"Nunca me alcanzó el aire en mi casa” dice Claudio Villarruel en escena, más precisamente en la sala del Galpón de Guevara los viernes por la noche. Un escenario en el que desembarcó como protagonista y autor de Aire, la obra teatral en la que trabajó unos cinco años. El espectáculo cuenta la historia de la familia Villarruel desde sus orígenes en Córdoba, donde Sergio, el padre, ganó popularidad con la cobertura televisiva del Cordobazo, y en Buenos Aires donde el cronista político consolidó su carrera y devino famoso. El narrador de las vicisitudes del clan es Claudio, el ex director artístico de Telefé y productor de Marcelo Tinelli durante una década. Si al comienzo el espectador puede sentir que está frente a otro biodrama más, otra biografía personal llevada a escena (una de las tantas que pueblan la cartelera porteña desde hace varios años), enseguida esa sensación cede. Tal vez porque hay varios aciertos en la propuesta: la valentía de revelar secretos familiares y zonas oscuras y dolorosas, la ausencia de golpes bajos, el humor, la naturalidad del protagonista, la belleza y eficacia de la puesta en escena.
En diálogo con Página/12, Villarruel desarrolla esa idea de falta de aire. “Mi papá se hizo hiper famoso en poco tiempo. Mi hogar y mi vida privada desde chico se volvieron algo público. Eran tiempos difíciles. Mi madre sufrió un colapso mental el día que yo nací y la alejaron de nosotros por dos años. Después volvió pero no fue fácil, las noches eran complicadas, yo era chico y me angustiaba mucho, me faltaba el aire en casa”, confiesa el productor de 60 años. Y el “aire” del título también evoca al letrero que se enciende en los estudios de televisión y de radio que frecuentaba de niño cuando acompañaba a su padre al trabajo. O en los que caía de sorpresa solo, para fastidio del padre, porque ahí se sentía mejor, pasaban otras cosas, podía respirar. 

También se refiere a la falta de aire que padeció mucho después, cuando estudiaba Sociología en la UBA y en forma paralela estrenó la primera obra de su autoría, inspirada en la estética de Alberto Félix Alberto. “Me desmayé en una clase de Oscar Landi, me equivocaba al hacer las luces en la obra…No me encontraban nada físico pero yo sentía que no podía respirar. Fue lo que hoy conocemos como ataques de pánico y crisis de ansiedad. Creo que estaba muy relacionado a la culpa que sentía por lo que le pasó a mamá y el miedo a que a mí me pasara lo mismo”, señala. Psiquiatra y terapia mediante, esas angustias quedaron muy atrás y ahora se encuentra en una etapa de plenitud y disfrute en el escenario, en el streaming (conduce el programa de actualidad Detrás de lo que vemos que se emite por El Destape), está terminando una novela y está desarrollando un guión de cine.

Claudio Villarrruel. Imagen: gentileza Carlos Furman.

Fue poco antes de la pandemia cuando sintió la necesidad de hacer algo artístico con esa etapa familiar que condensó tanto éxito y popularidad como enfermedad mental, síntomas y ausencias. “Era algo que raspaba mi corazón todo el tiempo más allá de que profesionalmente me fue muy bien y que armé una muy linda familia. Creo que fueron esos dos años de ausencia de mamá lo que desencadenó todo ese dolor, la culpa, los miedos”, cuenta. Claudia Piñeiro le recomendó al escritor Julián López para que lo ayudara con los textos que ya había escrito. En ese proceso con el autor de la novela Una muchacha muy bella, el material fue adquiriendo una forma teatral: “Al principio era una cosa infumable hasta que se fue acomodando. Empezó a hablar la obra, empecé a ver situaciones, a recordar otras”. 

Villarruel consultó también a sus amigos Mauricio Kartún y María Marull, que lo animaron y sumaron sugerencias; a Lautaro Vilo y finalmente a Guillermo Cacace que le recomendó a Juan Andrés Romanazzi, de 33 años, para que lo dirigiera. A lo largo de 55 minutos, Villarruel está solo en escena, rodeado de una escenografía creada por Micaela Sleigh con bastidores que forman una suerte de estructura hogareña sobre la que se proyectan fotografías, videos y testimonios. Claudio está solo pero no tanto, acompañado también por luces de Pablo Rojas y la música de Luciano Pallaro.

