Cuando Jacob Collier salió a escena y se sentó frente al piano, su inocencia evocó a Schroeder: el precoz músico de la serie animada Snoopy obsesionado con Beethoven. Otro rasgo que los unió fue su habilidad en la ejecución. No obstante, mientras el amigo de Charlie Brown toca un instrumento de juguete, el artista inglés hizo que cualquiera de los artilugios que interpreta parecieran chiches. En lo que sí contrastan es en su carácter. Y es que el personaje de ficción es tan perfeccionista que lo padece; en tanto que su colega de carne y hueso lo único que persigue es divertirse y que los demás disfruten del juego. Justo esto último quedó testimoniado en las dos funciones que el joven maravilla brindó el lunes en el Teatro Gran Rex, en su tercer asalto a los escenarios de Buenos Aires.

Tras su debut local en Niceto Club, de la mano de su primer álbum, In My Room (2016), experiencia que recordó en uno de los tramos del show, el multiinstrumentista se embarcó en una epopéyica saga discográfica a la que tituló Djesse. Vale la pena subrayar que no cualquier artista es capaz de hacer de su segundo trabajo de estudio una obra conceptual. Aunque, en ese sentido, lo aventaja su compatriota Fred Again (una de las sensaciones de Lollapalooza Argentina 2023 y flamante amigote de Ca7riel y Paco Amoroso), quien se estrenó en las plataformas digitales de música con la terna de álbumes conceptuales Actual Life (2020 – 2022). La osadía del músico electrónico atrajo la atención de íconos de la vanguardia cultural de su país, entre los que destaca Brian Eno, al punto de que en 2023 grabaron el disco Secret Life.

Los tres primeros volúmenes de Djesse ahondan en la instrumentación orquestal, la introspección folk y la música urbana y el pop, respectivamente. Al tiempo que la cuarta y última entrega, que fue la que le permitió al londinense reencontrarse con el público argentino en esta oportunidad, se destaca por el eclecticismo. Poniendo especial énfasis en la parte vocal. De hecho, grabó los coros que hacía el público en sus diferentes recitales, lo que patentó en el tema “100000 Voices”, con el que abrió el track list de su más reciente trabajo de estudio, al igual que su performance. Al mejor estilo de Freddie Mercury, Collier, una vez que ingresó al tablado fluyendo con sus crocs, empezó a graduar con sus manos (tal cual director coral) la intensidad de las voces de la muchedumbre, previo a que esto deviniera en canción.

Sin embargo, no fue el único momento en que se planteó la interacción con la audiencia en la dialéctica vocal. De las dos horas de duración del recital, un tercio estuvo dedicado a ese toma y daca, ocupando casi toda la totalidad de la última parte del relato. Mientras que buena parte del repertorio se enfocó en el nuevo disco, que, por más que haya estado nominado a “Álbum del año” en la pasada entrega de los premios Grammy, dividió las aguas entre el público y la crítica musical. Y es que por momentos es tan alegre, vigoroso e irreprimible que parece irregular, desordenado e incluso maximalista. A lo que se sumó el ensayo con estilos musicales disímiles entre sí, que van del doom metal hasta la samba. Pero eso poco pareció importarles a los asistentes de la segunda función.

Las emociones en la sala fueron tan intensas que en un santiamén podían pasar de la euforia colectiva a la conmoción traducida en lágrimas, como cuando Collier se animó a cantar en español “El día que me quieras”, de Gardel y Le Pera. O más bien a reinventarla a su imagen y semejanza. Mucho antes de que llegara a esa instancia del show, el artista, luego de tocar “100000 Voices”, se levantó del piano, y tomó su guitarra Strandberg, cuyo modelo personalizado pareciera sacado de Playmobil, para rockearla en el pop progresivo (afín al palo de la generación post Codlplay, de Imagine Dragons o Bastille) “WELLLL”. A continuación, el músico volvió al piano para hacer el R&B “Wherever I Go”, que coprotagonizó con su corista y guitarrista Parijita Bastola.

A propósito de esto último, lo que hizo la banda que respaldó al inglés fue encomiable. Y es que tuvieron que representar roles que originalmente no fueron diseñados para ellos. En el caso de “Wherever I Go”, por ejemplo, entre Bastola y Collier debieron resolver las voces de los invitados del tema, el legendario Michael McDonald y Lawrence (cantante de los indie pop Felt). Algo parecido a lo que aconteció en “Little Blue”, donde la tecladista y corista Erin Bentlage sustituyó a Bradi Carlie, la comensal del tema. Lo que arrancó la ovación tempranera, acompañada por el “Olé, olé”. Entonces el artista recogió el guante y bromeó diciendo que estaba sorprendido con el arrebato porque el show recién estaba empezando. Así que la dejó picando acerca de lo que pasaría en el final.

Pero si hay algo que pareciera gustarle al cantante y compositor de 31 años es jugar para la tribuna, con decisiones que bordean la pirotecnia, metafóricamente hablando. Como colgarse el bajo cuando ya tiene a Robin Mullarkey en ese puesto, para groovearla en la jazzy “Time Alone With You”. De pronto, ambos entraron en una especie de mano a mano que sacó a florecer un poco de caos y suciedad frente a tanta pulcritud, lo que le vino bien a la dinámica del recital. Sucede que hasta ese momento la propuesta performática se debatió entre la solvencia académica y el equlibrio emocional. “Jacobo”, como bien se había presentado al inicio de esta vuelta, a continuación se plantó ante el teclado en “The Sun Is in Your Eyes”, versión pasada por varios filtros de voces, lo que la volvió, si se quiere, más divertida.

Luego de esa versión barroca de un hit que sólo llegó a circular como single, Collier agarró nuevamente el bajo para despachar “All I Need”, partícipe del volumen 3 de Djesse. Fue tanta la contundencia de ese R&B de tintes góspel que caló hondo en el ambiente. Se trató de un sacudón emotivo, lo que estableció un punto de inflexión en el show. De lo mejor de la noche. Pero antes que ponerle paños fríos al asunto, el multiinstrumentista redobló la apuesta al rescatar “Mi corazón”, de su último trabajo: pop latino interpretado en espanglish (comparte dueto en la grabación con el cantante colombiano Camilo), en el que apeló por la percusión, al menos al principio. Desde ahí comenzó a dialogar con el baterista, Christian Euman (completa el line up el violero Ben Jones), para luego mecharla con “Libertango”, de Piazzolla.

Acto seguido, el músico se tomó unos minutos para hablar de Djesse, serie de discos a la que definió como “una visita turística”. “Me enamora la sensación de estar rodeado de gente que nunca más se volverá a ver. Mírense. Todo comienza escuchando, es así de simple”. Lo que dio pie para una reinvención medio minimalista y extraterrestre de “Can’t Help Falling in Love”, de Elvis Presley, con él frente al teclado y manipulando su voz; a la que le secundó otra de “El día que me quieras”, esta vez en el piano. No contento, siguió apropiándose de lo que encontraba a su paso, como “Fix You”, de Coldplay, y “Somebody to Love”, de Queen. Y en el medio de esa inmensidad sensiblera, el carisma hecho hombre se paró al frente del escenario y logró lo inaudito: hacer de un teatro inexperto la mejor coral de este mundo.