El 1º de agosto de 1887, los senadores paraguayos Bernardino Caballero, José Segundo Decoud y Rosendo Carísimo impulsaron una ley que creaba, en la por entonces aún herida Ciudad de Asunción, la Biblioteca y el Museo Nacional del Paraguay, ese país dolorosamente arrasado durante la feroz guerra que la Historia Sudamericana registró como de la Triple Alianza y en la que Brasil, Argentina y Uruguay, entre 1865 y 1870, prácticamente destruyeron a la entonces nación más desarrollada de Sudamérica.
Como ha establecido con solvencia Felipe Pigna, esa guerra sirvió a los intereses británicos que buscaban acabar con el modelo autónomo de desarrollo de Paraguay, país al que consideraban un "mal ejemplo" para el resto de Latinoamérica.
El conflicto había comenzado en 1863, cuando la República Oriental del Uruguay fue invadida por un grupo de liberales uruguayos del Partido Colorado al mando del general Venancio Flores, quienes para derrocar al gobierno del Partido Blanco desencadenaron una guerra civil que resultó precursora de la posterior y devastadora Guerra de la Triple Alianza.
Esa invasión se había preparado en Buenos Aires con el visto bueno del presidente Bartolomé Mitre y con apoyo brasileño. Simplemente esperaron a que Paraguay interviniera en defensa del gobierno uruguayo derrocado y le declarara la guerra a Brasil.
Mitre se declaró neutral, pero impidió que pasaran por Corrientes las tropas paraguayas comandadas por Francisco Solano López, provocando así que Paraguay también declarara la guerra a la Argentina.
Así, junto con Brasil y el flamante gobierno uruguayo, Argentina firmó en mayo de 1865 el Tratado de la Triple Alianza, por el cual se fijaban los objetivos de la guerra y las condiciones de rendición que se le impondrían a Paraguay.
Lo que era una vileza, porque Paraguay era el país industrialmente más desarrollado de la región. Construía barcos en astilleros propios, era creciente y próspera su industria metalúrgica y además tenía ferrocarriles y líneas telegráficas propias, y la mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía el monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le sobraban recursos propios.
Por eso la impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza, al menos en la Argentina, fue muy importante. Tanto que a los tradicionales conflictos que provocaba la hegemonía porteña, se sumaron sublevaciones contra el gobierno mitrista en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
Fue una guerra tremendamente sangrienta, en la que entre los feroces resultados que debió pagar el pueblo paraguayo figuró la casi extinción de varones adultos. Todo el pueblo participó activamente de esa guerra defensiva, honorable y patriótica, mientras que los soldados de la Triple Alianza peleaban por plata o por obligación.
Esa disparidad llevó a los paraguayos a concretar verdaderas hazañas militares, como el triunfo de Curupaytí, donde a pesar de un armamento inferior tuvieron sólo 50 muertos frente a los 9.000 de los aliados, entre ellos Dominguito, el hijo de Domingo Faustino Sarmiento.
Años después de terminada la guerra, en agosto de 1887 y en la Ciudad de Asunción, los senadores paraguayos Bernardino Caballero, José Segundo Decoud y Rosendo Carísimo impulsaron en la Cámara de Senadores de ese país la creación --en la por entonces todavía herida Ciudad de Asunción-- de una Biblioteca Nacional y de un Museo Nacional que se consideraban urgentes porque el país todo había quedado herido a consecuencia de esa guerra que prácticamente destruyó al Paraguay.
Por eso y pasados los años, se estableció que el Poder Ejecutivo proveyera los fondos necesarios para sostener la Biblioteca y el Museo, y el 21 de septiembre de 1887 el entonces presidente paraguayo, general Patricio Escobar, promulgó la ley de instalación de esos importantes establecimientos públicos de cultura.
Y es que durante los años de guerras civiles posteriores a la Guerra Grande (como se la llamaba) la Biblioteca Nacional paraguaya sufrió serios daños en toda su estructura, sin contar los estragos naturales causados por el tiempo, más el abandono del edificio debido al poco celo en la conservación de colecciones, con notable merma del acervo.
En la actualidad, y desde 1959, la Biblioteca Nacional paraguaya funciona en un moderno edificio ubicado en la Calle De la Residenta número 820. Además y por decreto, en abril de 1990 se creó la Subsecretaría de Estado de Cultura, dependiente del Ministerio de Educación y Culto. Y en 1991, y con el fin de implementar una política cultural coherente con la nueva etapa de transición democrática, la Subsecretaría reestructuró su cuadro administrativo, enfocando su gestión hacia áreas específicas. Y en febrero de 1991 el Archivo, la Biblioteca y el Museo Nacionales se constituyeron en instituciones separadas, subordinadas directamente a la hoy Secretaría de Cultura. Y en junio de 1991 se trasladó la Oficina del Registro Público de Derecho Intelectual al edificio de la Biblioteca Nacional, lo que posibilitó la incorporación de obras contemporáneas, tanto de libros como de materiales impresos en general.
Entre 2009 y 2012, durante el gobierno de Fernando Lugo, esa institución ganó en estructura y funcionamiento, al punto que hoy funciona en un moderno edificio que depende de la Dirección General de Bienes y Servicios Culturales, y cuyo impecable estado asegura recomendables recorridos ya que el acervo de esta biblioteca es exquisito.
En la actualidad la Biblioteca Nacional del Paraguay está cumpliendo 138 años de existencia y está ubicada a metros del histórico y bellísimo Gran Hotel del Paraguay, que en el siglo 19 fue la residencia de Madame Elisa Lynch, joven y bella irlandesa que llegó al Paraguay como compañera y luego poderosa influyente del Mariscal Francisco Solano López, presidente paraguayo y conductor de la Guerra contra la Triple Alianza entre 1865 y 1870.
Pero la gran curiosidad radica en el hecho asombroso de que todo el predio es lindero con el edificio hoy en ruinas de una antigua escuela abandonada que es propiedad de la República Argentina y cuya entrada, clausurada desde hace décadas, deja ver hacia el fondo del predio --visto desde los portones de hierro que dan a la calle de la Residenta-- un inesperado y enorme busto de Domingo Faustino Sarmiento rodeado de una gran variedad de placas recordatorias de honores, pero todo en un penoso estado de abandono y en gran parte cubierto de vegetación.
No obstante la gran sorpresa, este columnista participó de un interesante recorrido guiado por la fascinante biblioteca, lo que permitió ver, desde el segundo piso y con toda nitidez, allá abajo y como centro de la manzana, y separado por un largo y altísimo alambrado, nada menos que ese antiguo busto de Sarmiento. Este columnista pudo fotografiar ese paisaje en la imagen que ilustra esta nota.
Hecha la consulta pertinente, y superada la sorpresa, este cronista confirmó que el predio y el busto son propiedad de la Nación Argentina, única explicación que sin embargo no tiene respuesta, al menos en territorio de la hermana república. Un paisaje, pues, que inexorablemente muestra el lamentable estado de abandono de la estatua de un prócer en territorio extranjero, que sólo puede verse desde la calle y tras las rejas de la que alguna vez fue una escuela argentina para cientos de niños y niñas.