Escuchar a Diego Capusotto en una entrevista periodística no genera el mismo efecto de comicidad que produce con sus personajes. Se trata de un actor que logra captar la atención con seriedad por el sólido conocimiento político que tiene, acompañado de una lucidez notable para pensar el actual contexto de la Argentina y una gran capacidad de análisis de la coyuntura que haría tambalear a más de un funcionario en un debate. Pero, por suerte, Capusotto no se dedica a la política sino al humor y a la actuación. Y, por suerte, porque de esta manera se lo puede disfrutar, algo que parece cada vez más improbable que les suceda a muchos ciudadanos con los dirigentes políticos actuales. Capusotto es noticia porque este jueves tendrá un privilegio en este sinuoso terreno en que quedó parado el cine argentino ya que es el protagonista de la primera película argentina que se estrenará en este 2018: 27, el club de los malditos, de Nicanor Loreti, con quien ya había trabajado en el film Kryptonita y en la serie televisiva Nafta Súper. 

En un registro actoral diferente al que suele tener en televisión, Capusotto compone a un policía, y comparte el elenco con Sofía Gala, Daniel Aráoz, Willy Toledo, Yayo Guridi y el cantante Ezequiel “El Polaco” (en su debut en la gran pantalla). Una noche en el verano más caluroso en veinte años, Leandro De La Torre (El Polaco), famoso cantante punk, sale disparado por una ventana e impacta sobre el techo de un auto. Es el día de su cumpleaños número 27. Paula (Gala), una joven fan de veintipico, graba todo con su celular. Lejos está de saber que en aquel video está la clave detrás del asesinato del músico. Martín Lombardo (Capusotto), acérrimo hincha de Racing, es el detective encargado de investigar el caso. Junto a Paula descubrirá la conspiración detrás de la muerte a los 27 años de todos los famosos rockeros. Jimi Hendrix, Janis Joplin, Amy Winehouse, Sid Vicious y Leandro De La Torre tienen mucho en común: en realidad, todos fueron asesinados...Y Paula y Lombardo pueden ser los siguientes.

Las persecuciones, escenas de acción y vueltas de tuerca completamente inesperadas conforman la trama de 27, el club de los malditos. “Un poco las dos cosas”, dice Capusotto sobre la aceptación de trabajar nuevamente con Loreti y en una historia que lo sedujo. “El ejercicio de actor me pone activo también. Son una serie de cosas: atravesar un personaje, conectarse con él, actuar un poco, entrar en el entrenamiento y una serie de requisitos que uno toma para abordar un personaje”, cuenta el actor y humorista. “También estaba Nicanor con quien la he pasado muy bien filmando y es un tipo sumamente talentoso. Ya un llamado de él me pone con cierta intención de participar”, confiesa el ex Todo por pesos. 

–¿Alguna vez imaginó que iba a componer un policía en una película?

–No, pero era factible que podía suceder. Nunca me lo pregunté tampoco, si bien he interpretado policías de forma satírica, que es de la primera forma en que se me ocurren: el desmejoramiento de un instrumento de control más veces represivo que correcto para la ciudadanía. Nunca me pregunté qué personaje haría y cual no. Independientemente de esto, no participaría de algunos proyectos con los que no estuviera de acuerdo. No puntualizo tanto en algún personaje, en particular, sino en el proyecto en general. 

-¿En quién, quiénes o en qué se inspiró para componer el personaje?

-No sé. Nicanor me había orientado un poco no para hacer ese personaje pero sí para el tipo de personaje de Harry Dean Stanton en la película Repo Man. El veía que el policía que yo iba a hacer podía tener ese parecido, ese modo, inclusive exteriormente. Es un policía que también trabaja en función de lo que es el lenguaje de la película. No está tomado de un policía real ni sé tampoco si hay policías así. Puede haberlos. Hay un estereotipo de policía que nosotros creemos que es así y no lo es. Pero lo que me parecía atractivo era la posibilidad de actuar un personaje desfasado y con cierto desborde. En este caso, es un policía que toma alcohol fino, que se va a pelear a los bares. Y me parecía más atractivo verlo por ese lado. Cuando ves al personaje dentro de la historia ya te olvidas incluso de que es un policía. Es casi como un investigador, que es lo único que tiene para hacer para que no se le desmantele su vida. Tiene eso como sostén para involucrarse en algo que le pueda llamar la atención para no aburrirse y terminar con dos tiros en un bar. 

