Salió de su casa visiblemente preocupado. Miró a ambos lados de una calle a oscuras. El apagón alcanzaba a todo el barrio. Era un domingo a la noche. Conseguir un taxi no era una opción, no había ninguno a la vista. Sin tiempo para reflexionar demasiado, comenzó a correr hacia la casa de su papá que, por teléfono, ya le había confirmado que a él no lo había afectado el corte energético. Fueron unas veinte cuadras. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Diez minutos?, ¿quince? Ya no lo recuerda. Lo que sí tiene presente, varios años después de la anécdota, es que llegó sudado y jadeando. Se plantó frente a la computadora y cuan-do se ingresó su usuario y password, ya había perdido la mayoría de las fichas con las que había comenzado el juego en la mesa final de ese torneo de póker. Había 70.000 dólares para el ganador.

Con lo poco que le quedaba, le alcanzó para resistir un par de manos, no mucho más. Un jugador ya había quedado eliminado y se quedó con el sexto puesto. Unos 4000 dólares. Pero él estaba convencido de que hubiera podido quedarse con el premio mayor.

Le pasó a un excelente jugador argentino de aje-drez. Uno de los muchos que, ante la falta de ingre-sos atractivos en el deporte que eligieron, se decidió por las cartas para sostenerse económicamente. Hoy, hablar de póker es algo absolutamente aceptado, pero en otros tiempos estaba mal visto. Como si el ajedrez estuviera asociado a la pureza y el póker fuera algo vinculado con los vicios.

En realidad, el póker es una actividad muy desa-rrollada más allá del ajedrez. Pero se convirtió en un trabajo constante y rentable para muchos ajedrecis-tas argentinos. ¿Por qué se vincularon tanto ambas actividades? No hay una razón puntual, pero si varias teorías. “Los dos son muy parecidos respecto de la concentración y la preparación que se necesita para determinados eventos o torneos. Hay teoría en ambos juegos y si respetás esa teoría te va a ir mejor”, dice Jacques Blit, que tiene 27 años y consiguió el título de maestro internacional en 2011, tras un torneo en Emi-ratos Arabes Unidos. A pesar de que sigue activo en el mundo de los trebejos, su principal trabajo es el póker.

Incluso, los jugadores top en la Argentina no pueden vivir exclusivamente del ajedrez. Muchos, para comple-mentar la billetera, tienen que dar clases. Con las cartas, la posibilidad del éxito económico está al alcance con mayor facilidad. “Alguna vez se dijo que si jugabas bien al ajedrez, el póker era una boludez. No es así, y no es una opinión mía. Es lo que pasó. Cuando empezó el éxodo de jugadores de ajedrez al póker –y no sólo acá, pasó también en España–, de cada diez jugadores que lo intentaron sólo a uno o dos les fue bien y terminaron viviendo del póker. Los resultados no fueron los espera-dos”, aclara el gran maestro Pablo Zarnicki, que hace 25 años se coronó campeón mundial juvenil de ajedrez.

Para él, el punto en común es el carácter que se debe tener para resolver momentos cumbres en cualquiera de los dos juegos: “Un ajedrecista profesional pasa horas intentando resolver jugadas en momentos de tensión, tenés que buscar la forma de superarlo, evi-tar equivocarte en los momentos decisivos. Yo tenía ese entrenamiento y me ayudó mucho en el póker. Cuando otros se ponen nerviosos, tenía la templanza que me había dado el ajedrez. Es más difícil construir esa men-talidad si no jugaste al ajedrez”, cuenta Zarnicki.

Uno de los puntos que se consideran en común es la matemática. Pero no todos concuerdan con esa teoría. “Hay cuestiones de matemática en los dos”, dice Blit. Zarnicki, sin contradecirlo, ofrece otra mirada: “La presencia de la matemática en el ajedrez está sobreestimada. Es un cálculo muy específico. Hay un pensamiento de avanzada en previsión y vas calculando variantes. Lo que se desarrolla es la capacidad de prever lo que va a ocurrir, imaginás lo que puede hacer tu rival, lo que va a pasar sobre el tablero. Creo que la confusión lo produce la palabra misma: cálculo. Ahí no te ayudan las mate-máticas, sino la memoria, la concentración. En cambio en el póker, la matemática está recontrapresente. El mazo tiene una cantidad de cartas: 52. Supongamos que en el flop (las primeras cartas comunitarias de la variante Holdem, la más popular), hay tres cartas de corazón. Además, vos tenés dos más en la mano y una es de corazón. Te falta una más para formar color. Y el mazo tiene 13 cartas de corazón. Vos ya estás viendo cuatro, por lo que sabés exactamente qué porcentaje de probabilidades tenés de recibir la carta que te falta”.

