Un comentario irónico, que resaltaba el entorno familiar trumpista del presunto asesino de Charlie Kirk, le ha costado el trabajo al humorista Jimmy Kimmel. Fue cuestión de horas que la cadena ABC decidiera suspender "indefinidamente" el late-show después de que el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), Brendan Carr, amenazara con represalias si Kimmel no era despedido: "Por las buenas o por las malas". El tono tajante con el que el jefe de la FCC amenazó abiertamente a la cadena no es fruto del envalentonamiento por el asesinato de Kirk, ni una escalada en las presiones a los medios: es la consecución lógica de la campaña de represión que Donald Trump ha estado desplegando desde el día uno contra la academia, las universidades y la fiscalización de la prensa, el supuesto cuarto poder.
El emponzoñamiento contra las voces críticas en los medios de comunicación empezó poco antes de que Trump dejara la Casa Blanca en su primer mandato. La extrema derecha estadounidense ha ido construyendo durante estos años de impasse un sistema de medios alternativos - new media, como los ha bautizado el mismo presidente- que simpatizan con la causa, y que auparon a Trump de vuelta al poder el pasado cinco de noviembre.
Influencers con millones de seguidores como el difunto Kirk, y podcasters con grandes audiencias como Joe Rogan, jugaron un papel decisivo a la hora de disolver los titulares críticos de los periódicos con el republicano. Por no hablar del algoritmo dopado de Elon Musk, que en la recta final de los comicios daba mayor visibilidad a los discursos polarizantes y a las teorías conspiranoicas sobre un posible fraude electoral. Desde el asesinato de Kirk, el timeline de X se ha convertido en una catarata de acusaciones contra la izquierda y señalamientos públicos de personas anónimas por sus críticas al activista de extrema derecha.
Con un sistema mediático alternativo asegurado, desde el día uno la Casa Blanca ha empezado a marcar a los periodistas de los medios tradicionales. En los primeros meses de mandato vetó a la agencia Associated Press del pool -el grupo de periodistas que sigue al presidente- del Despacho Oval por no acogerse a la nomenclatura de "Golfo de América" que el presidente había dictado unilateralmente para el Golfo de México. AP estuvo sufriendo el castigo del mandatario durante semanas hasta que finalmente ganó la batalla en los juzgados.
Recientemente, Trump ha demandado al Wall Street Journal por revelar la existencia de la polémica felicitación que envió al pederasta Jeffrey Epstein por su cincuenta aniversario. Este mismo lunes, dos días antes de la censura a Kimmel, el presidente interponía una demanda contra el New York Times acusándolo de difamarlo y tratar de socavar su campaña electoral en 2024.
Muchas de las acciones que Trump está tomando contra los grandes periódicos y cadenas televisivas tienen las de perder en los tribunales. Pero el coste económico de todo el proceso puede suponer un duro golpe a las arcas de los medios.
Todo ello sin contar los acuerdos monetarios que cerró con grandes cadenas: ABC ya acordó pagar 15 millones de dólares al presidente para frenar la demanda contra uno de sus periodistas, y la CBS -propiedad de Paramount- abonó otros 16 millones para poner fin a la causa judicial que interpuso el magnate contra su programa 60 Minutes. En ambos casos, el presidente acusaba a las televisiones de difamarlo.
El desparpajo con el que Trump confronta los medios ha ido aumentando. Son notables las ocasiones en que ha criticado a algún periodista por hacerle una pregunta incómoda o que le ha advertido de que tomaba nota sobre el medio en el que trabaja. A finales de agosto, Trump se enardeció con un periodista de USA Today cuando esté le preguntó sobre la reciente sentencia de un tribunal que declaraba ilegales los aranceles recíprocos. Le acusó de formular la pregunta con falsedades y puso fin abruptamente a la rueda de prensa.
Este martes, mandó a callar a un periodista australiano que le había preguntado por los conflictos de interés entre sus negocios y su cargo público. "Estás dañando a Australia ahora mismo. Y ellos quieren llevarse bien conmigo. Tu líder vendrá a verme pronto y le hablaré de ti. Has puesto un tono muy malo, podrías ser más agradable", le advertía.
También amenazaba a otro reportero de la cadena ABC que le había preguntado con qué fundamento legal pretende perseguir los "discursos de odio": "Probablemente, persigamos a gente como tú porque me tratas muy injustamente y tienes mucho odio en tu corazón".
La dinámica chantajista del presidente también se ha contagiado al resto de los miembros de gabinete. En la sala de prensa de la Casa Blanca, durante el briefing diario, es común ver a la secretaria de prensa, Karoline Leavitt, amedrentar a los periodistas que formulan cuestiones incómodas o acusarlos de trabajar para un legacy media. Se trata de la etiqueta con la que la extrema derecha y el trumpismo agrupa a los medios tradicionales, a los que, entre otras cosas, acusan de demonizar al presidente.
Las demandas judiciales y los ataques solo son uno de los flancos de acción con los que Trump quiere arrinconar la prensa. El otro se refleja precisamente en la sala de prensa de la Casa Blanca, donde cada vez se agrupan más comunicadores que pertenecen a estos new media que interfieren con preguntas complacientes para el presidente. Leavitt cada vez que hace la rueda de prensa diaria otorga la primera pregunta a un nuevo representante de estos new media.
Algunas de las inquisiciones que se han podido escuchar de boca de estos periodistas amables con el presidente han sido sobre cómo lo hacía Trump para conservarse tan bien a sus 79 años. Este tipo de preguntas, que cada vez reciben más atención por parte de la portavoz de la Casa Blanca, le van restando espacio a las cuestiones que pretenden fiscalizar las acciones del presidente. Con ello, la función informativa de las ruedas de prensa va diluyéndose en medio de la propaganda del gobierno.