–¿Se puede catalogar la película como una comedia negra contada como un policial?

–Tiene algo de eso.

–También mezcla cierto futurismo y un tono apocalíptico, ¿no?

–Sí, tiene todo eso. Finalmente, hay algo arbitrario que hace Nicanor, que no es poner a todos los que murieron a los 27 sino también poner a Joe Strummer, de The Clash, que no murió a los 27 años o el caso de Sid Vicious. Hay una especie de confabulación contra esta tribu rockera que maneja el personaje de Aráoz. Ahí es donde está el tono más desbordado de la película. Imagino que Nicanor hizo una resignificación de los 27, como si fuera algo místico. Esto de verlo más como una causalidad que como una casualidad y de darle una especie de gravedad al tema. Los que atravesamos toda la cultura rock tenemos alguna información que ya sabemos de hace mucho pero que nos da vuelta. 

–¿Qué puntos de conexión encuentra con Kryptonita? ¿Tal vez un poco en lo estético?

–Sí, creo que hay algo de acercamiento. Hay un lenguaje que siempre es más próximo a uno. También pasa en la música: hay una especie de sonido que te convoca y hay una mirada de filmar que tiene Nicanor. No creo que esta película se le parezca, pero hay algo que las une.

–¿Con Kryptonita tuvo otro registro actoral y acá pasa un poco lo mismo? 

–Sí, porque el registro actoral está estrechamente vinculado a la historia de la que uno es parte. La historia que se le ocurrió a otro hace que uno tenga un registro que no tiene que ver con una técnica actoral sino con instalarse en la ficción y comprender al personaje, dónde se mueve y qué es lo que hace, que de por sí te da otro registro. 

–¿El público puede llegar a esperar más humor del que tiene la película?

–Nunca sé. Para mí, siempre es un misterio lo que espera la gente. Inclusive, prefiero no saberlo. Prefiero que la película no lo haga definir o clasificar tanto sino que lo lleve a un lugar de cierta tensión y de cierto atractivo para que no esté esperando de antemano ver algo que, a lo mejor, no tiene por qué suceder. Después, hay una mirada del espectador que no tengo idea de cuál es. Y nunca lo sabré. Alguno esperará y otro no esperará nada. Y otro logrará un estado hipnótico agradable mientras la vea. No lo sé. 

–¿El Capusotto del cine tiene menos margen para la improvisación o la improvisación es un mito de los fans televisivos?

–La improvisación, en el caso nuestro, se daba más en Cha cha cha que en los otros programas. Ni en Todo por dos pesos ni en el programa que hago con Pedro Saborido hubo improvisación. Hay improvisación a partir del propio juego, de lo que a uno se le puede ocurrir ahí y agregarle, pero no está eso de tirarse a la pileta. Eso se daba más en Cha cha cha, donde estaba más o menos estructurado qué cosa pasaba, cuál era el conflicto y por dónde se movían los personajes, pero después no había un texto al cual uno debía ceñirse. Todo lo demás es un mito, pero los mitos tienen que existir porque, a veces, son más reales que lo que sucede. Pero el mito es siempre del otro, de lo que el otro se apropia. 

–¿Está confirmado que vuelve a la televisión?

–No. Está confirmado que queremos volver a hacerlo pero por ahora no tenemos nada. 

–¿Es difícil sostener el nivel artístico del programa durante varios años?

–Si tenés ganas de hacerlo y hay algo que te convoca y está la sensación de que no lo podés dejar por ahora, es que hay margen para hacerlo. Hay una necesidad de seguir con Pedro vinculados al programa. Por otro lado, tenemos la estrategia de hacer pocos programas y de que eso no nos agote, como nos pasó con otros proyectos. 

–Cada vez se cierran más espacios para el periodismo crítico. ¿Es posible hacer humor disidente en este contexto?

–Sí, porque no sé si les preocupa mucho el humor. Les preocupa otra cosa a estos muchachos. Eso podía ser en alguna época donde había que tener mucho cuidado. Hoy, les preocupa más la organización opositora. Con algunos sucesos que hubo apareció un atisbo de reacción, sobre todo en la calle. Lo que más les va a molestar es la calle, el alerta, la concentración y no el apaciguamiento ni esta especie de bajada de brazos. Después, si hacés un programa como el nuestro que ya circula hace tiempo, no sé, supongo que les puede preocupar que Lanata hable mal de ellos, pero no nosotros.

