UNO El cartel junto al cuadro --en el Museo de Bellas Artes de la ciudad-- informa de que se trata de algo anónimo y del siglo XVII. Se sabe: hay cuadros pintados por Anónimo en todas partes y en muchos estilos y "Esta monumental vista de Bilbao es la primera representación pictórica conocida de la ciudad". Y ahora Rodríguez --de paso por Bilbao-- lo mira fijo. Y ahí está esa ciudad y, sobre ella, un ángel no exterminador sino más bien urbanístico suspendido en un cielo nublado típico de la región. Pero afuera, ahora, hay un sol inesperadamente resplandeciente para lo que suele ser el clima de esta ciudad durante esta época del año. No llueve, cuando la costumbre es que no deje de llover. Y se anuncian para el mediodía unos tan sorprendentes como impensables casi treinta grados de temperatura mientras, en otras partes del reino, no dejan de florecer huracanes y trombas marinas y danas como aquella catastrófica y fallada valenciana de la que por estos días se cumple un año. Y los meteorólogos de lo noticieros mundiales no se ven rezagados a los últimos minutos del asunto --después de las noticias deportivas-- sino que son los encargados de abrir las emisiones del informativo con ojos más desencajados que los de Nicolas Cage en aquella gran película en la que el actor gesticulaba y movía los brazos frente a una pantalla color azul blue con truenos y rayos.
DOS Y, sí, el cambio climático y todo eso y lo que vendrá no parece muy alentador pero sí muy ventoso. Y Rodríguez se trajo para este breve viaje un/otro ejemplar de London Fields de Martin Amis. Novela que tanto le impresionó cuando la leyó por primera vez a finales de los años '80 y que le impresiona aún más y mejor ahora, en la relectura: ese rito reincidente al que Vladimir Nabokov (junto a Saul Bellow uno de los maestros admitidos y honrados de y por Amis) como la única y verdadera forma de comprender un libro. Y --a veces, no muchas-- pasa. Y lo que alguna vez fue tan cool en su momento con el tiempo asciende a vintage y a clásico por siempre hot. Y qué bueno que fue y es y seguirá siendo Amis. Amis es cada vez mejor. Y allí, ya se sabe: Nicola Six y Guy Clinch y Keith Talent y Samson "Sam" Young ejecutando y ejecutándose en un minué asesino mientras la temperatura va subiendo lenta pero intensamente, como la del agua en la que flota esa rana ignorante de que sus minutos están contados pero nunca tan bien escritos como las horas y los días que cuenta Amis en London Fields.
TRES Así que ahora la novela de Amis --centro de su Trilogía Londinense 1984-1995, flanqueada por las también portentosas Dinero y La Información-- acompaña a Rodríguez por una Bilbao de clima de, sí, "comportamiento extraño" que parece comulgar con las aberraciones temperamentales y temporarias de la temperatura que hace y deshace el libro. Allí y entonces, Amis ya parecía anticipar --apocalíptico y desintegrado-- las inéditas perturbaciones atmosféricas y climáticas(anti) que hoy ya son cosa de todos los días mientras se aproximaba un eclipse fatal. Así Rodríguez --ahora en el otro museo de la ciudad: el tan admirable desde afuera y tan incómodo por dentro Guggenheim-- relee lo que Amis, seguro, escribió y reescribió tantas veces antes de darlo por hecho en la voz del crepuscular y agonizante Samson Young: "En estos momentos, el tiempo es superatmosférico y, por tanto, supermeteorológico (¿se le puede seguir llamando realmente tiempo?).... Me parece bien, con una salvedad: ha escogido un mal año para ello, el año del comportamiento extraño. Me asomo para verlo. Casi todos los días hace un tiempo, si así se le puede seguir llamando, muy bonito; pero a mí me parece rayano en la histeria, como todo lo demás... Todos hemos conocido días de sol y de tormenta que nos hacen sentir lo que significa vivir en un planeta. Pero las convulsiones recientes han llevado esto mucho más lejos. Nos hacen sentir lo que significa vivir en un sistema solar, en una galaxia. Nos hacen sentir –y me siento al borde de la náusea al escribir estas palabras– lo que significa vivir en un universo... Sobre todo, los vientos. Atraviesan la ciudad vertiginosamente, atraviesan la isla vertiginosamente, como preparándola para una violencia exponencialmente mayor. Esta última semana, los vientos han matado a diecinueve personas, y treinta y tres millones de árboles. Y ahora, al atardecer, al otro lado de mi ventana, los árboles sacuden sus cabezas cual discotequeros psicodélicos de la vida nocturna de antaño... El sol está justo allí, al final de la calle, como una detonación nuclear. Y el sol no debería hacer eso. No, realmente el sol no debería hacer eso... No deseas más que perderlo de vista... El sol no debería hacer esto, realmente no debería hacer esto: estigmatizar nuestras mentes con esta idea, este secreto (quemadura especial, fuego especial), lanzarnos continuamente unas flechas tan bajas... La revista Time: la tapa de aquella semana estaba dedicada al tiempo. Como siempre. Resultaba difícil creer que el tiempo hubiera sido hasta entonces sinónimo de conversación menor. Porque ahora el tiempo era conversación de primer orden. El tiempo ocupaba los principales titulares en todo el mundo. Cada día. En la televisión se había producido una inversión: los conductores más guapos hacían ahora todos de hombres del tiempo; y los fantasiosos eunucos con traje de tweed, aquellos que apuntaban con sus reglas a los mapas y pedían disculpas por la lluvia, venían al final para ofrecer el resto de la información, o lo que quedaba de ella. Los meteorólogos eran los nuevos corresponsales de guerra: después de hablar John sobre los huracanes y Don sobre los glaciares, salía Ron para hablar sobre la troposfera... Una inundación de dos metros y medio de agua vertida por el cielo en veinticuatro horas. Un día en el que todos los dioses meteorológicos se habían precipitado al cuarto de baño... El cambio estaba provocado al parecer por una combinación sin precedentes de tres efectos conocidos: el perihelio (cuando la tierra se halla a la distancia más corta del sol), el perigeo (cuando la luna se halla a la distancia más corta de la tierra) y la sizigia (cuando la tierra, el sol y la luna se hallan de un modo u otro alineados de la manera más próxima posible). Esta confluencia provocaba que la gravedad tomara peso, lo que hacía más lenta la rotación del planeta y también hacía más lento el tiempo, de manera que los días y las noches de la tierra eran ahora infinitesimal pero mensurablemente más largos. El tiempo tiene un nuevo número, o, mejor dicho, un nuevo ángulo. Y no me refiero a las nubes muertas. Parece que seguirá así: por los siglos de los siglos, más o menos. No tiene buena pinta. Esto hará que todo empeore. No es prudente. El tiempo no debería hacer esto, de verdad".
CUATRO Y Rodríguez lee eso en el centro de la muestra retrospectiva de Barbara Kruger en el Guggenheim. "Otro día / Otra Noche", se titula. Más aires de los '80s-'90s, sí. Esas fotos cruzadas por esas letras como mantras-slogan que "suenan" a estribillos de canciones de Laurie Anderson: "Tu cuerpo es un campo de batalla", "Recúerdame", "Necesítalo", "Verdad", "Es un mundo pequeño", "Llora, por favor". Y Rodríguez --vencido, olvidado, necesitado y lacrimoso-- sale de allí y sigue caminando bajo el sol que ilumina pero a la vez proyecta sombras por los campos de Bilbao sin ningún ángel que los proteja y ampare.


