Invitada por la Fundación Rosa Luxemburgo, la antropóloga ecofeminista española Yayo Herrero estuvo en Argentina para compartir encuentros con organizaciones que luchan por construir alternativas para vivir en un mundo más inclusivo. “Estuve en Córdoba, en Rosario y acá en Buenos Aires, con compañeras de los feminismos territoriales y de los ecofeminismos. Los encuentros fueron muy interesantes, pero a diferencia de cuando estuve en 2019, veo hoy un momento de cierta tristeza y de dolor, hay mucha gente que tiene puesto el 100% de sus energías en la pura supervivencia, aunque sin dejar de pensar en cómo organizarse para resistir”, dijo Yayo en diálogo con Las12.
¿Es posible pensar en el ecofeminismo dentro del sistema capitalista?
--Bueno, en realidad, hay que pensar en el ecofeminismo contra el sistema capitalista. Desde mi punto de vista las miradas ecofeministas constituyen sobre todo una cosmovisión que lo que hace es desplazar el centro de gravedad de la vara de medir el dinero y la acumulación al sostenimiento de la vida, de todas las vidas, y no de cualquier manera, sino con dignidad. Y en un contexto como el que tenemos ahora con un capitalismo desatado y extendido que se apoya, como se apoyó siempre, sobre tres patas que lo acompañan, el antropocentrismo, el patriarcado y el colonialismo, es más compleja esa lucha. Este capitalismo, que lleva funcionando unos cientos de años, se intensificó en su voracidad en los últimos 70 y 80 años. Estamos en un momento en el que ha superado los límites físicos de la Tierra, en el que ha cambiado de tal manera las dinámicas de los ciclos naturales que ha convertido a nuestro planeta casi en un lugar extraño. Y como no puede ser de otra manera, siendo seres dependientes de la tierra, está provocando una verdadera destrucción de las condiciones de vida de las personas en muchísimos lugares, además de los vínculos y las relaciones. Por tanto, no solamente es que no se pueda pensar, sino que desde mi punto de vista, es crucial pararse a pensar y a plantearse algunas de las cosas que vienen planteando las miradas ecofeministas para recomponer lazos rotos con la naturaleza y también vínculos entre personas que puedan frenar esta dinámica de guerra contra la vida que es capitalista, que es ecocida, que es patriarcal, racista, y colonial.
¿Qué tienen para aportar los transfeminismos territoriales y los pueblos originarios en este escenario que describís?
--Tienen mucho que decir porque precisamente estos movimientos se articulan nombrando estas tensiones y desplazando ese peso de la política hacia la centralidad de la vida. Los feminismos, no todos, lo hicieron siempre, al igual que los transfeminismos, los ambientalismos y los pueblos originarios, que vienen a ser un poco como un faro que nos permite de alguna manera visibilizar otras formas de articular la vida en común sabiendo que somos cuerpos y a la vez territorio.
También pensaba en el tema de los cuidados que hace unos años que está bastante en agenda y que desde los transfeminismos puede resumirse en la frase "Nosotres movemos el mundo", en España también es un tema muy actual, ¿podrías contarnos?
--En España hace ya tiempo que las miradas de la economía feminista empezaron a traer esto al centro. Eran miradas de la economía feminista que decían que la perspectiva de género dentro de la economía no era solamente una lógica de incluir mujeres en la economía, sino que la economía feminista lo que hacía era poner patas arriba precisamente la estructura del modelo económico dominante. Un modelo económico que está centrado, digamos, en los indicadores monetarios y que desprecia tareas, trabajos, esfuerzos que sostienen en cotidiano y generacionalmente la vida, igual que desprecia los ciclos naturales y los bienes de la tierra que son contabilizados para hacer nuevos negocios ambientales. La economía feminista pone los cuidados en el centro y el diálogo que se ha producido entre la economía feminista y la economía ecológica confluye en una articulación de la economía crítica que habla del cuidado como una tarea que ha sido históricamente realizada por mujeres. Y no porque las mujeres estemos mejor dotadas genéticamente para hacerlo, sino porque es una imposición del patriarcado, pero habla también de los cuidados al resto de la vida, a los ciclos naturales, a nuestros compañeros de aventura planetaria que son las plantas, los animales, los microorganismos, las bacterias; es el cuidado hacia la propia especie humana.
Otro tema que atraviesa los límites entre capitalismo o vida es el genocidio en Palestina y allí también las denuncias de los feminismos son clave.
