Daniel Burman es un contador de historias. Sin importar si el cine es el formato elegido, como lo fue durante buena parte de su copiosa y celebrada filmografía, o si la pantalla chica asoma como medio para desarrollar su arte, como viene sucediendo hace años con series tan dispares como Edha, Pequeña Victoria o Iosi, el espía arrepentido. Lo suyo es narrar, sin que los formatos le produzcan tensión alguna. Muy por el contrario: el productor, guionista y director agradece la posibilidad de contar historias en diferentes medios, con duraciones variables y consumos distintos. “Me sigue emocionando tremendamente cuando se pasa una película mía en un cine y reivindico mucho la necesidad de que siga existiendo el espacio de exhibición cinematográfica, pero esto que nos está pasando es maravilloso. No jodamos. Antes, al público lo teníamos que ir juntando de a uno, casa por casa”, confiesa Burman, que acaba de estrenar en Netflix como productor y codirector (junto a Martín Hodara) Las maldiciones, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Gustavo Bassani.
La adaptación en miniserie de la novela de Claudia Piñeiro aterrizó en Netflix con un registro narrativo atípico, fuera de lo común y de los algoritmos, en una trama que conjuga de thriller político con el western. La historia -que transcurre en el norte del país- se mete de lleno con la explotación de los recursos naturales, en este caso el litio, y los intereses que rodean a su producción, comercialización y legislación. Una problemática ficcionalizada, pero de relevancia actual. La inminente sanción de una normativa sobre el uso ilimitado del agua para la explotación del litio y el secuestro de la hija del gobernador para extorsionar a legisladores, son los disparadores de una trama en la que Burman vuelve a indagar en uno de sus temas más recurrentes: la cuestión de la identidad y la filiación.
“Tuvimos una libertad formal muy grande que nos sirvió mucho para contar esta historia”, celebra el director de El abrazo partido, El rey del Once, Derecho de familia, y Esperando al mesías, entre otros films, ante Página/12. “Pocas veces me pasó que un material me proponga el formato de una manera tan clara. Cuando leía la novela de Claudia y tuve un poco la idea de adaptarla dentro de los universos que propone, en un mundo muy específico que tenía que ver con la cuestión de la filiación, sentí que eran tres movimientos muy claros, en cuanto a la cantidad de episodios. Y después, en trabajo con Martín Hodara, codirector de la serie, ambos fanáticos del western, queríamos darle una pincelada de eso a la adaptación. Pero tampoco quisimos casarnos, encorsetarnos en un género, para permitirnos en otros momentos de la historia llevar a los espectadores para otro lado. Cada capítulo se acomoda a lo que que necesitaba la historia, tiene un balance de género y de formato adecuado a lo que había que contar y le da una dinámica para el visionado de la audiencia muy atractiva, no cansina”.
-Esa poco común combinación de géneros que propone Las maldiciones, habrá sido interesante para la dirección.
-Sí, como directores fue un lujo contar con esa libertad creativa, libertad formal y sobre todo el desafío de contar tanto en tres capítulos, porque es una trama muy compleja, con personajes muy profundos que le pasan un montón de cosas, y contarlo sin abrumar al espectador en tres episodios fue un desafío.
-Las maldiciones tiene un formato de miniserie, cuyo primer episodio dura 35 minutos, el segundo 43 y el tercero 48. Siempre está el fantasma del algoritmo en torno a las series para plataformas. ¿Cómo y quién define el corte final en el mundo de las plataformas?
-Hay mucho mito respecto a eso. El mayor trabajo de la plataforma es confiar en uno. Una vez que uno construye esa confianza en el trabajo con los ejecutivos creativos de la plataforma, uno plantea las necesidades de tiempo y no hay una regla clara que diga que el primer capítulo tiene que durar tanto, el segundo tanto. Cada proyecto es un proyecto diferente, y se trata de manera diferente, se analiza de manera diferente. Obviamente, la duración de cada episodio no es algo caprichoso, cada medida de tiempo tiene que ver con algo y se va encontrando también en el proceso, no es algo tan predeterminado. No es que te dicen “hacete una serie de tres episodios basado en un libro de tal…” No funciona así. En todo caso, te plantean: “queremos contar esta historia, este es el disparador, esta es la inspiración”… En este caso, una novela de una autora que quiero mucho, como Claudia. Y a partir de ahí se empieza a construir todo desde cero.
Trabajar en las plataformas
-Tenés una larga y robusta carrera como cineasta, y ahora incursionás en el mundo de las series. ¿Qué te da la serie en esta era la plataforma que no te brinda el cine? ¿O qué es lo interesante para un creativo como vos, además de productor, el formato de series?
