Aún poco conocido fuera de Portugal, Alexandre O’Neill es, por una parte, sindicado como uno de los responsables del encuentro de su país con el surrealismo: fue uno de los integrantes del núcleo fundador del Grupo Surrealista de Lisboa. Por otra parte, como el poeta más destacado de la segunda mitad del siglo XX, así como Fernando Pessoa lo fue de la primera.

Inscrito en el registro civil como Alexandre Manuel Vahia de Castro O’Neill de Bulhões, este sólo dejó su primer nombre y el apellido que indica su ascendencia irlandesa, como firma para sus escritos y vida pública. Nacido en 1924 en Lisboa, y fallecido a los 61 años, en 1986, en esa misma ciudad capital, la Biblioteca Nacional de Portugal lanzó, en 2020, la web “El Sitio de O’Neill”, rebosante de informaciones y materiales (alexandreoneill.bnportugal.gov.pt), y, en 2024, celebrando su centenario, una gran muestra titulada “En el reino de O’Neill”, a la par que se relanzaron ediciones de libros agotados: O’Neill. Uma Biografia Literária (en versión revisada y aumentada), de Maria Antónia Oliveira, y los poemarios Tempo de Fantasmas, No Reino de Dinamarca, Abandono Vigiado y Poemas com Endereço, los dos primeros de la década de 1950, y los otros dos, de la de 1960 (parte de un plan de la editorial Assírio & Alvim de publicar cronológica e individualmente todos los poemarios). Por su parte, con acierto, Fondo de Cultura Económica publicó y hace circular por América Latina el volumen Acordeón, una antología poética bilingüe -la primera en castellano- con selección y traducción de Jerónimo Pizarro. Son más de 250 páginas, con tres décadas y media de trabajos poéticos de O’Neill, incluyendo poesía visual y piezas dispersas.

 

UN COMIENZO SURREALISTA

Siendo nieto de Maria O’Neill, escritora reconocida por su coraje y libertad -carácter transmitido como influencia-, de joven Alexandre lee con fervor, en 1947, la Historia del Surrealismo de Maurice Nadeau, y, al año siguiente, integra el Grupo Surrealista de Lisboa, junto a Mário Cesariny, Antonio Pedro y José-Augusto França; aunque luego se apartaría del grupo, fue una experiencia que dejaría su estela (véase el célebre poema de O’Neill “Un adiós portugués”, inspirado en su relación interrumpida con Nora Mitrani; poema que además critica a la sociedad portuguesa bajo la dictadura). Esos escritos, al igual que el conjunto de su obra, poseen un carácter irónico y mordaz. Incluso contestatario. Se trataba de combatir la cerrazón y el provincianismo, la estrechez del “realismo” en el arte, como nefastas influencias: la chatura de la poesía neorrealista de la posguerra, por caso. En Acordeón se puede leer la pieza titulada “Autocrítica”, de Feria cabizbaja (1965): “Muy querido Pessoa, ya sabrás / que no basta ser lúcido, mierda que no basta, / al que se sueña, coserse con las paredes, / cercarse de grandes muros / y decir ¡basta de provincianos!”.

Como lector voraz, Alexandre O’Neill ya comienza en la época escolar: pasa por Verne, Salgari, Dumas. Y, en la casa de un amigo, consigue acceder también a autores de Brasil: Graciliano Ramos, José Lins do Rego y Jorge Amado, además de Edgar Wallace. Continúan las lecturas, y, al poco tiempo, se declara admirador de Pessoa, además de lector de Mário de Sá-Carneiro y Rainer Maria Rilke (y su “maravilloso equilibrio”), y más brasileños, que lo influenciarán: Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade y Mário de Andrade (y de João Cabral de Melo Neto, dirá más adelante: “viejo amigo y altísimo poeta”). También, españoles: Lope de Vega y Góngora, además de Antonio Machado. Incluso, creará su propio heterónimo, aunque de corta vida: “Hipólito Van Zeurer”, un cazador neozelandés, viajero del Pacífico y las tierras de Shanghái.

Acordeón también trae “Una vida de perro”, un poema de Tiempo de fantasmas (1951). Allí, se lee el recuerdo de la pasión pasada: “Hasta los últimos arcanos / cafés y lecherías / seguiste a André Breton / o a la sombra de él / y la aventura mental que buscaba / una señal externa / un escombro vivo del azar / la Nadja lisboeta que salvara / la noche o la vida / acabó en ‘buenos’ poemas ‘malos’ poemas / en palabras y palabras”. Otro poema (situado) se titula “Para Walt Whitman en los tiempos del macartismo”. Y otro: “Y de nuevo, Lisboa…”, cuyos dos versos finales se plantean (¿se plantan?) nostálgicos, dilemáticos: “¿Qué hacemos, Lisboa, los dos, aquí, / aquí donde naciste y yo nací?”.

