El artista chino Ai Weiwei (1957), uno de los más destacados internacionalmente, a causa de su activismo, disidencia, denuncias y su siempre creciente reconocimiento, ha sido, según reafirmó en la conferencia de prensa que ofreció un tiempo atrás, una de las personas más vigiladas y controladas de China. Incluso fue arrestado en 2010 por sus posiciones políticas.

La exposición resulta muy oportuna, no tanto por los motivos manipuladores por los cuales la mayor parte de los medios dominantes y sus clones y repetidoras descubren ahora a Ai Weiwei y aprovechan la exposición porque resulta funcional para el contexto que destila antipopulismo y anticomunismo de aquí a la China, sino por tratarse de un tiempo en que aquí y ahora el Estado argentino persigue y encarcela opositores sin condena. En este sentido resulta muy interesante observar, entre otras cosas, el tipo de trasposiciones y metáforas con las que el artista chino reflexiona sobre esta cuestión tan delicada. 

La exposición antológica, que lleva por título Inoculación, cuenta con curaduría de Marcello Dantas y se puede ver en la Fundación Proa hasta marzo.

En los últimos años la obra de Ai Weiwei fue presentada en grandes exposiciones. Una abreviada lista retrospectiva incluye la ciudad de Berlín (en el Martin Gropius Bau), el pabellón alemán de la Bienal de Venecia en 2013, el Museo Hirshhorn de Washington (2012), el Jeu de Paume de París (2012), el Museo de Bellas Artes de Taipei, la Casa del Arte en Munich (2011), la Bienal de San Pablo (2007) y la Documenta de Kassel (2007). También integró exposiciones grupales en China, especialmente en Beijing y Shanghai. Quien firma estas líneas tuvo la oportunidad visitar una serie de muestras del artista en los últimos años, tanto en la Bienal de Venecia, como en la de San Pablo, así como en el Museo Arken de Copenhague, o en dos galerías de Beijing, sobre la mayoría de la cuales di cuenta en PáginaI12.

Una de las más significativas –consignada en el catálogo de la Fundación Proa como un hito en la carrera del artista– fue la de Beijing, hace dos años y medio, porque se trató de la primera gran muestra individual de Ai Weiwei en su ciudad natal, en dos grandes espacios colindantes, simultáneamente, ubicados en el distrito artístico “798”: la Galleria Continua y el Centro Tang de Arte Contemporáneo. Ambos espacios están comunicados por sendos fondos, lo cual fue extraordinariamente aprovechado por Weiwei. 

La doble exposición giraba en torno de un antiguo templo de la dinastía Ming, en la ciudad de Zhejiang, situado dentro del gran pabellón de la casa de la familia Wang, que había sido un centro de importante actividad social y religiosa durante siglos. Después de la revolución, el templo quedó en desuso y tras décadas de abandono y deterioro, Weiwei, en una visita a Zhejiang (que es la ciudad de sus padres), vio que lo que quedaba de aquella construcción histórica estaba en venta. El artista la compró y desarmó los restos del templo en mil quinientas partes, para trasladarlo y reconstruirlo meticulosamente dentro de ambos espacios de exposición.

La estructura del templo reconstruido consistía en centenares de columnas, vigas, pilares y partes de madera, perfectamente encastrados, que responde a una técnica arquitectónica milenaria, en sintonía con ciertas corrientes del pensamiento chino.

Más allá del significado histórico, político y cultural, la belleza de la construcción resultaba de una conmovedora potencia, tanto como el modo en que el artista adaptó la construcción respetando el entorno, las arquitecturas y demás particularidades de ambos espacios expositivos (como los árboles que hay en los interiores). Esto transformó a la exposición, entre otras cosas, en una reflexión sobre la historia y el contexto. La visita de la muestra incluía el recorrido por dentro del templo reconstruido. De modo que los visitantes subíamos, trepábamos y nos desplazábamos por los distintos niveles de la estructura reimplantada en ambos espacios de exhibición. Así, al experimentar físicamente el contacto con esa bella estructura, recorríamos también un espacio que había albergado un contexto social perdido, y no solamente una gran pieza visual o arquitectónica.

