En días pasados se estrenó la película argentina Belén, cuyo caso desencadenó y propició un acontecimiento histórico en la Argentina, que finalmente devino en la interrupción voluntaria del embarazo y en la interrupción legal del embarazo, lo que recuperó la autodeterminación y la identidad de las mujeres en la relación con su propio cuerpo.
La propia Margaret Atwood se expresó a favor de este film que esconde un bochornoso evento judicial en el cual se criminaliza una vez más a las mujeres y a la pobreza. Considerar que aquel aborto espontáneo era deliberado, un homicidio agravado por el vínculo, incluso testimoniar falsamente que la prueba de ese delito se encontraba en un baño al que Belén nunca había ingresado. Belén es un símbolo que permite no sólo enmascarar a la verdadera protagonista de esta tragedia jurídica argentina, sino también encauzar el vasto río de reformas sociales y jurídicas para las minorías, los colectivos desplazados en Argentina y las injusticias de toda índole, a la que fueron arrojados niños, mujeres, jubilados, colectivo LGTBIQ+, trabajadores sumidos en la oscuridad de la informalidad, maneras de nombrar la miseria por debajo de la línea de la pobreza. ¿Qué es lo que este nuevo cuento de la criada viene a traernos desde la realidad? No sólo la promulgación de la ley de la interrupción voluntaria del embarazo, sino una serie de leyes que conforman un enjambre ululante, a partir de los múltiples reclamos en estos últimos años, y con las cuales se intenta una vez más visibilizar y ofrecer estado de derecho para todos aquellos colectivos objetos del oprobio, la persecución, la estigmatización y la violencia de toda índole.
Por estos días volvió a sacudirnos el doble femicidio y el tercer crimen perpetrado por Pablo Laurta, que iba de la mano del niño que nunca entenderá, de aquel que no podrá tal vez atravesar su experiencia de la niñez, salvo que precisamente la comunidad rescate, reciba y proteja su vida. La función paterna y la función materna pueden ser ejercidas no sólo por personas físicas, no sólo por el vínculo primario establecido y biológico, sino por las instituciones diversas, amalgamadas y transversales. Las educativas, las de salud, las jurídicas, las personas que toman el relevo en adopción o el cuidado en hogares de medio camino, incluso la protección de un juzgado de familia. Es esta trama compleja la que no solamente nos permite nombrarnos ciudadanos, sino también nos da identidad como personas. No es posible, al menos en el universo contemporáneo y en esta etapa puntual del capitalismo, pensar que podamos ser personas en la exclusión o por fuera de reconocimiento. De los Estados y del Estado de Derecho.
Muchas veces, de una mirada depende la vida y el destino de un niño, de un ser humano. Muchas veces es esa mirada amparadora, ese registro que promueve la inscripción en lo simbólico la que permite que una vida humana pueda encontrar alternativas y alternancias más allá del oscuro destino de los progenitores. Esta extraordinaria expresión que encontró Freud para señalar allí algo del orden de lo parental, tal como él señalaba, pareja parental, y no estrictamente de los padres biológicos, ampliando así la función de lo que supone paternar y maternar. Por otra parte, en ese plural, progenitores, inevitablemente, nuestra práctica se vuelve una práctica de lo social, en la cual nosotros, los humanos, interactuamos, nos entrelazamos y dependemos durante tantísimos años de las referencias vitales que provienen de la familia extendida, las familias putativas, las instituciones educativas y de salud, las personas que nos dedicaron una mirada que sostiene momentos fulminantes alrededor de lo traumático. Son los clubes de barrio, eran las sociedades de fomento. Son las vecindades, y las generosidades a la hora de entender que un niño recibe necesariamente aquello que gira a su alrededor, en una extraordinaria trama, que no es otra que la del proceso grupal, los agrupamientos colectivos, tal como Pichon-Rivière lo señalara. Y que, sin eso, posiblemente, no hay niñez, no hay vida humana.
Progenitores puede también leerse como ese acto espontáneo, esa serie de apuntalamientos que cada uno de nosotros tiene responsabilidad de ofrendar al otro. Sobre todo, hacia aquellos que están en una situación de inermidad o exposición social, psíquica o económica. Si bien Freud había señalado el aspecto económico del masoquismo, y por supuesto que esta no es una referencia monetarista, sino que habla de la dinámica y las tensiones psíquicas que produce la posición estructural de la ley y el texto de la ley sobre las vidas humanas, no deja de advertir que una de las vertientes más problemáticas en la salida y en la relación con el masoquismo, es precisamente aquella por la cual éste se interioriza. Llamémoslo, en términos metafóricos, padre sádico, masoquismo moral o instancias superyoicas que facilitan la introversión de la libido, es decir, posiciones que van hacia la depresión o la comparecencia de vidas disminuidas, empobrecidas simbólicamente. Belén es un símbolo. Dolores Fonzi tuvo la valentía de transformarlo en un alegato que está vivo y no tenemos que olvidar. Belén es una construcción colectiva alrededor de un trauma. No solo supuso una cisura en la vida de esa mujer vulnerada y castigada injustamente, sino una cicatriz en la que se lee lento, pero indefectible, el avance de la sociedad argentina alrededor de las inequidades históricas y el silenciamiento de los colectivos por la mano dura. De los colectivos desplazados por la mano dura. Objetos inertes de las represiones más brutales. Es una metáfora de aquello que tendremos que elegir en los tiempos futuros. Elegir Belén por sobre esa otra metáfora muy arraigada, la del estatus patriarcal, ese que supone que solo existe la cabecera de la mesa a la cual se sientan los patrones. La mesa es extensa. No está servida. Primero hay que donar pedazos de nuestras vidas. Lúcidas y, a veces, a tientas. Y también dar amor, que no es banalizar el amor, sino entender que esa presencia transforma existencias.
¿Qué es casa, sino aquello que nos convoca a una reunión común? No es el hogar físico, ni siquiera es el retorno al hogar, a la hoguera alrededor de la cual nos reunimos para contarnos historias. Es eso y más. Es una referencia que vibra en nosotros, precisamente cuando nos ausentamos, cuando alguien recuerda nuestra ausencia. Eso es casa. Ser referidos por el otro y poder referenciarnos hacia un lugar común que nos reúne, aun cuando ya no estemos ahí.
De regreso a casa, Belén. Te esperamos. Te hacemos lugar. Inevitable recordar la trova rosarina en el retorno a la democracia del año 83, Mirta, de regreso. Cuando regreso a casa Mirta, y Mirta también regresando, no sólo el hombre que convida. Aquí, Belén, que está para nosotros de un lado y del otro de esta expresión. De regreso, Belén, regresa, ¿verdad?, a casa. Belén regresa a casa, Belén somos nosotros. A Belén la interpelamos y le contamos también que estamos de regreso. De regreso a casa, Belén.
Cristian Rodríguez es psicoanalista y escritor.