¿Acaso se manifieste en los poemas una contradicción que mencionara en varias entrevistas, entre la intención de “comunicar” y la posibilidad real y efectiva de “controlar” lo dicho? Alejado del surrealismo como rígida y ortodoxa corriente o capilla, pero no de sus motivos, se puede encontrar en Alexandre O’Neill toda clase de humoradas e ironías críticas, alusivas y “oblicuas”, forma obligada también (relegada) por las duras décadas pasadas bajo manu militari del país (no por nada su poemario de 1958 lo tituló En el reino de Dinamarca, o aparece en 1962, en Poemas con dirección, “Enfilados de miedo”), hasta la llamada Revolución de los claveles, en 1974, todos procesos cuyos aires se filtraron en mayor o menor medida en elementos de su poesía. En su prefacio, Pizarro cita palabras del poeta: “el surrealismo actuó sobre mí más como detonante de una liberación y de una creación colectivas, que como proyecto individual de escritura”. Concluyendo: “yo prefería el hablar al imaginar”. ¿Y cómo lo calificaron sus pares? Cuenta Pizarro que el periodista, poeta y escritor Helder Macedo llamó a O’Neill, en tanto “desarticulador” del discurso poético, y por la influencia brasileña, “el Drummond portugués”.

Y cabe también destacar su labor de traductor: Maquiavelo, Dostoievski, Maiakovski, Jarry, Neruda y hasta Georges Simenon se encuentran entre los autores traducidos por O’Neill, tan poeta de lo concreto como -también- de lo alusivo.

TODO ES MATERIA DE POESÍA

Alexandre O’Neill trabajó durante largas décadas en publicidad -acuñando algunos eslóganes famosos, como “Há mar e mar, há ir e voltar”: “Hay mar y mar, hay ir y volver”-, también como escribano, en diarios, en el teatro, e incluso participó en la TV, volviéndose su nombre popular, hasta que sus últimos años publicó menos libros -aunque sin dejar de conceder, intermitentemente, entrevistas-, manteniendo un perfil bajo.

 

Entre trabajos y aficiones -se lo catalogó como un hombre de “tres C”: “cama, copos e conversa”, cama, copas y charla-, O’Neill aseguró que “las palabras son de tal modo mundos materiales que mi ideal era morir rodeado de diccionarios”. Para el poeta, “lo prosaico no elimina lo poético”, e incluso aceptar poseer en sí “una tendencia realista”, a un tiempo objetiva u objetivista, e independiente del sujeto (la biografía del) autor. Una lírica del inventario. Y más. De Feria cabizbaja (1965) es este breve y jocoso poema, titulado “Amigos pensados: Vate 65”: “Cocodriletante / lacrimeante / o vociferante / al cri-cri de la crítica. // ¡Abajo la política! // Antes la poesía, / que es cosa más seria. // ¿Sería?”.

Acordeón contiene un poema breve, “Ya”, metamorfoseando, recombinando palabras, que finaliza diciendo “yo quiero un yacito que sea / aquíya / túoy aquíya”. También, hay varias páginas con poesía visual, algunas interviniendo logos de conocidas marcas como Life y Bayer. E incluso una pieza titulada “Copa Mundial de Fútbol (Argentina, 1978)”. Esta comienza con tres renglones en itálica, a modo de epígrafe, donde se lee: “El estadio River Plate se sitúa a 700 m de un / edificio que perteneció a la Marina argentina / y en donde se practicaron las peores torturas”. Y comienza el poema, de siete versos, con un énfasis de mayúsculas al final: “En Buenos Aires, en el River Plate, / a seis campos de fútbol (medidas máximas) / del Centro donde, entre otras bellas jugadas, / se chutaban testículos, tetas y cabezas, / la Copa Mundial hervirá en las manos de quien las gane, / de quien la alce, de quien por ella beba / LA MIERDA DE HABER IDO ALLÁ”.

