Es difícil imaginar una esquina del planeta donde los teléfonos celulares no sean onmipresentes. Pero el director Christopher Nolan está seguro de que en un futuro no muy lejano cada set de filmación será como el suyo, enteramente desprovisto de teléfonos y de los adictos zombificados que éstos producen. “En pocos años nadie tendrá permitido tenerlo en el set”, dijo en una de las entrevistas con las que promocionó su película Dunkerque. “Es una falta de concentración poco profesional, con lo que nuestra regla es muy simple: si necesitás hacer una llamada o mandar un mensaje, salí del set.” 

¿Pero puede tomarse en serio la palabra de un tipo que ni siquiera tiene teléfono celular?

Quizás sí, porque no está solo. Mientras el gran mundo cae bajo el influjo de las maquinarias que envían vibraciones fantasma en los bolsillos, un pequeño número de directores de cine está adoptando la línea dura. En este momento, el más fiel camarada de Nolan es Quentin Tarantino. Si otros los siguen, puede cambiar drásticamente el ambiente de los sets de cine, donde las largas pausas y tiempos muertos conducen a un constante surfeo por la web. Las visiones de Nolan y Tarantino no sorprenden, considerando que ambos son de los más sonoros defensores de la tecnología de vieja escuela en el gran debate de celuloide vs. digital. No son muy aficionados a los jueguitos, y tienen grandes razones para sus reglas. Para empezar, cada aparato está equipado con una cámara, y el material filtrado en manos de piratas de internet es una preocupación real (Tarantino estuvo a punto de abandonar el proyecto de Los ocho más odiados cuando se filtró el guión). En segundo lugar, como sucede con los teléfonos en el cine, un ringtone en el peor momento puede arruinar la experiencia en el set de filmación.

“No hay nada más frustrante que tomarse todo el tiempo necesario para tener la cámara lista, y los actores preparados y a tiempo y en sus marcas empezando a filmar una escena, y que algo lo arruine”, dice el productor y asistente de dirección William Paul Clark, que ha trabajado con Tarantino en varios proyectos desde los días de Pulp Fiction. Una cosa es cuando un problema sucede delante de cámaras –un actor que olvida una línea, por ejemplo–, pero que suene el teléfono de un miembro del equipo se parece demasiado a un error no forzado. En los sets de Tarantino, una persona tiene el trabajo de recolectar los teléfonos en una suerte de “Checkpoint Charlie” (“Incluso los ponen a cargar si lo necesitás”, dice Clark), con lo que la regla es clara como el cristal. “Es sabido y está aceptado que si un teléfono suena en el set, ese será tu último día”, dice. Nadie ha sido despedido aún, aunque el productor recuerda una cacería infructuosa luego de que un ringtone sonara durante la filmación de Django sin cadenas.

El director de fotografía Robert Richardson –ganador de un Oscar y habitual colaborador de Tarantino y Martin Scorsese, entre otros– también prefiere un set libre de celulares, aunque admite que en ellos hay ciertos beneficios, como la posibilidad de compartir material rápidamente con otros sectores. “El departamento de maquillaje puede ver a la actriz o el actor en detalle, y lo mismo la gente de vestuario, peinado y diseño de producción”, señala. “No hay necesidad de agolpar gente en los monitores cuando todos tienen sus propias tablets y teléfonos para ver las tomas.”

Hay otras razones prácticas para mantener los teléfonos en el set. Mientras rodaba Landline, la directora y coescritora Gillian Robespierre tenía un bebé en casa, y con los bebés aparece el potencial de emergencias. Cuando se le preguntó si alguna vez había pensado vedar los teléfonos, lanzó una carcajada. “No, queríamos un set feliz, y tuvimos un set feliz”, dice ahora desde Washington, en plena promoción de su película. “Incluso creo que hubo un par de escenas en las que hubo un teléfono escondido en el trasero”. Aun cuando su película estaba ambientada en los 90, no sintió la necesidad de forzar a sus actores a pretender que estaban realmente viviendo en esa era.

El director Reggie Hudlin, en tanto, consideró prohibir los aparatos pero lo pensó mejor. Como productor de Django sin cadenas pudo ver los beneficios, especialmente los vínculos que se forjan cuando el elenco y el equipo no están escondiendo sus narices detrás de los mensajes. Pero aún así, dice que la gente que trabajo en su película Marshall también desarrolló una buena relación. Además, Chadwick Boseman, su protagonista, no hubiera sido fan de la decisión. “Hubiera sido un problema para mí”, dice el actor, no porque sea una especie de adicto sino porque usa el teléfono muy a menudo por razones de trabajo: escribe notas y escucha clips de audio de su entrenador de dialecto; incluso escucha música de ciertas eras para ambientar su cabeza. “Para mí, no es asunto suyo lo que estoy haciendo porque es una herramienta de trabajo”, dice. “No pueden prohibir mi teléfono”. Suena justo.

Pero hay un argumento para prohibir los teléfonos que permanece, y es bastante convincente: el foco que crean. El guionista y director Azazel Jacobs optó por un set libre de celulares cuando hizo The Lovers, estrenada el año pasado. No tenía un “punto de control” ni amenazó con echar a nadie, pero en el comienzo pidió al elenco y equipo que tuvieran sus aparatos fuera de la vista. El resultado fue refrescante, dijo, especialmente cuando se produjeron fructíferas conversaciones entre tomas que mejoraron las escenas. Eso no hubiera sido posible en un set en el que el grito de “corten!” fuera una señal para que todos metieran la mano en el bolsillo. “Cuando hacés eso es como generar un espacio temporal en tu vida”, dice. “Todos dimos un paso atrás en el tiempo; no nos imaginábamos lo bueno que podía ser”. El protagonista de la película, el actor y dramaturgo Tracy Letts, fijó reglas similares en sus ensayos teatrales, porque mantienen a la gente comprometida con lo que está sucediendo en vez de escaparse a otro mundo.

Nolan coincide. “Del modo que trabaja el cerebro humano, no existe eso del multitasking”, dice el director. “En términos intelectuales es un mito. La información se procesa de manera lineal, con lo que cuando mirás a tu teléfono te salís de la conversación que estás teniendo”. Clark agrega: “En un montón de películas que hago donde no hay una prohibición, en algún momento me paro ahí y veo a todos haciendo algo en su teléfono: mandando un mensaje, un juego, algo. Y lo que veo es que no están prestando atención a lo que estamos haciendo”. Hay momentos en lo que eso no es problema: el equipo de maquillaje no necesariamente tiene que ver cómo los electricistas preparan la toma. “De todos modos, se vuelve frustrante cuando estamos filmando y ves gente mandando mensajes. Quizá un poco de falta de atención no sea muy grave, pero ciertamente tampoco ayuda”, dice Clark.

Para Nolan, dejar los teléfonos a un lado es simplemente el próximo paso en una progresión natural. Cuando los teléfonos empezaron a hacerse populares, no había reglas de etiqueta sobre cuándo y cómo usarlos. Pero a través de los años, la población general empezó a tener un consenso de lo que es socialmente aceptable. “Vivimos en una burbuja extraña”, dice Nolan. “Cuando apareció el celular podías estar sentado en un almuerzo con alguien y luego comenzar una conversación con alguien más; algo que ya nadie hace, porque con el tiempo nos dimos cuenta que no era apropiado. La cultura del smartphone ya tiene diez años y nos está llevando tiempo encontrarle la vuelta”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.