UNA BATALLA TRAS OTRA 9 puntos
(One Battle After Another; Estados Unidos, 2025)
Dirección y guion: Paul Thomas Anderson.
Duración: 161 minutos.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Sean Penn, Benicio Del Toro, Regina Hall, Teyana Taylor, Chase Infiniti.
Estreno en salas de cine.
Nadie filma como Paul Thomas Anderson. En otras palabras, nadie escribe los guiones ni concibe la puesta en escena como el director de Embriagado de amor, Petróleo sangriento y Boogie Nights – Juegos de placer. A esta altura la afirmación es redundante, pero su película número diez en casi treinta años de carrera vuelve a confirmarla con creces. Y riesgos: Una batalla tras otra, con un presupuesto estimado en 150 millones de dólares, es el proyecto más costoso de su filmografía, y aunque quizá se trate, junto con su ópera prima Vivir del azar, del film narrativamente más “accesible” en toda su obra (las comillas no ironizan, pero sí relativizan esa accesibilidad), la personalidad excéntrica del relato está en las antípodas del cine de Hollywood con ambiciones masivas, cada vez más estandarizado. Una batalla tras otra es una adaptación, como la anterior Vicio propio, de una novela de Thomas Pynchon, aunque el procedimiento de Anderson no es simplemente el de la traslación de un medio a otro: el cineasta desarma el texto original y lo vuelve a armar con sus herramientas personales y el tamiz de una sensibilidad única.
Aquí también, como ocurría en Boogie Nights, hay una familia ensamblada, aunque no se trata de un clan de pornógrafos sino de un grupo de guerrilleros que, durante la primera escena, toma por asalto un centro de detención de inmigrantes para liberarlos de su encierro. Cualquier punto de contacto con la actualidad de los Estados Unidos no es casual, pero el diseño satírico pone quinta velocidad cuando la revolucionaria interpretada por Teyana Taylor somete al director del centro, un coronel de la más rancia estirpe patriotera, absolutamente embelesado por la belleza negra que tiene delante. Obligado por la intrusa a generar y sostener una erección peneana, el personaje que encarna Sean Penn –en el más extremo estilo caricaturesco que pueda imaginarse– queda establecido como posible némesis del protagonista, Bob, un experto en explosivos que a su vez es la pareja de Perfidia (Taylor). El de Bob es otro de los grandes papeles de Leonardo DiCaprio, un hombre zarandeado entre los deberes del revolucionario y su nuevo rol de padre.
A diferencia de lo que ocurría en Boogie Nights, donde la disolución del clan se producía en la mitad del relato, aquí el grupo queda destrozado durante el primer acto luego de que una acción termina en desastre. La pequeña hija de Bob y Perfidia queda en brazos del hombre y la elipsis omite dieciséis años de existencia, durante los cuales padre e hija, con identidades falsas y una nueva vida en otro lugar del país, viven en relativa paz. Bob transformado en una suerte de hippie que disfruta de las tardes fumando porro y bebiendo alcohol mientras mira en la televisión algún clásico del cine político como La batalla de Argelia. Willa (Chase Infiniti), en tanto, es una adolescente vivaz que disfruta de la compañía de sus compañeros, aunque sin teléfono celular en el bolsillo (o al menos eso es lo que piensa su paranoico padre). Pero la paranoia paterna tiene una razón de ser y la demostración cabal se produce cuando el viejo coronel, que está a punto de ser iniciado en un grupo secreto de supremacistas blancos, da con el paradero de Bob y decide remover el pasado con una misión extremadamente personal.
Una batalla tras otra es una comedia y es un relato de revanchas. Es también un retrato de paternidades frágiles pero poderosas, como ocurría en Petróleo sangriento y, de manera putativa, en otros largometrajes del realizador. Es también un viaje alucinante que termina en violencia y tiroteos, aunque la forma en la cual Anderson presenta las escenas “de acción” es de lo más idiosincrática. La extensa y magnífica secuencia en la ruta es su punto climático, una persecución automovilística que parece filmada por Hitchcock bajo los efectos del L.S.D. Monjas que cultivan marihuana, un comerciante y maestro de artes marciales con una vida secreta y literalmente subterránea (el sensei Sergio St. Carlos, gran papel secundario de Benicio Del Toro), las fuerzas vivas de un país mostrando sus dientes racistas, reaccionarios y conspirativos, y el más resiliente de los milicos, casi en modo Terminator, forman parte de este nuevo y extraordinario tapiz narrativo de Paul Thomas Anderson. Una película desencantada pero, al mismo tiempo, entrañable. Y es que, por primera vez en su cine, el amor de un padre por una hija puede –tal vez, con algo de suerte– cambiar el mundo.