Sentir la naturaleza, sumergiéndose en los bosques, ríos y arroyos para disfrutar del paisaje que se abre generoso a cada parpadeo, es la clave para descubrir cada verano en San Carlos de Bariloche, Patagonia rionegrina, los secretos de la Capital Nacional del Turismo Aventura. Es uno de los destinos clásicos de la Argentina. Y es justo la experiencia lo que le permite reinventarse cada temporada. Una de las mejores formas de descubrirla es abrirse a las propuestas de turismo activo que sustentan su título nacional de outdoors.

En esta ciudad rionegrina que comparte el primer Parque Nacional del país –el Nahuel Huapi– con la vecina Neuquén, aventura es el trekking por cada uno de los cerros, los circuitos de mountain bike, los deportes náuticos que van del rafting al kayak, el stand-up paddle, las flotadas, los paseos lacustres y hasta las navegaciones de alta gama en veleros. La oferta barilochense recorre un abanico imperdible que incluye una visita al bar de hielo, el parque de dinosaurios y el top de esta temporada, el “beer tour”, un paseo por tres estilos de cervecerías artesanales que lo convertirán en un experto (o al menos habrá saboreado los mejores maridajes, que hasta abarcan frutos de mar o chocolate según el estilo de la  cerveza).

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Flotada, para sumergirse a remo en el mundo plácido de los lagos y ríos barilochenses.

PEZ EN EL AGUA El agua verde esmeralda del río Limay corre transparente entre formaciones rocosas, paredones curiosos y el follaje de los sauces que balconean desde las costas. Y aquí uno de los pioneros en las actividades náuticas, el mentor de la operadora Extremo Sur Alejandro Rosales, sonríe cuando advierte la adrenalina del grupo inexperto que se calza los salvavidas para recibir las primeras instrucciones.

“Vamos a sentarnos de a uno en la embarcación, cuidando el equilibrio y de esta forma la abordamos”, dice el guía Mariano Stefanutti, que se sienta en el borde inflado del gomón con las piernas juntas colgando hacia fuera, y en un suave movimiento las pasa hacia el interior. Así de sencilla es la maniobra para la travesía que está por comenzar.

De 4 a 80 años dicen que es el rango de edades para esta actividad y el team de cuarentones se relaja. No hay que hacer nada más que abrir los ojos y los pulmones para llenar el alma de esta forma naturaleza que casi hace formar parte de ella cuando, suave, el gomón se desliza por las aguas cristalinas.

En la flotada es el guía quien rema y los demás miran. A bordo la gente empieza a tener calor, con el abrigo en capas tipo cebolla que cada uno viste sabiendo que el clima en la montaña puede cambiar de golpe. Algunos maniobran para empezar a quitarse algo de encima, pero en la primera curva que describe el río un peñón da la sombra necesaria para que, junto al viento que se levanta de pronto, vuelva un invierno de cinco minutos. Y enseguida, la primavera y el verano.

Parece mentira, pero el agua es tan cristalina que se puede ver alguna trucha,  las piedras del fondo y las algas. Dan ganas de tirarse ahí nomás, otra que flotada.

El vaivén es precioso y atesora el corazón que se acuna en esta balsa, en este río y en la imagen suave de pasturas, casas, puestos y horizonte que se suceden a los lados del paseo que durará por cuarenta minutos, siguiendo las curvas y contracurvas de un río especial para este tipo de travesía, sin escollos ni grandes turbulencias. Todo es armonía. Y de a poco, la paz se adueña del ser. Es increíble pensar que en poco más de dos horas desde Buenos Aires uno pueda estar en medio de un río, flotando y sintiendo apenas el roce  de seda que imprime la nave cuando se desliza por estas aguas cristalinas.

Los diez kilómetros de río que se recorren en flotada devuelven la mirada curiosa de quien está transcurriendo desde adentro del paisaje. Nada se le compara. Uno se acostumbra a lo que ve por la ventanilla de un auto, pero aquí la cosa es distinta. Incluso cuando en mitad de la travesía se llega a dos peñascos iguales -“las mellizas”, acota el guía- y uno puede ver los macizos rocosos y su entraña de piedra pulida por el paso del tiempo, el viento y el agua.