Esa reflexión conduce directamente a otro tema que aquellos que juegan al póker de manera amateur tal vez desconocen. Ganar o perder, casi nunca es cues-tión de suerte. “Hay una cuota de azar alta en el corto plazo. En el ajedrez, la mejor jugada gana. Pero en el mediano y largo plazo, el que hace mejor las cosas se va a imponer en el póker”, asegura Blit.

Enseguida, los profesionales del póker se encar-gan de aclarar la diferencia con los juegos de azar. “La quiniela te paga 7 a 1, cuando lo justo es 10 a 1. Ese 30 por ciento que te cobran ya te hace dar cuen-ta de que no es rentable. No ganás nunca. Lo mismo la ruleta, tenés un 3% de posibilidades de ganar. Es como tirar la plata a la basura”, resume Zarnicki, que ya no juega al póker, pero vivió durante diez años de esa actividad. Hoy es coordinador nacional de ajedrez escolar educativo. “Si en una mano en la que tenés un 80% de probabilidades de ganar te toca perder, es humano decir que el resultado está vinculado con la mala suerte. Pero vos en realidad podías perder una de cinco veces y ganar cuatro de cinco. En las cuatro que ganaste, no decís que tuviste buena suerte. Pero si el razonamiento es ese, sí la tuviste, porque si vos y tu rival apostaron 10 fichas cada uno y ganás, te quedás con 20, cuando el porcentaje de probabilidades indica-ba que te correspondían 16”.

Por supuesto, la suerte puede intervenir de otra manera. Otro jugador que prefirió reservar su identi-dad, contó que para un torneo por Internet se juntó con otros tres amigos para jugar en un certamen de 65.000 personas. “Antes de ver el flop (la primera instancia en la que se muestran las cartas), con una dama y un dos, quisimos hacer un bluff (algo similar a la mentira en el truco), para quedarnos con las apuestas ciegas (se apuesta una cantidad grande, esperando que el resto se retire), pero cometimos un missclick (un error de tipeo en la computadora). En vez de 1000, pusimos 10.000. Nuestro rival tenía un par de 10, lo que le daba una po-sibilidad de ganar del 75%. Terminamos haciendo color con el 2 y, al final, ganamos el torneo. Nos repartimos 150.000 dólares entre cuatro”, contó. 

LOS MECENAS

Como en muchas otras actividades hay fanáticos y amantes del juego que observan en esa pasión una oportunidad económica. Hay jugadores de póker que tienen un nivel aceptable, pero no lo suficiente para marcar diferencias y ganar dinero en grande. Muchos, empresarios, buscan en el ajedrez jugadores que puedan hacerles ganar dinero.

“Yo juego bancado”, dice un ajedrecista que pide re-serva sobre su identidad. Y explica la situación: “Podría ganar más por mi cuenta, pero también arriesgaría más. Tengo libertades y, si pierdo, está dentro del plan. No soy el único, formo parte de un equipo. Nos juntamos todos una vez por semana y estudiamos las manos, repasamos lo que hicimos. A estas personas les resulta rentable tener un ‘establo’. Nosotros somos sus ‘caballi-tos’. Saben que con una determinada cantidad de juga-dores, al final, siempre van a ganar. Nuestro sueldo es un porcentaje de las ganancias. Suele ser parejo, entre el 60/40 y el 50/50. Juego dos o tres veces a la semana y estoy entre ocho y diez horas frente a la computadora. Cada hora tenés cinco minutos de descanso para ir al baño o tomar algo. Si se hace más largo es mejor, por-que significa que estás ganando. Al ajedrez juego de vez en cuando, como hobbie”.