“Es como volver al teatro independiente que yo hacía a mis veintipico. Y encontrarme con gente muy valiosa. Juan, el director, me ayudó a sumar algo un poco más dramático porque yo tiendo al humor negro, que es mi manera de atravesar las cosas, y a encontrar el tono desde donde contar”, advierte. 

Aire intercala anécdotas risueñas, profundas, tristes, insólitas, como el relato en pantalla de la hermana de Claudio sobre la amante del padre, o el video en el que éste acompaña a Perón a hacer las compras en un supermercado madrileño. Claudio nunca se acelera y envuelve a la platea en un relato que crece, se expande hacia distintas zonas y que también habla de las convulsiones del país en las últimas décadas. Fue casi inevitable que la obra tuviera una impronta audiovisual, el medio al que Villlarruel se dedicó durante décadas. “Estuve un año filmando y editando. Tenía una cantidad enorme de horas grabadas y con Juan fuimos limpiando hasta encontrar esta forma que me gusta: chiquita, íntima, yo y los demás personajes en las pantallas. Quería que la puesta tuviera algo de ensoñación, de asociación libre. Creo que lo logramos”, dice.

*Aire se presenta los viernes 24 y 31 de octubre y 14, 21 y 28 de noviembre a las 20 horas en Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA).

El verdadero amor

Claudio Villarruel iba mucho al teatro y al cine con su padre cuando era chico y adolescente. Eran momentos preciados: disfrutar de la compañía de un hombre que pasaba muchísimo tiempo en los canales de televisión y entrar juntos en mundos de ficción subyugantes. "Me llevaba a ver unas cosas extrañísimas: cine ruso, alemán, francés…Todo lo que él quería ver. Yo no ví películas infantiles y le agradezco haberme introducido en ese mundo que me atraía tanto. Tenía 13 años y veíamos Tarkovski, Fassbinder, Herzog. Cuando íbamos al teatro siempre me pasaba que, al terminar la función, cada vez que los actores salían a saludar, me emocionaba mucho. Era un llanto de alegría. Estos tipos estaban haciendo de otros y de repente salían, dejaban el personaje y eran como nosotros”, recuerda. 

En esos años juveniles quería dedicarse al teatro. Mientras estudiaba sociología, se acercó a La Manzana de las luces para formase como actor durante tres años y se lanzó a escribir. Hizo una adaptación de La metamorfosis de Kafka y también una obra de su autoría, Síndrome de un sábado a la noche, que estrenó en el teatro El Vitral fascinado en los 80 por el teatro de Alberto Félix Alberto, La Organización Negra, Rubén Szuchmacher. Pero llegarían los ataques de pánico, el temor a enloquecer y la indicación del psiquiatra de alejarse de la escena. “Estaba hecho mierda, le hice caso, pero nunca dejé de ver teatro y siempre lo disfruté muchísimo. Hasta en la época en que dirigía Telefé, íbamos con mi mujer a ver de todo y le decía: ’Esto es lo mío’. El teatro siempre estuvo en mi vida, es un refugio”, afirma.

Los años en Telefé

Cuando Marcelo Tinelli lo convocó para producir Videomatch, Claudio Viillaruel tenía sólo 25 años. Ocho años después, a los 33, asumió la dirección artística de Telefé. “Marcelo era unos pocos años mayor que yo y me dejó hacer lo que quise, llevar gente del under para aportar ideas, guionistas, productores. Hicimos muchas cosas, un humor raro para la época y en el menemismo pudimos ser un poco combativos”, opina el productor que abandonó la dirección del canal a los 43 años. Evaluando esa etapa, valoriza haber abordado temas complejos en un formato de entretenimiento masivo de calidad, en ciclos como Televisión por la Identidad (basado en las historias de niños apropiados durante la última dictadura militar), Vidas Robadas (sobre la trata de personas) y Montecristo (una adaptación del clásico de Alejandro Dumas articulada con el terrorismo de Estado en Argentina). “Me llevó tiempo valorar todo lo que hicimos con Bernarda (Llorente) en el canal. Era difícil porque terminabas una serie, te iba bien y tenías que hacer otra. Con el tiempo y la distancia, pude valorarlo mucho más y dejar de quejarme tanto. Estudiar sociología sin dudas me ayudó a hacer esos programas y revalorizar el entretenimiento, que suele tener mala fama”, asegura.