“Como si necesitara de los ojos para verlo”, dice la narradora de “Harry”, uno de los relatos del libro Zambullida, de Salomé Wochocolosky, antes y después de nombrar a su hermano mayor, el que duerme en la calle, en la esquina de su casa, y que antes dormía a una cuadra, en la puerta de una fábrica de trapos de piso. 

Todo está delante de los ojos en Zambullida (¿qué distancia hay entre los ojos y ese delante?), una construcción de evidencias que recuerda y cuenta cuando puede hacerlo. Lo que guardó el silencio se revela ahora a boca abierta sobre un andamio, a buen ritmo y sin perder el equilibrio. 

Son relatos volcánicos que enhebran pasiones con belleza y gracia: ¿de dónde vienen los temores que paralizan?, ¿cuánto cuesta sentir lo que los demás a veces esperan que sintamos?, ¿cuándo se pierde la dignidad en el trabajo?, ¿cuántas frases leídas en sobrecitos de azúcar recordamos?, ¿se puede ser feliz sin dientes? 

Un muestreo de bofetadas enseñadas como verdades: “Papá me enseñó sobre plomería, electricidad y también algo que se volvería una tradición: construir a un enemigo a quién odiar y echarle la culpa de nuestros males” y sus consecuentes penas (las que se cargan y las que se infligen), arquean la flecha disparada sobre la memoria emotiva. 

Con aparente sencillez –don de una voz rápida y temprana que narra cada escena con el mejor tenor de la confesión y el dolor–, los relatos de Zambullida se sumergen en aguas espesas, nada sencillas, no se mira para el otro lado cuando un perro está a punto de ser atropellado. 


Salomé Wochocolosky, pisciana que nació en Villa Crespo, estudió sociología, coordinó talleres de escritura en bachilleratos populares y en el Hospital de Emergencias Psiquiátricas Alvear, militante, activista gorda y por las disidencias sexuales de género e identitarias, escribió historias que nos dejan escuchar el impacto de la inmersión, una inmersión en el amor desesperado, en la vergüenza, en la expansión en éxtasis, en el perdón que no perdona, en la mentira y en demás añoranzas que la educación sentimental motiva. 

Tapada por el agua, la voz de Zambullida también está a la intemperie, una intemperie que le pierde el miedo a los días exentos y deletrea la palabra sed. Ventajas acuáticas de la ficción que cuenta una biografía. 

“No bien entré, pensé en sentarme en el borde y dejarme caer. Aprendí a hacerlo así para no salpicar, evitar llamar la atención o que se rieran. Pero cambié de opinión. Subí a una de las tarimas en donde están los trampolines de cinco metros y me tiré de cabeza.” 

Zambullida nos salpica en felicidad literaria, cortesía de Salo y el agua.       

Zambullida

Salomé Wochocolosky

Paisanita Editora

93 páginas