-Encuentro mucha libertad formal, mucha posibilidad de experimentar y adentrarme en géneros que capaz no me adentraba, contar con una estructura de investigación y también técnica para poder adentrarme en territorios nuevos en todos los sentidos, en sentido formal, en sentido narrativo. Pero fundamentalmente lo que nos da las plataformas es la audiencia. Saber que hay un día que más de 300 millones de personas en todo el mundo van a tener la posibilidad, si quieren, de ver el cuento que yo quiero contar, es algo impresionante. Sobre todo para uno que lo que más le gusta es contar un cuento bien. Es tremendamente emocionante cuando llega ese día. Y sigo haciendo el reto, cuando llega el día de estreno me siento viendo la plataforma y espero el horario en la que la suben, que lo suelo saber porque preguntó con exactitud a qué hora impactará en el catálogo. Y hay un momento que decís que ya está, y está la gente ahí, para ver lo que contaste cuando quiera. Yo vengo de la época del cine, del celuloide, y reivindico mucho el cine como espacio de exhibición, pero me acuerdo del sufrimiento de estar filmando y pensando cuándo estrenarla y qué pasaba si lo hacías un día en el que justo había un partido de fútbol importante, si eran días soleados o si llovía mucho. ¡Y era un milagro, un milagro!
-Ahora, ¿la preocupación es que la gente no se distraiga en otras cosas mientras ve las series o las películas en sus casas?
-Honestamente, yo no estoy preocupado por lo que hace la gente mientras ve mis series. Si quiere comer una pizza abrazada a su pareja y la disfruta y ve mi historia, no hay problema. No quiero que los espectadores dejen toda su vida por mí. No me creo tan importante. Solo quiero contarle algo a alguien… Hoy la ven así, y mañana no sé cómo será, si será que se van a comer una pastilla y se proyectará en su cerebro, no tengo ni idea... Lo que quiero es tratar de conmover un poco a ese otro al cual le puedo contar una historia. Eso es lo que me emociona de esta profesión.
-¿Aún cuando la sala cinematográfica requiere de una atención absoluta del espectador?
-Es otra experiencia que tampoco creo que se vino a reemplazar, porque la gente sigue yendo al cine. Y va al cine porque es otro tipo de experiencia, que es extraordinaria, intransmisible. Creo que el error es la comparación. No, porque en tu casa comés y mirás… Es otra cosa.
-Además, la manera de ver un contenido en una sala cinematográfica fue variando. Hoy, hasta se pueden comer platos elaborados.
-Estoy hablando de eso, por lo cual tampoco…. Me sigue emocionando tremendamente cuando se pasa una película mía en un cine y reivindico mucho la necesidad de que siga existiendo el espacio de exhibición cinematográfica, pero esto que nos está pasando es maravilloso. No jodamos... Antes, al público lo teníamos que ir juntando de a uno, casa por casa.
-Este año estrenaste una película para salas (Transmitzvah) y ahora esta serie para plataforma. ¿Las historias, su trama y hasta sus intérpretes se piensan distintos si se trata de proyectos para streaming que si lo son para cine?
-La realidad es que no tanto, porque a priori la plataforma no te convoca para decirte “necesito una comedia de verano”. No existe eso. Por lo menos, yo no lo he visto nunca ni a mí nunca me ha pasado eso. Siempre, lo que primero valora una plataforma es un talento con una voz particular, con la necesidad de contar una historia. Sin eso, raramente un proyecto avance. De hecho, si vos ves, en los catálogos de la plataforma hay de todo. Las Maldiciones también en esa diversidad ocupa un lugar. Es muy diferente capaz de una serie que va a estrenar Netflix en un mes o la semana que viene. Y el apoyo y la promoción y la importancia que tiene es igual a cualquier otra serie. En las plataformas se puede ver que hay una diversidad real.
-¿Y cómo influye la proyección internacional del contenido que permite una plataforma? ¿Condiciona?
-No, porque no filmás pensando qué va a pensar el polaco, porque no tenés idea de lo que le va a pasar. Al contrario, vos lo contás para vos, para tu vecino, para el público, para Argentina. Y después hay algo que ocurre que te excede y eso es lo maravilloso, es un misterio. De hecho, todo el tiempo pasan producciones del catálogo de Netflix argentino que tienen una repercusión enorme en países que capaz que no sé si los creadores lo esperaban, o incluso no sé si Netflix lo esperaba. Eso es lo maravilloso. Cuando hay mucha verdad y cuando hay una necesidad orgánica de alguien queriendo contar algo, tiene una fuerza que hace que llegue a lugares totalmente inesperados.
-Desde 2017, la empresa que fundaste, Oficina Burman, pasó a ser parte de la española MediaPro. ¿Qué te cambió a vos? ¿Cómo fue pasar de una empresa pequeña y propia a formar parte de una compañía internacional?
-Honestamente, paradójicamente, me dio mucha independencia. La verdad que estar al mismo tiempo a cargo de todos los aspectos creativos de una historia, sea una serie o una película, y al mismo tiempo de toda la complejidad que implica el manejo de una sociedad, es una carga que en cierto momento casi hasta me entusiasmaba y en otro momento no la podía cargar más. Poder tener toda mi energía vital puesta en el aspecto creativo de cómo contar algo fue alivianador. Teniendo el apoyo tan grande de una compañía como MediaPro, de una casa, de una familia, que cuando lo necesito está como un apoyo permanente, donde ya para mí es familia. Son ocho años que estoy con ellos y tengo una libertad creativa absoluta. Me dio una independencia de espíritu, de dedicarme a lo creativo, poniendo toda la energía allí.