A esta altura, algún ave se aleja al vernos pasar mientras uno se replantea si es posible quedarse a vivir acá. En medio del río flotando. Para el guía experto, cuya vida ha estado ligada a la navegación, remar con siete personas a cuestas no es nada. “Remonto el río y aprovecho las corrientes que nos van empujando el gomón”,  aclara y de allí se explica la suavidad envolvente de los movimientos.

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La Capital del Turismo Aventura ofrece –entre muchas propuestas– kayak y mountain bike.

SOBRE LA COSTA La llegada es triunfal. La nave se arrima a una costa de dibujitos animados. Un césped verde claro se extiende como una alfombra a nuestros pies. El río sigue su curso y el cielo turquesa dibuja nubes gorditas y redondas, perfectas. Nos quitamos los salvavidas y al avanzar caminando por el predio, siempre junto al río, hay recovecos bien pensados. Una mesa de madera rústica y unas sillas guarecidas bajo la espesura de un túnel de sauces. Luego, una reja de hierro con una docena de macetas con pensamientos, alguna antigua pava y cafetera tuneadas de colores fuertes que contienen más flores. Al llegar al punto donde se degustará un asadón, un muelle miniatura muestra un sillón vestido con mantas de telar de colores naranjas. Y el río pasa, suave junto al conjunto.

Sobre la costa, casi desde donde se pueden poner los pies en el agua, un grupo de mesas, reposeras y banquitos de madera se protegen con  una instalación de “spa” al aire libre. Se trata de El Mangrullo, un rincón único en el planeta. Y otra vez esa revolución de los sentidos que da ganas de quedarse allí, mirando la nada y el todo.

Por dentro, El Mangrullo es un quincho gigante y tuneado para una gran velada. Los platos de sitio son rodajas de tronco y el cordero asado un manjar. Desde los ventanales sigue el río transparente y el cielo que muestra el sinfín de climas que reinan en la Patagonia. Uno quisiera atesorar el momento y que dure hasta el cansancio la estada en este lugar.

De regreso, los 40 minutos de ruta son comunes a los viajes ruteros, pero entonces Georgina Mendizábal –de Caburé Viajes y Turismo–, quien conduce otra nave, esta vez terrestre- detiene la marcha para que admiremos el paisaje desde “arriba”. El cauce sinuoso del río Limay abraza y se despega de los cajones de piedras, los lupinos en flor de colores azules y rosados son el puntapié para miles de fotos. Se abre el cielo y un rayo de sol tardío le pone el brillo dorado a la cinta de río a nuestros pies. Y la ruta sigue, con olas enormes y amarillas de las retamas en flor. Y el rojo furioso de las flores del notro. 

Los expertos en turismo activo sostienen que la mejor forma de descansar en practicar una actividad ajena a nuestra rutina diaria. Y es una de las razones para que tanto paisaje, tanta belleza, agua, cielo y aire desborden en la mente y, al fin del día, se sienta ese cansancio placentero que lleva a dormir de un tirón y sin extrañar ni una pizca la dosis Neflix.

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Stand-up paddle, el arte de remar parado sobre una tabla como de surf, pero gigante.

MÁS AVENTURA Si la adrenalina es lo suyo, las opciones abarcan stand-up paddle, que consiste en remar de pie y se puede hacer en grupos de seis con tablas como las de surf, pero gigantes. Muchos prefieren el rafting en  el río Manso, y en otros casos el kite-surf o el windsurf se pueden practicar en el Nahuel Huapi.

El kayak es  otra de las actividades y para muchos la onda está en el “sit on top”, cuya embarcación es similar pero no hace sentir tan encajonado, por lo que resulta para quienes comienzan con la actividad.

Se sabe que Bariloche tiene unos ocho refugios históricos de montaña, que se pueden visitar con excursiones de entre dos y seis horas, aunque algunos admiten quedarse a pasar la noche y otros ofrecen actividades (como el Berghof en el Cerro Otto, donde se puede disfrutar de jornadas de música). Allí mismo, a unos diez metros en la ladera de la montaña, está la Casa Museo de Otto Mailing construida en la década del 30.

