Estamos transitando un año electoral y asistimos a un fenómeno que se repite desde la ocupación española de nuestros territorios: las candidaturas evidencian que el destino de los argentinos quedará en manos de blancos. Los/as afroargentino/as no compiten en las elecciones.

Argentina, como cualquier lugar habitado por seres humanos, es cuna de muchos mitos. Como que Sarmiento amaba a los niños, que ser granero del mundo era buena noticia, que somos un país de inmigrantes, que los pueblos originarios son minoría, que acá no hay negros, que acá no hay racismo, etc. Sería más apropiado decir que son, en realidad, mentiras difundidas por los aparatos de propaganda de las élites dirigentes, quienes estaban de acuerdo con la ideología racista de Sarmiento, a quienes les convenía ser graneros del mundo, quienes querían cambiar la composición étnica del país llenándolo de inmigrantes europeos, quienes querían, en definitiva, que no existieran ni negros ni originarios.

Afortunadamente, no tuvieron éxito en todo lo que se propusieron. Los afrodescendientes seguimos acá, los pueblos originarios siguen acá, y nos estamos encontrando y organizando. Sin embargo, estamos en un año de elecciones, se acercan las presidenciales y caben muchas reflexiones en torno a la comunidad afrodescendiente y su representación política, los partidos, la agenda política, y al modelo de democracia al que aspiramos, no sólo los afrodescendientes sino todos los argentinos y argentinas.

En la sección “Afrodiccionario” de este número de El Afroargentino se encuentra como concepto destacado “conciencia negra” (black consciousness), movimiento filosófico surgido en la Sudáfrica que todavía sufría el apartheid. La filosofía de la conciencia negra entendía a los negros como los agentes de cambio, y por negros entendía a todos los no-blancos oprimidos y que se reconocían como uno en la lucha. Entendía que “todos somos oprimidos por el mismo sistema” y que el hecho de que “seamos oprimidos en grados diferentes es un diseño deliberado para estratificarnos”. Los negros en Argentina somos los y las afrodescendientes, los africanos, los pueblos originarios y nuestras mezclas, todos aquellos que somos discriminados por el sistema y creemos en nuestra unidad.

Si siguiéramos en la Sudáfrica del apartheid no sorprendería que nadie de nuestras filas aparezca en las listas de candidatos con chances de acceder a puestos de toma de decisión. ¿Cómo explicar que esto suceda en un país que ha luchado duro por recuperar la democracia, cuya juventud hoy valora cabalmente aquel sacrificio, que tiene fuerzas progresivas activas, que tiene sindicatos, organizaciones y movimientos sociales fuertes, cuyos partidos de centroizquierda e izquierda ganan bancas en el Congreso, intendencias, gobernaciones y presidencias?

Un poco de ciencia política

Una de las fuentes de mayor preocupación entre los politólogos (que logran acceder al financiamiento que les permite hacer sus investigaciones y publicarlas, claro está) es la “estabilidad del régimen”. La caída de las democracias europeas que desembocó en las experiencias del franquismo, el fascismo y el nazismo, marcó a gran parte de la academia europea. Las trágicas experiencias dictatoriales padecidas en nuestro continente marcaron, a su vez, a gran parte de la academia latinoamericana. A partir de allí existe una larga tradición en la disciplina, especialmente en lo que respecta a las democracias de América Latina, de relacionar el grado de eficacia de las democracias en términos de gobernabilidad, entendiendo que democracias “ineficaces” ponen en riesgo la gobernabilidad y, por ende, la estabilidad de los regímenes democráticos. Las fuentes de la ineficacia se suelen encontrar en la debilidad de las instituciones (por ejemplo, de los partidos políticos), en la falta de transparencia y controles, en la ingeniería institucional (peso de la figura presidencial, sistemas electorales), en la cultura política, etc. A pesar de haberse estudiado Nuestra América en clave dependentista, de haberse identificado el Consenso de Washington y las reformas que forzó y que acabaron por destruir nuestras economías luego de reconquistadas nuestras democracias, parece mentira que se siga insistiendo con análisis asépticos de la democracia. Hay que meter los pies en el barro, hay que llamar las cosas por su nombre y hablar de calidad democrática, de participación real, de segregación de hecho, de acceso al poder, de racismo estructural.