Capusotto compone a un detective “desfasado”.

–Rudy propone resistir con humor. ¿Usted cree que eso es posible?

–No, yo creo que se resiste con una organización que todavía no está y con una especie de estrategia porque ya sabemos quiénes son. Algunos todavía no, pero muchos sí. Los que no saben todavía quiénes son, lo sabrán en algún momento en que no puedan tener el control de todo. Respecto de Santiago Maldonado y el mapuche que mataron por la espalda, eso no le importa a un gran porcentaje. Después aparece lo del ARA San Juan que no lo pueden aclarar y después lo de la jubilación que muestra claramente hacia dónde están direccionados estos muchachos. Es un capital simbólico que le empieza a hacer ruido a alguna gente. No a los que ya sabemos quién es Macri, cuyo padre hizo plata con los milicos, sino a aquellos que no están tan alineados. El voto es complejo de saber por qué se da. No estoy minimizando los otros casos. Estoy diciendo qué pasa con eso socialmente, por lo menos lo que yo veo. Esto que dice Bullrich de que hay que aprender a vivir en la incertidumbre después se te viene en contra. Es, por ejemplo, la incertidumbre que deben tener los del ARA San Juan, o los jubilados (y muchos de ellos los votaron). Después, sabemos quiénes son: un gobierno de ricos que trabaja para su clase social y los que tienen que hacer el sacrificio son siempre los mismos, los que están acostumbrados a hacerlo. Mientras tanto, hay un relato, una narrativa que le dice a esos sectores: “Vos podés construirte a vos mismo, podés ser tu propia empresa, podés emprender un proyecto. No esperes nada del Estado. Con sacrificio y voluntad podés construirte como si fueras un empresario en menor medida y tener identidad a partir de eso”. Un deseo que después no se cumple porque con esta política económica la mitad de la gente queda afuera. Entonces, para los que quedan afuera está la resignación de creer en algo que puedan proyectar y que nunca sucederá. O también para eso están las fuerzas activas de seguridad, que están más activadas que nunca porque ellos no tienen que rendirle cuentas a ninguna militancia y si tienen que reprimir, van a reprimir porque les importa un carajo. Mientras tanto, siguen sostenidos por un porcentaje de la población que quiere ver presos a los que ellos quieren ver presos y quiere ver palos para estar más seguros en su casa y poder decir: “Por fin, la Argentina se encaminó para el lado que tiene que ser”. Cuando a ese sector, el bolsillo se le degrada, empieza a convertirse en el ciudadano víctima estafado en su buena fe. En toda esa complejidad estamos, pero si hay algo que tiene este gobierno es que es transparente, sabés quiénes son. El tema es cómo la gente se organiza para contrarrestar esas políticas, cómo se organiza con la misma efectividad que dicen tener los neoliberales, pero para un sentido más colectivo e igualitario, para que la gente pueda poner el foco de atención en lo que pasa más allá de sus narices.     

–Al margen del cinismo, ¿no se está viviendo un momento en el que determinadas situaciones de la coyuntura política son más grotescas que el humor que pueden hacer ustedes?

–Sí, es muy factible que eso pase. Ahora, hay una lectura social que se amplía, que ya no es un tipo dando una noticia y la gente nada más mirando. Pasa porque, capaz, lo que se habla más hoy es del muchacho tirando con el mortero. De eso se hace como una especie de escenario que después se convierte casi en un escenario de comedia, cuando lo que está pasando es mucho más complejo y más grave. No sé si, en algún punto, no lo hacen a propósito. 

–¿Como distracción?

