Desde Mar del Plata

Una mamá joven acomoda a su hijo y a su hija en una pequeña pared que acompaña la entrada del camino principal. “Venimos porque queremos decirle a ese señor que se vaya, que vuelva adonde estaba”, les explica la mamá. 

–¿Y por qué se fue? –pregunta el nene.

–No, no es que se fue solo. Lo dejaron salir. Le dieron permiso. 

–¿Quiénes? –continúa el chiquito. Su hermana escucha atenta, esperando su turno para preguntar. 

–Unos amigos que tiene –simplifica la mamá

–¿Y son buenos esos amigos? –indaga la nena. 

–No. 

Son las cinco de la tarde y un poquito. Mar del Plata amaneció nublada, pero el tiempo se recompuso pasado el mediodía. Algunos y algunas llegan al punto de encuentro en short o soleros playeros. Cargan bolsos que traen arena de la playa. Se van juntando de a poco del otro lado del arco de troncos donde un cartel anuncia el ingreso al Bosque Peralta Ramos.

Minutos después, al cartel de bienvenida se le sumarán dos más, de esos que se usan para señalización callejera, amarillos, romboides: “A 2,3 kilómetros genocida Miguel Etchecolatz”, con la foto del comisario de la Bonaerense varias veces condenado por delitos de lesa humanidad y que desde el 29 de diciembre pasado descansa en una casa de ese barrio. El cartel suma precisión: la vivienda está ubicada en Boulevard Nuevo Bosque y Los Guaraníes. Hasta allí, unas doscientas personas comenzarán a caminar para exigirle al represor “que se vaya”. 

“No lo queremos acá en el barrio, no lo queremos en Mar del Plata. No lo queremos en otro lugar que no sea el que se merece, la cárcel”, se explaya Facundo. Cuarentón, no para de saludar gente en la “previa” que se arma en el punto de partida de la movilización que se destaca por haber sido organizada por vecinos y vecinas del lugar. El barrio en el que se instaló Etchecolatz alberga a más de un sobreviviente o víctima de sus crímenes de lesa humanidad y de los que cometieron cientos de genocidas durante la última dictadura cívico militar.  

Ana Pecoraro es una de ellas. Su papá está desaparecido; su mamá estuvo secuestrada en la Esma pero pudo zafar. Ella integra la agrupación vinculada con los derechos humanos El Faro de la Memoria y vive en el Bosque, a cuadras de quien fue uno de los verdugos más detestables de la Bonaerense en años de terrorismo de Estado. “Los vecinos se enojaron mucho. Empezaron a escribir a grupos de Facebook de vecinos del Bosque, a organizarse a través de WhatsApp. Se juntaron y decidieron hacer la señalización del lugar y los folletos”, relata a este diario. Ella quedó a cargo de contactar a Rubén López, el hijo de Jorge Julio López, el testigo doblemente desaparecido y víctima de Etchecolatz, y de comunicar a los organismos de derechos humanos la actividad, una vez que estuvo definida. 

Así lo deja en claro también Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, que llegó a la puerta del bosque acompañada de Lita Boitano, de Familiares de Desaparecidos Detenidos por Razones Políticas, y de Horacio Pietragalla, nieto recuperado y diputado nacional. “Venimos a acompañar a estos vecinos que se han organizado para repudiar a los genocidas sueltos. Ellos son el verdadero cambio, ellos, la sociedad que no le da la espalda a los crímenes cometidos”, sostuvo Almeida. También participaron de la movilización Pablo, Lidia y María Laura, hijos de represores que integran el colectivo de Historias desobedientes y con faltas de ortografía.

La caravana comienza a andar casi a las 18, cuando las pancartas que anuncian que “la cárcel común y efectiva es el único lugar para un genocida” miran desde lo alto y al frente; cuando los afiches que advierten que en el barrio vive Etchecolatz están repartidos entre los encargados de pegarlos en los postes de luz a lo largo del recorrido, o en las manos de chicos y chicas, o colgados de cuellos y de mochilas. 

“Vecino, vecina, venga, súmese a repudiar la presencia de Etchecolatz en su barrio”, invita Paula Piriz. Ella vive entre esa arboleda y tiene heridas similares a las de Ana: papá des parecido, mamá perseguida. Desde el megáfono, comienza a cantar: “Como a los nazis les va a pasar adonde vayan los iremos a buscar”. La caravana, que ocupa varias cuadras, se suma contenta. A muchos se les nota el entusiasmo de formar parte, por primera vez, de una acción colectiva de repudio. “Ojalá fuéramos más, pero creo que seamos los que seamos, acá estamos, para decir lo que pensamos. Este horror de persona no puede estar en la calle”, opina María Eugenia. En el recorrido, una brigada improvisada reparte volantes a quienes se suman desde las puertas de sus hogares con aplausos, a quienes miran con cierta indiferencia. Los dejan en buzones, en locales de spa, boutiques y casas de te. 

Después de casi 25 cuadras, la movilización llega a lo de Etchecolatz. A la casa la protegen dos portones verdes, una arboleda frondosa y una decena de policías. “¡A-se-sino! ¡A-se-sino!”, le refriega la vecindad como si lo tuviera enfrente. “Andate, basura”, le grita alguien entre la multitud. Los policías miran a un punto fijo, entrenados para no encontrarse en la bronca de quienes piden “seguridad”, pero desde una óptica que los deja a ellos parados en la vereda opuesta. “Tenemos miedo, claro que sí. ¿Quién se anima a menospreciar el poder que tiene Etchecolatz?”, pregunta Martín. Tiene a su hijo a cococho y a su mujer cantando repudios a unos pasos. Dicen que el represor está moribundo, pero desde su ventana aún puede sacarle fotos a quienes no lo quieren cerca, parece. Lo hace mientras le cantan que le va a pasar como a los nazis. Los vecinos y vecinas comienzan a desconcentrar de a poco. Tranquilos y en paz, como llegaron, pero con templanza: “Vamos a venir todas las semanas a decirle que se vaya, que no queremos genocidas en el barrio”, les asegura una de ellas a Almeida y Boitano. Como para dejarlas tranquilas.