--Creo que lo que está pasando en Palestina es como el paradigma de la crisis actual, que más que crisis es en realidad una dinámica de guerra contra la vida. Digo que es el paradigma porque lo recoge todo; es un problema que tiene un origen colonial porque el gobierno genocida de Israel, además de estar intentando expulsar de la tierra a gente que vive ahora mismo en la Franja de Gaza porque fue expulsada de sus territorios en las ofensivas anteriores, en algunos momentos se ha llegado a ocupar el territorio de otros países, como fueron los Altos del Golán para recoger el agua que en los momentos de deshielo venía desde allí y que Israel necesitaba para poner en funcionamiento sus cultivos u otras actividades, también está en juego el gas natural que hay en la en la Franja de Gaza. Y lo que estamos viendo es cómo se comportan los modelos capitalistas en esta etapa del capitalismo que ya supera con mucho el neoliberalismo. En tiempos de crisis eco social absoluta, hay gobiernos que se comportan como si hubiera gente que sobrase.
Se ve también en las políticas migratorias de algunos países, ¿no es cierto?
--Totalmente, hay gobiernos que encierran a las personas migrantes encadenadas en jaulas y las exhiben; es una exhibición de la crueldad, que tiene su paradigma, como si fuera una especie de emblema, en lo que está sucediendo en el genocidio contra el pueblo palestino. Pareciera ser una especie de aviso o de adelanto de determinadas dinámicas que se están produciendo con las emergencias de unas ultraderechas que ya son mucho más de lo que fue siempre la ultraderecha. Son procesos deshumanizadores, de acumulación, de blindaje de las élites y de desprecio al resto de la humanidad y desde luego al resto de los seres vivos.
¿Y vos crees que este tipo de capitalismo que estás describiendo, crea estas subjetividades para hacer que no salgamos a denunciar masivamente, no solo el genocidio en Palestina, sino también lo que pasa con los saharauis o lo que pasa en nuestra propia ciudad de Buenos Aires que, en un país rico en bienes naturales, hay familias enteras durmiendo en la calle?
--Creo que éste es un momento como de shock inicial, como esto que contaba Naomi Klein de la doctrina del shock. Estamos en un momento en el que lo que hemos llamado crisis ecosocial, la dinámica de la guerra contra la vida, empieza a manifestarse ya de una forma brutal. Hay muchos territorios, procesos y países que comienzan a dar síntoma de colapso y con colapso me refiero al desmoronamiento de todo un marco moral, político, ético y económico, que no es que fuera perfecto ni mucho menos justo, pero sostenía, de alguna manera, las estructuras. En este momento, el cambio climático, el agotamiento de bienes y minerales de la tierra (cuando hablo de agotamiento, me refiero sobre todo al declive en la rentabilidad económica o energética de las extracciones), las alteraciones en el ciclo del agua, están poniendo en jaque una buena parte de los metabolismos del mundo. Lo que estamos viendo son economías estancadas; el caso, por ejemplo, de China que todavía crece, pero con un crecimiento mucho más ralentizado y las economías centrales, como son la francesa o la alemana, están completamente estancadas cuando no en ligeras recesiones. Estamos en un momento en el que empieza a hacerse visible la imposibilidad del crecimiento global de la economía en un contexto de límites físicos. Y creo que lo que estamos viendo con estas emergencias de estas ultraderechas, absolutamente deshumanizadas, crueles, despiadadas, es la respuesta distópica a esta situación de crisis ecosocial. Hay sectores y élites que pretenden seguir manteniendo sus estilos de vida, incluso hacerlos crecer, blindando sus privilegios gracias al poder económico, el poder político y el poder militar y la contrapartida es que amplios sectores de la población quedan cada vez más fuera de los márgenes de la vida digna cuando no fuera de la propia vida. Creo que esta exhibición de crueldad que estamos viendo es una respuesta mutante, que si bien advierte la crisis, toma nota de ella, no la nombra y lo que hace es actuar y pregonar una especie de amenaza que se vuelca a las personas migrantes o a las personas pobres o a las mujeres o a los ambientalistas y que sirve de alguna manera para generar una cultura de odio que les permite crear una pantalla en la cual siguen actuando, descartando población. En lugar de pensar en una redistribución que permita que toda la gente siga dentro, actúan como si lo que pasara es que sobrara gente.
¿Y qué se puede prever para el futuro con este panorama actual?
--Esa es la tensión y yo creo que vamos a ir viendo momentos con picos de subidas y de bajadas, momentos turbulentos socialmente, que desde mi punto de vista lo que requerirían por parte de los movimientos sociales y de las organizaciones políticas que ponen en el centro vidas emancipadas para todos y todas sería el hecho de mirar esa realidad con mucha claridad, nombrarla sin tapujos y desde ahí pensar cómo abordarla. Creo que parte también de lo que está pasando es que una buena parte de las izquierdas más convencionales o de los progresismos no están nombrando los problemas y pretenden atajar las crisis con las mismas lógicas que se pusieron en marcha en épocas anteriores, con más crecimiento, más redistribución en un contexto en el que eso no es posible. Entonces, creo que por eso, muchas veces los progresismos o las izquierdas decepcionan o dejan también en cierto modo abandonadas las expectativas de muchísima gente y tienden alfombras rojas para que entre la ultraderecha de forma casi imparable.
¿Cuáles son para vos las particularidades de los feminismos latinoamericanos y argentinos?