También hay piezas de un poemario de 1986, de larguísimo título: El principio de utopía, el principio de realidad seguidos de Ana Brites, balada tan al gusto popular portugués y varios otros poemas, donde uno comienza implorando: “¡Danos, Dios mío, un pequeño absurdo cotidiano por lo menos, / que el absurdo, incluso en breves dosis, / defiende de la melancolía y nosotros somos tan propensos a ella! / Si es verdad el aforismo cuchillo afila cuchillo / (no sabemos hablar sino figuradamente / prueba de que somos poco capaces de abstracción)”. Y una sección de Acordeón ofrece una muestra de apuntes y aforismos, un O’Neill en la mejor vena a lo Elias Canetti, algunos publicados en la prensa durante la década de 1970: “Solo y loco, soliloquio”. “El pordiosero le extendió el guante”. “Pasó la vida a encontrarse la misma mosca”. “¡Era una viejita muy curiosa! Nunca tomaba el metro sin antes persignarse”. “Comenzaba a comer la sopa por los bordes del plato; después, perdía el interés”.

El último poema del libro, “Amália”, comienza diciendo: “Yo ya no sé, cuando te oigo, / si como caracoles o mastico romero, / si me derramo por el amor o por un banco de jardín, / si la gaviota vuela fuera o vuela dentro de mí”. La pieza fue originalmente publicada en la cubierta interior del disco de Amália Rodrigues Gostaba de Ser Quem Era (1980). El poema contiene alusiones a varios fados famosos de Amália -además de cantante, actriz-, donde O’Neill fue el letrista, como el célebre “Gaviota”. “El fado es lo que da dinero, no es como la literatura”, llegó a decir a sus amigos.

Siempre mundano y con tonos líricos, ocurrente e irónico, con -si pudiera decirse así- melancolía objetiva.

Alexandre O’Neill contó en su última entrevista, publicada en 1985 -en Expresso, realizada por Clara Ferreira Alves-, cuál pensaba que podría ser un buen epitafio. Mencionó unas palabras que, dijo, fueron escritas cuando contaba con 30 años de edad y se proyectaba a sí mismo; a quien terminaría siendo una presencia permanente en la ciudad de Lisboa, melancólica y taciturna: “Aquí yace Alexandre O’Neill / Un hombre que durmió / muy poco / Bien se merecía esto”.

>Poemas de Alexandre O’Neill

A MI FAVOR

A mi favor

Tengo el verde secreto de tus ojos

Algunas palabras de odio algunas palabras de amor

El tapete que va a partir hacia el infinito

Esta noche o una noche cualquiera

 

 

A mi favor

Las paredes que insultan despacio

Cierto refugio más allá del murmullo

Que de la vida común insista en alcanzarme

El barco escondido entre el follaje

El jardín donde la aventura se reanuda

REÍR, ROER

¿Qué tal si de reír,

Reír de todo, tanto,

Y a fuerza de reír,

Nos volviéramos llanto,

 

 

Llanto recolector

De lo que nos sobrara?

Que en risa o en dolor

El hombre se mirara.

 

Si se viera deforme,

Si deforme ya fuera.

¿Es un horror enorme?

Más grande ya naciera…

 

 

Si acaso no naciera,

El horror es muy nuestro.

¡Cada diente royera

royera el diente vuestro!

AUTORRETRATO

O’Neill (Alexandre), moreno portugués,

cabello ala de cuervo; de angustiosa cara,

narigudo que sobrelleva de través

la herida desdeñosa y no cicatrizada.

Si la mueca de tal sujeto es lo que ves

(omítase el ojo triste y la frente iluminada)

el retrato moral también tiene sus qués

(aquí, una pequeña frase censurada…)

¿En el amor? En el amor cree (¡o no sería O’Neill!)

y con veleidades de que lo sabe hacer

(pues el amor no está hecho) de formas mil

que son la semoviente estatua del placer.

Pero sufre de ternura y ríe, ya embriagado,

de lo que en este soneto sobre él ha contado.

QUÉ TRISTES Y CALLADOS

¡Qué tristes y callados

van los soldados!

¿Por qué van tristes y callados?

-No sé-

 

 

Pero sé después,

en el frente de batalla,

un tiro salió

y un soldado cayó

y nunca más se levantó.

Y en su casa,

la madre escribía:

“Hijo mío, ten cuidado…”

Y no sabía

que la tierra fría

se había tragado el cuerpo del soldado.

 

 

¡Qué tristes y callados

van los soldados!

¿Por qué van tristes y callados?

 

Estos poemas pertenecen al volumen Acordeón. Antología poética, traducido por Jerónimo Pizarro y publicado por Fondo de Cultura Económica.