–En función de la distracción también hay escenarios que pueden ser de comedia. Cuando vas al cine o mirás la televisión está la convención de que te vas a reír. Esto genera una confusión mayor porque se mezcla algo que parece comedia pero no es. Los mismos políticos tienen una teatralidad y algunos comunicadores se han convertido en personajes, en roles, que son como un actor que de miércoles a domingo va a hacer un personaje y lo hace. Entonces, estamos como en una especie de colegio pupilo, donde los preceptores son gente de la comunicación y nosotros sabemos quiénes son los dueños del pupilo: los dueños de la tarasca. A su vez, también hay otros escenarios que, en pos de una distracción, también están hechos en alguna medida estratégicamente. Hay algo que estos muchachos cooptaron de alguna gente: “Somos empresarios y el empresario hace acumulación de capital para tener éxito”. Hay un gran porcentaje de la población que cuando proyecta ve con mejores ojos ser un empresario que un dirigente político. Un dirigente político está más asociado al choreo, mientras que un empresario -no importa la forma- llega a un lugar de éxito. Digamos, la producción de capital. Hay un ciudadano que aspira a eso. Entonces, a ese ciudadano se le dice: “A ustedes les hicieron creer que podían vivir en bienestar. No. Es muy complicado el bienestar. En bienestar podemos vivir nosotros, que hemos hecho todo el esfuerzo y hemos sido aptos tener nuestra vida controlada”. Esta idea de la esperanza es una buena estrategia. Funciona en algunos casos. Y en éste más que nunca. 

–¿La sátira permite conocer verdades que no salen a la luz con las máscaras del periodismo?

–Es factible. Generalmente, lo que se hace en el lenguaje humorístico es deformar una situación y pensarla casi como un juego de niños de “cómo sería esto si fuera de otra manera”. Hay algo que a nosotros, a veces, nos da una oportunidad: a partir de ese lenguaje humorístico del programa decimos cosas que, a veces, en la negociación diaria, no se dicen. Somos mucho menos temerosos haciendo el programa que no haciéndolo. Nos gusta decapitar con el humor. Nos encanta. Inclusive, hay algunos que se lo merecen. 

–¿Es un halago o le incomoda que muchos lo vean como un representante de la cultura popular?

–Es un halago. A esas cosas las escucho siempre con oídos atentos. 

–Por el solo hecho de que usted haya estado en la TV Pública durante el gobierno kirchnerista, hay quienes dicen que hacía humor oficialista...

–Eso lo empezaron a decir cuando yo empecé a opinar que tenía empatía con el gobierno porque también hay algo de desilusión, de decir: “Ay, me desilusionaste, vas a votar a Cristina”. Y yo puedo decir también: “Ay, me desilusionaste, pensé que no te importaba”. Leí El Aleph, de Borges, que era antiperonista, y la verdad es que me pareció bárbaro. No creo que fuera humor oficialista lo que hacíamos, sobre todo porque, a veces, hasta teníamos una mirada impiadosa de algo que nos pertenece -en el caso de Pedro y el mío-, como el peronismo. Ahora, cada uno ve lo que quiere ver. No soy direccionador de miradas ni mucho menos. La verdad es que si lo dejaste de ver porque pensás que en el kirchnerismo son todos ladrones, me importa muy poco. Yo les informo que también estábamos en la época de la Alianza, cuando el país terminó mucho peor. Y me parece que en ese momento la Argentina no estaba tan politizada. 

–No estaba tan polarizada...

–Claro, porque había una sociedad desencantada de la fiesta menemista y de pensar que nosotros podíamos ser como Europa y tener un Estado de Bienestar. Y después se fue todo a la mierda porque lo que estaba privatizado “a la argentina” estaba mal hecho. Después, vino la Alianza y Fernández Meijide haciéndole pito catalán a “Chiche” Duhalde, como diciendo: “Gracias por esta alegría, se acabó la corruptela, ahora vino un grupo de notables”, y todo para que a los dos años viniera Cavallo y terminara como terminó. Mientras tanto, nosotros estábamos en Canal 7 verdugueando al Frepaso...

–Sí, había un personaje muy gracioso que decía: “¿Y dónde está el Frepaso?”.

–Sí, era Mickey Mouse, un tipo que había quedado encerrado. Y nadie lo vio porque después apareció el kirchnerismo que, con sus altas y con sus bajas, generó una discusión social que es inevitable y está a la luz. Después, vinieron estos porque había que parar la confrontación. Y vinieron a hacer una política de confrontación precisamente porque necesitan el fantasma del kirchnerismo como un legado siniestro de la Argentina, que ya no es la Alianza ni el neoliberalismo del 89 en adelante. Eso que aparentemente te reparó era una gran mentira. Ellos plantean que vinieron a decirte la verdad: “Tenés que volver al líquido materno, al útero, que es el sacrificio. Tenemos que ordenar cuentas, tenemos que ordenar todo lo que dejaron tirado en la fiesta”.

El film de Loreti será el primer estreno argentino de 2018.