcales, con gritos, cantos y llantos de emoción por la potencia que percibíamos y lo contagioso que resultaba estar allí.

Habitamos la histórica Plaza de Mayo con frío, pero apapachadas las unas con las otras exigiendo la IVE, hasta que en 30 de diciembre del año 2020, lo conseguimos.

 

Proponemos una desobediencia irreverente, con potencia transformadora para salirnos de la obediencia-debida y de-vida.

Dorcas Bressán