--Lo que más me gusta es la forma en la que esos feminismos se han encarnado en las vidas populares; son feminismos que nacen de la calle, de las comunidades, de los colectivos en resistencia, de las estrategias de apoyo mutuo. En España hay un movimiento feminista muy rico y muy fuerte y feminismos que son capaces de mirar los problemas de una forma integral, que tienen una vocación muy grande de ser populares, pero yo creo que no está tan trabada esa alianza de los feminismos con lo popular. Curiosamente pensaba yo estos días que donde más está trabado está con lo popular es en los lugares donde ha habido también muchas feministas latinas, es decir, mujeres que han migrado, que son trabajadoras del hogar, que van creando unos vínculos y unas luchas compartidas estupendas y que han aportado esa mirada que yo creo que también bebe mucho de la educación popular. Me parece que las dinámicas de educación popular en América Latina van vinculadas a la política. En mi país a veces hay gente, en el ámbito de la política, que dice que la política no tiene nada que ver con la pedagogía y que eso es una cosa que está en otro lugar y a mí me parece que tienen que ir completamente interconectadas. Yo creo que aquí, los movimientos políticos y sociales están muy impregnados de una metodología de la educación popular que los hace tremendamente especiales.
¿Y en qué estás trabajando ahora?
--Yo trabajo en una cooperativa que se llama Garúa. Trabajamos alrededor de la transformación social, económica, metabólica y cultural, es decir, de lo que yo llamo transiciones ecosociales. Últimamente trabajo muchísimo en el ámbito del cambio cultural, con artistas, con museos, con espacios de la cultura popular, porque cada vez más tengo la sensación de que hay que hacer como un trabajo a ras de suelo. Yo vivo en un pueblo muy pequeño donde hay ganadería industrial y en mi pueblo quedan bosques comunales, quedan pastos comunales, hay unos rudimentos muy asentados de democracia de base y de resolución de los problemas a partir de lógicas comunes y, sin embargo, cuando hay elecciones generales, una buena parte de mis vecinos y mis vecinas votan a la derecha. Por eso pienso que la disputa cultural, que vayan a la raíz de los significantes, es imprescindible. Me parece que las palabras son de las cosas más hermosas que tenemos los seres humanos y pienso que el lenguaje es una cosa tan impresionante que si pierde la capacidad de hacernos entender mutuamente es como renunciar a la propia humanidad. El que la palabra conecte con la realidad, con el territorio, con lo concreto, que la palabra pueda servir para encontrar, para crear encuentros y no para para crear trincheras, me parece que es una cosa muy importante.
Trabajan también en la educación ecosocial, ¿podés explicarnos en qué radica?
--Sí, también trabajamos en la educación ecosocial, sobre el sentido de pertenencia a la tierra, la ecodependencia inevitable, la vulnerabilidad de los cuerpos y el hecho de que no hay persona que pueda vivir en solitario: siempre va a depender de una red interdependiente entre personas que hace que la vida se sostenga cotidiana y generacionalmente. También trabajamos en desvelar cómo funciona el colonialismo, el capitalismo, cuáles son sus lógicas y las falsas soluciones, por ejemplo, las que promete el capitalismo verde. Y, sobre todo, generamos que los espacios educativos puedan ser espacios de experimentación de hacer cosas en común. Creo que en este momento en el que se intenta zanjar esa guerra de clases desde la cultura del odio, desde el desprecio, desde la atrocidad, hay que plantarse y hacerse muy fuerte en la bondad, en el apoyo mutuo y en el amor; es decir, cuanto más hegemónico y más violento es el odio, más revolucionario es el amor. Estoy hablando obviamente no del amor romántico y el amor moña, sino de un amor social que es un amor que levanta el puño, que escupe, que confronta, pero que también agarra la mano y sostiene la vida.
Pensaba en cómo las redes de mujeres en los ámbitos más cotidianos sostienen la vida, como las trabajadoras en casas particulares o la complicidad que se genera en las peluquerías...
--Totalmente, yo me acordaba de que, por ejemplo, en España los mayores logros sindicales en los últimos años y las propuestas más biosindicalistas, están siendo las de las trabajadoras de las casas particulares, que muchas de ellas están en regímenes de semi esclavitud, tienen salarios bajísimos, y aunque tienen muy poquito tiempo libre, lo invierten para organizarse y no lo entienden como un tiempo de sacrificio militante sino que lo sienten como un tiempo de seguridad. Porque además no sólo se organizan para sobrevivir (se prestan dinero para llegar al final de mes, cuidan de sus hijes, se sostienen y apoyan) sino que también se organizan para disfrutar de la vida. Y lo de la peluquería, en mi pueblo es un espacio sanador de mujeres. La peluquera tiene una capacidad de escucha y una inteligencia absolutamente natural para entender las dinámicas de opresión. Pero además es un espacio para compartir las cosas que nos pasan, para reirnos, para construir comunidad.