Llenar el Congreso de negros

Con la democracia, con sufragio universal garantizado, con elecciones libres, regulares y vinculantes, los afrodescendientes, y todos los negros, hablando en clave de conciencia negra, tenemos garantizado el voto. No obstante, el voto no implica tener voz si no tenemos representantes propios. Representantes de, por y para los negros. Esto es lo que está faltando en la Argentina, y resulta vital para que la democracia no se quede en la formalidad de la emisión del voto. El voto empodera al pueblo al mismo tiempo que el pueblo empodera al voto. Si el pueblo no participa de manera real, eligiendo a sus referentes para que se postulen a la contienda electoral, la democracia se debilita. Lo que nos preocupa no es que una democracia debilitada ponga en peligro la estabilidad del régimen. Lo que nos preocupa es que los negros sigamos oprimidos, sigamos entre los sectores más vulnerables, segregados en villas, desempleados, subempleados, ausentes en las universidades, ausentes en las listas de los partidos políticos, alejados de la toma de decisiones que afectan nuestros destinos.

Con mucho sacrificio hemos, como sociedad, recuperado y consolidado la democracia. Las elecciones son consideradas como la única vía legítima de acceso al poder, y no es una conquista menor. Pero antes de que el pueblo pueda elegir a sus candidatos, debe existir una oferta. Los partidos políticos son los que coordinan las elecciones en términos de reclutamiento de militantes y selección de candidatos. Si los partidos políticos de nuestros sectores de izquierda y progresistas no empiezan a incorporar la variable racial en sus plataformas y no dan lugar a referentes indígenas y afrodescendientes, seguirán comprometiendo la calidad de nuestra democracia. Líderes abundan, lo que se necesita es que se les dé el lugar. Los negros somos mayoría en términos poblacionales, pero estamos confinados hace siglos a la minoría política porque vemos bloqueado nuestro acceso a puestos y candidaturas de peso. Algunos politólogos y sociólogos argentinos, educados en nuestras escuelas y universidades impregnadas de eurocentrismo, lo llamarían “coeficiente histórico”. Nosotros lo llamamos racismo estructural. Nuestra clase política no ha escapado de las garras de la supremacía racial blanca y el eurocentrismo. El resurgimiento del latinoamericanismo queda muy bien en el discurso, pero mientras nuestros políticos hacia afuera se diferencian de Europa reivindicando la Patria Grande, hacia adentro siguen manteniendo la barrera de color. Si los sectores progresistas realmente quieren llevar a adelante cambios sustanciales en nuestra sociedad, tienen que tener en cuenta la variable raza. Porque si el desafío no lo recogen los progresistas, ¿quién lo hará?

Poder Negro

Incorporar la variable raza a la plataforma de los partidos políticos puede ser interpretado de muchas formas. Existe un dicho popular que advierte “cuidado con lo que deseas”. Nosotros, como dijo Biko, no queremos visibilidad sólamente, queremos participación real. Para empezar debería haber una verdadera vocación de escucha y de diálogo con las comunidades y sus organizaciones, y por sobre todas las cosas, se debe permitir la proyección de liderazgos negros locales (que incluso ya existen al interior de algunos partidos y/o coaliciones). Es decir, no nos referimos a poner un par de afrodescendientes para la foto y nada más, no buscamos concesiones meramente simbólicas que no cambian nada. Nuestros hermanos y hermanas afroestadounidenses llaman a esta estrategia del poder blanco, tokenismo. Así nos lo explica Martin Luther King: “El diccionario interpreta el vocablo token como sigue: símbolo, indicio, evidencia, como muestra de amistad presente. Trozo de metal utilizado en vez de una moneda… se podía engañar a los negros con el brillo de un metal que simbolizaba una moneda auténtica… Un juez acá y un magistrado allá… un miembro importante de la administración gubernamental a dos despachos de entrar en el Consejo de Ministros; un estudiante en una universidad de Mississippi… todo esto eran fichas”. Nosotros no queremos fichas, queremos monedas de verdad. Nosotros no queremos votar solamente, queremos ser elegidos.

*Este artículo fue publicado originalmente en el periódico El Afroargentino N°3 septiembre/octubre 2015.