El mundo anterior a Tiktok está desaparecido. Si te encuentras un analógico por la calle es como si te sentaras en un pajar y te clavaras la aguja. Hay tanta desidia, tanta estupidez, tanto “idiote”. Un “idiote” es aquella persona que se desentiende de la política. No lo digo yo, lo dice la etimología de la palabra. El término idiota proviene del griego (idiotes) que significa persona que sólo se ocupa de lo suyo, que se desentiende de lo común, es decir de lo público, es decir de la política, es decir, de lo que nos pertenece a todos. 

Lo que no sabe el "idiota" es que, si no haces política te la hacen y que si dejas que te la hagan lo harán los peores, los más ineptos, los más corruptos, los más sinvergüenzas. Hasta aquí, la etimología. Pero por increíble que parezca, existe un numeroso contingente de “idiotes” que sí hacen política, que están empeñados en destruir lo común, es decir lo público, es decir, lo que nos pertenece a todos. Se engloban en ese neoliberalismo caníbal que sostiene que todo es susceptible de ser privatizado, y donde las perdidas y las deudas se enjuagan como públicas y los saludables beneficios como privados.

El tsunami electoral del domingo tal vez nos permita enterrar definitivamente esa concepción neoliberal de la mutación del fútbol argentino en sociedades anónimas. Esa idea para millonarios ociosos sentados en sus inodoros de oro que juegan con las cartas marcadas gracias a la cuna, la fortuna y los contactos. Patriotas del balón “pegaditos” a Milei, Macri, Scioli, Sturzenegger, personajes que han hecho varios viajes de ida y vuelta al corazón de las tinieblas y han tomado nota de cómo se vive en el averno. ¿Cabe preguntarse, si para este gobierno, de verdad, la conversión de los clubes de fútbol en sociedades anónimas era algo prioritario en los problemas de la gente? Resulta de un sadismo para principiantes gobernar pensando en el fútbol y su privatización mientras el país se caga de hambre y no llega a fin de mes. Al día de hoy, afamados tertulianos serviles se preguntan como se perdió el domingo.

Las SAD nos harán libres, nos dicen. Podremos elegir. Que ilusión. La heladera seguirá vacía y el último limón desencajado te soltara una lágrima mustia; pero eso si, tu equipo (muy moderno, él), podrá contar con un nueve exótico adquirido en las rebajas fiscales de las Islas Caimán. Algo muy “cool”, muy “cuqui” para estos tiempos.

La posible privatización del fútbol argentino no es un hecho menor. Las SAD responden a un modelo ideológico. Su implementación dejaría a los hinchas como meras comparsas, mirando detrás del alambrado, con la fascinación de esos siervos que aspiran dócilmente el favor de sus señores. En un país donde la economía es un drama profundo, no es raro que el bufón más exitoso sea un economista enajenado. Hoy toca sufrir, te dice. Que tienes lo que te mereces, y que no hay tiempo para pavadas como el reparto de la riqueza y la reducción de la desigualdad. Esas tonterías que definen nuestras vidas.

En tiempos de Milei cualquier clase de placer sirve de arma contra la barbarie. Basta una guitarra, una canción, un libro, un pecado de la carne, una alegría. Me refiero a los placeres y los días, y aquellas palabras tan limpias y anheladas como libertad, igualdad, humanidad. Por increíble que parezca, la democracia no es el hecho que gobierne la mayoría después de hacer el recuento de votos, es el Estado social, el hecho de que quienes no poseen la riqueza cuenten en la vida publica y tengan el modo de hacerlo. En “La princesa prometida”, William Goldman escribió algo que calza justo en la horma del zapato de Milei: “He dedicado tanto tiempo a la tarea de venganza qué ahora que todo ha terminado no sé que haré con el resto de mi vida”. Tranquilo, jamoncito. Te espera la justicia. ¿Te parece poco?

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.