Realmente, Bariloche está bella. Y lo estuvo en los días previos a la Navidad y hasta Reyes, con un árbol gigante, moños rojos, muérdago, borlas doradas y hasta pesebres de chocolate. Ahora en cambio al caminar por las calles, siempre mirando al Nahuel Huapi, se llega a una perla que sin ser natural ni romántica lo hará divertir: es el bar de hielo, Ice Bariloche, donde le dan la bienvenida y lo visten como para ir a la Antártida. Una vez adentro del establecimiento verá una reproducción a escala del centro cívico pero de hielo: click foto. Una barra de hielo, vasos de hielo para tomar unos tragos, luego mesas y bancos de hielo y hasta chascarrillos como la ardilla de la Era del Hielo, de peluche pero congelada dentro de un cubo.

La otra novedad es que cada tarde de viernes a sábado, de 19.00 a 23.00 y los domingos hasta las 22.00, 14 cervecerías y bares ubicados en los 300 metros frente al Club Andino -en las calles 20 de Febrero entre Morales y Neumeyer- ubican mesas y sillas sobre decks y con  buena música invitan a disfrutar el atardecer, con luz hasta las 22.00 en el verano patagónico. Pero la vanguardia en esta historia la conduce Sofía Martínez, que con su Beer Tour recorre tres cervecerías de las pioneras y con diferentes estilos como Berlina, Gilbert y Patagonia, que además de contar con el maridaje exclusivo de las diferentes cervezas lo convertirán en un experto en el métier.

Lo cierto es que es verano y Bariloche se luce como destino para esta temporada. Estrena infraestructura en playas, las céntricas imperdibles como las que se extienden cerquita del Centro Cívico, o la playa del Bicentenario. A unos siete kilómetros está playa Bonita, otro de los balnearios, además de Playa Serena, rumbo a Circuito Chico y Llao Llao. Para algunos, justo detrás del hotel histórico está Villa Tacul, donde un bosque precede a la playa y la convierte en especial mientras hacia el sur por la RN 40 se llega al lago Gutiérrez, con playas que ofrecen varias alternativas como el camping privado Los Baqueanos.

Para el jefe de gabinete del gobierno municipal de Bariloche, Mario Barberis, se ha trabajado para que la opción playas esté contemplada entre los veraneantes que eligen este destino. Al tiempo que –puntualizó a TurismoI12–  hoy son nueve balnearios y prestan servicio en 45 playas habilitadas.

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Montañas y lagos, el escenario perfecto de un verano patagónico.

LA YAPA Las cabalgatas  como las que ofrecen Tom Wesley o la familia Haneck son parte de las alternativas de aventura que ofrece Bariloche, donde además se puede realizar canopy (es como volar entre los árboles), buceo (sí, leyó bien) y hasta canyoning, un descenso por ríos encajonados con piletones y rápidos que combina trekking, tirolesa y rappel (claro que se necesita una buena preparación física y saber nadar, aunque incluye desde zapatos, medias y trajes de neoprene hasta los cascos y arneses).

Otra actividad que no es para principiantes aunque sí para un nivel menos que intermedio es el circuito de mountain bike, que sale con un guía experto, bicis y cascos para grupos de dos a doce personas. Une el cerro Catedral hasta la orilla del lago Gutiérrez, y al llegar a la costa se corona la travesía con un chapuzón. 

Por supuesto, a la hora del relax están los clásicos que siempre atrapan, como excursiones lacustres a Isla Victoria, el Bosque de Arrayanes y Puerto Blest. Sin olvidar el Circuito Chico y la Colonia Suiza, donde se prueban los mejores strudel de manzana caseros, elaborados con recetas familiares. Además hay que estar atentos a la agenda, porque a mediados de febrero es aquí donde se realiza la Fiesta Nacional del Curanto. Historia. Naturaleza y aventura. De culto.