LIMPIA 7 puntos

(Chile, 2025)

Dirección: Dominga Sotomayor.

Guion: Gabriela Larralde y Dominga Sotomayor.

Duración: 102 minutos.

Intérpretes: María Paz Grandjean, Rosa Puga Vittini, Ignacia Baeza Hidalgo, Benjamín Westfall.

Disponible en Netflix.

Luego de pasar por la competencia Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, el cuarto largometraje de la chilena Dominga Sotomayor –la directora de De jueves a domingo, Mar y Tarde para morir joven– desembarca en Netflix sin pasar por las salas de cine. Un movimiento cada vez más común tanto para las películas de alto perfil comercial como para aquellas cercanas al concepto de cine autoral producidas por la N roja (esta semana también llega a la plataforma Una casa de dinamita, de Kathryn Bigelow, después de un fantasmal lanzamiento en un puñado de cines hace dos semanas). Fiel a su estilo engañosamente minimalista, donde los gestos y movimientos sutiles de los personajes conjuran maremotos internos, Sotomayor adapta la novela homónima de la escritora chilena Alia Trabucco evitando estridencias y trazos gruesos, al menos hasta los tramos finales, cuando el tono cambia radicalmente.


Limpia, su sencilloy pulcro título, señala hacia la profesión de Estela (María Paz Grandjean), sirvienta cama adentro que no sólo pasa el trapo por los muebles y la escoba por el piso. Empleada de un matrimonio de profesionales, la mujer también cocina, hace las compras y cuida de sol a sol a Julia, la pequeña hija de la pareja. Precisamente con ella comienza la historia, mientras su padre la tira una y otra vez a la pileta para que aprenda a flotar y llegar a la orilla. “Así me enseñó a nadar mi papá”, le dice el hombre, cirujano pediatra, aunque la chiquita no quiere saber nada con los forzados chapuzones. Estela observa, se acerca y, finalmente, lleva a Julia adentro, lejos de esa piscina privada y coqueta, parte de un barrio cerrado al cual últimamente le han empezado a entrar ladrones. El vínculo entre la nana y la niña es fuerte, amoroso pero tirante, y en más de una ocasión problemático.

Aunque el concepto de la “señora cama adentro” es universal, el relato de tensiones de clase que propone Limpia posee particularidades bien chilenas. Flota el recuerdo de La nana, la película de Sebastián Silva sobre una empleada doméstica cuya existencia es inseparable de quienes la emplean, pero el film de Sotomayor transita otros carriles. Gran parte del metraje está dedicado a describir instancias cotidianas, viñetas de esa particular interacción donde lo personal se entrelaza con lo laboral sin posibilidad de escindirse. Estela es, en más de un sentido, una segunda madre para Julia, aunque sus ideas, enseñanzas e incluso el gusto musical sean muy distintos a los de su progenitora. Una de las claves de lo que ocurrirá, rompiendo el precario equilibro, está dada por dos nuevos vínculos en la vida de la protagonista. Por un lado, la amistad y creciente deseo por el nuevo empleado de la estación de servicio; por el otro, las visitas constantes de un perro callejero al cual Estela y luego Julia le toman cariño.

Hay otro hecho puntual que desata conflictos: cuando la madre de Estela sufre un accidente y debe ser internada, la presión del matrimonio –gente ocupada con sus trabajos “serios”, podría pensarse, aunque nadie lo explicita– la empujan a cancelar un necesario y deseado viaje al interior del país. La inteligencia del guion de Limpia está dictada por la forma en la cual todas esas subtramas y acontecimientos van sumándose hasta generar un punto de no retorno, en principio contenido, pero que finalmente estalla y llena todo de esquirlas. Es entonces cuando Limpia deja de lado las sutilezas y se pone explícita, ensordecedora incluso. El final puede leerse de dos maneras: una simple y algo rudimentaria vuelta de tuerca que empuja el relato hacia el terreno de la tragedia o bien una irónica inversión de clase del concepto central de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, no determinado aquí por fuerzas sobrenaturales sino por otras muy humanas, aunque igual de poderosas.