En aquella doble exhibición quedó claro que la obra del artista no sólo evoca temas en relación con sus denuncias sobre cuestiones sociales y políticas, o con los padecimientos y persecuciones de los que ha sido víctima, sino también en relación con las contradicciones entre la tradición y el presente, así como sobre el salto “modernizador”, contradictorio, desigual y casi sin proceso de adecuación, que emprendió el Estado chino hace pocas décadas y que tanto le está costando asimilar al pueblo.

La doble muestra de Beijing en 2015 fue también el momento de distensión del Estado con el artista, quien recuperó su pasaporte y pudo ir a vivir a Berlín con su familia.

Ai Weiwei es hijo de uno de los grandes poetas chinos, Ai Qing, primero mimado y luego castigado por el régimen. 

Vivió en Estados Unidos entre 1981 y 1993. Participó del diseño del Estadio Nacional de Beijing, donde se jugaron los Juegos Olímpicos en 2008. Sus posiciones en contra de varias de las políticas del Estado, junto con sus investigaciones artísticas sobre las consecuencias de la revolución cultural china, lo fueron colocando rápidamente en tensión creciente con ciertos sectores de poder estatal. Su atelier en Shanghai, como puede verse en la documentación exhibida en la muestra fue demolido por las autoridades chinas, aduciendo que no cumplía con las normas de construcción. Y cuando el artista dijo que denunciaría el atropello, sufrió arresto domiciliario durante 2010. Por su parte, Weiwei había denunciado oportunamente la mala construcción antisísmica de las escuelas de Sichuán, que se derrumbaron como consecuencia del terremoto de 2008, en el que murieron más de 70.000 personas, incluidos miles de niños. 

Las mayores obras de la muestra son la instalación exterior de bicicletas superpuestas y yuxtapuestas y la interior, llamada Semillas de girasol. Ambas muestran otra de las características que abunda en la obra del artista: la acumulación, como gesto que expresa tanto cuestiones culturales como históricas o críticas, aunque siempre se trata de una característica que acentúa un aspecto formal, estético.

En el caso de Semillas de girasol, que ocupa casi íntegramente una de las salas expositivas, se trata de la disposición el piso de un plano gris que a modo de alfombra cubre unos ciento dieciséis metros cuadrados con quince toneladas de semillas de girasol hechas de porcelana y pintadas a mano.

Con esta instalación, Weiwei recupera la tradición artesanal de la porcelana de la ciudad de Jingdezhen, que lleva un milenio. Para realizarla, reunió a mil seiscientos trabajadores (casi todas mujeres) de aquella ciudad. Originalmente, esta obra fue presentada hace ocho años en la Tate Modern de Londres.

Otra de las obras que ocupa una sala entera es “Ley de viaje”, una enorme balsa con refugiados, todo realizado en PVC inflable. Se trata de una gigantesca pieza de dieciséis metros de profundidad, tres metros de altura y casi seis metros de ancho. Esta obra podría funcionar en tándem con su reciente película Marea humana, sobre refugiados y migraciones forzadas. “No hay crisis de refugiados -dice A.W.-, sólo crisis humanas”. Y agrega: “En el trato con los refugiados hemos perdido nuestros valores más básicos…”

Otra muy bella instalación, entre artesanal y minimalista, es Cofre de Luna (2008), un conjunto de cinco grandes cofres de madera de membrillo chino (una madera muy apreciada y valiosa), de 320 x 160 x 80 cm cada uno que forman parte de los 81 que el artista construyó empleando a artesanos especializados. Los cofres están alineados y perforados con aberturas tales que, al estar alineadas producen, si se mira a través, el efecto visual de las fases de la Luna. Cada cofre es único porque las aberturas son distintas y están hechas de tal modo que van produciendo variaciones en las “fases”.

La obra de Ai Weiwei siempre se ha destacado por privilegiar la importancia y las consecuencias públicas de las acciones humanas. Del mismo modo, su trabajo, siempre respetuoso de la tradición, combina una gran habilidad para darles perspectiva contemporánea a temas de raíz antigua.

* En la Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, hasta fines de marzo.