La polémica del cine argentino
-La industria atraviesa una época de cambios profundos, desde como se produce hasta la exhibición y el consumo. En la Argentina, además, se sufre la crisis económica y la paralización del INCAA de parte del gobierno nacional.¿Cómo analizás el presente audiovisual de la Argentina?
-Es una pregunta muy compleja, que excede una entrevista. Creo que lo que es importante más allá de las cuestiones coyunturales, a las que no les quiero quitar peso porque la coyuntura afecta la vida cotidiana de las personas que trabajan en la industria, pero también es necesario que tengamos una reflexión más allá de lo coyuntural, porque si no siempre estamos resolviendo “todo como se hizo ahora es algo que queremos que se siga haciendo de la misma manera”. La pregunta que deberíamos hacernos todos es ¿Cómo imaginamos los próximos 20, 30 años con la realidad de hoy de la producción y la distribución, y poder tener conversaciones y discusiones? Que yo sé que es un debate que es muy difícil de que se dé en la Argentina, que salga de la coyuntura y del formato Twitter… Es tan difícil hoy día tener esas conversaciones, pero creo que si no las tenemos no vamos a salir de la discusión coyuntural. Que no le quito peso, porque significa gente que puede filmar y gente que no puede hacerlo, gente que puede trabajar y gente que no. No estoy menospreciando a la coyuntura porque afecta la vida de personas hoy, pero en algún momento tenemos que tener conversaciones o discusiones que vayan más allá de eso para entender cómo imaginamos el futuro de una manera realista y sustentable. Y cuando digo a sustentabilidad no me refiero ni a la económica ni a la ecológica sino en términos prácticos, entendiendo cómo hoy las personas consumen el contenido y cómo nos paramos como industria y como creadores frente a eso. La necesidad de tener una industria de cine no exige mucha reflexión de mi parte. Vengo de ser parte de una generación que construyó un cine argentino y que hoy de pronto genera productos para plataformas que se ven en todas partes del mundo, que trabajan en diferentes partes del mundo, que fue mucho más allá de lo argentino. Pero todos partimos de acá y de acá venimos.
-¿Creés que están dadas las condiciones para que esa discusión sea posible?
-Como cualquier discusión en una familia. Si no se bajan ciertos niveles de crispación o de intolerancia en los discursos es imposible construir algo. Es solamente una batalla de fuerzas que básicamente no pueden construir. En algún momento va a haber que bajar un poco la voz y volver a un tono de conversación que pueda ser constructivo.
-Mientras tanto, la industria argentina pierde lugar como usina creativa y de producción. Incluso, a través de beneficios fiscales y económicos Uruguay se posicionó como un Polo Audioviosual donde mucho van a filmar allí. Las maldiciones es una coproducción entre Oficina Burman y Cimarrón (La sociedad de la nieve), la productora uruguaya que también forma parte de Mediapro.
-Uruguay ha demostrado muy bien que el incentivo bien ejecutado y controlado tiene un efecto multiplicador económico concreto y real. Esto sucede en todas partes del mundo, porque lo que hace es convocar inversiones que naturalmente ese lugar no tendría, y a través de eso permite más desarrollo de industria, más acceso, más intercambio desde lo tecnológico, desde lo creativo, del talento. Uruguay es ejemplo de eso. De cualquier manera, si bien hoy en día Argentina no cuenta con un plan nacional de este tipo, sigue siendo un referente en la industria mundial. No es una condición sine qua non tenerlo, pero obviamente todo fomento inteligente a la producción y a la inversión tiene un efecto multiplicador.
-Recién hablabaa sobre la diversidad de contenidos en los catálogos de los servicios de streaming, tanto de géneros como de temáticas. En las últimas semanas hubo una discusión, a partir de los dichos de Guillermo Francella respecto del cine comercial y de uno supuesto que se hace “de espaldas al público”.
-Yo no entro en esa discusión porque la dicotomía es falaz. Es como si fuera la elección en el avión de si querés comer “pasta o carne”.
-Como si hubiese dos tipos de cine, además…
-La idea de hay que elegir una cosa u otra, como si hubiera un enfrentamiento… Pero es muy del momento que estamos viviendo, de la necesidad de las redes sociales de la creación de polémicas efímeras donde uno colocar su voz. Por eso no accedo ni a entrar en esas discusiones porque es validar una discusión banal.
-¿Es una discusión propia de la Argentina? ¿O también existe en otros lugares del mundo?
-La verdad que son discusiones que no escucho en otro lado. Honestamente. No existe ni el menosprecio por alguien que hace una película que no tiene supuestamente cantidad grande de espectadores ni por alguien que revienta los cines durante meses o el visionado en una plataforma. No digo que no exista, no la escucho. En todas partes del mundo son caminos transversales. En mi caso, yo he hecho películas muy de nicho y series más masivas. Uno no dice “ahora voy a hacer una que vea poca gente” y “ahora voy a hacer una que la vea todo el mundo”. No funcionan así las cabezas de nadie. Las cosas ocurren por suerte y más allá de lo que uno decide. Así que es una discusión francamente banal, que agradezco me hayas preguntado.