El documental argentino es el género que más creció en los últimos quince años. Así como en los 60 y 70 jugó un rol clave en el terreno político cada vez más son los temas que abordan los documentalistas generando un amplio abanico no sólo de contenidos sino también de estéticas y miradas. Los realizadores nucleados en la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina –entidad más conocida por sus siglas: ADN– vienen generando desde hace un lustro una manera de darle mayor visibilidad a sus películas. Y por quinta vez consecutiva organizaron la Semana de Cine Documental Argentino. Esta edición de la muestra se desarrollará entre hoy y el miércoles 21 de diciembre en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635). Este año, además de presentar seis largometrajes nacionales en carácter de pre-estreno, en el ciclo se exhibirá un film extranjero: La espina en el corazón del francés Michel Gondry, que no tuvo estreno comercial en la Argentina. Las funciones serán siempre a las 20, con entrada gratuita.

“Nuestro cine documental se encuentra actualmente en un altísimo nivel. En el último año se han producido cerca de sesenta documentales, lo que equivale al 50 por ciento del cine nacional, y muchos de ellos recorren con éxito festivales y pantallas. Esta 5ª Semana de Cine Documental Argentino, organizada por ADN, es un reflejo elocuente de ello”, cuenta el presidente de ADN, Fito Pochat.

Uno de los films programados es Vuelo nocturno (La leyenda de las princesitas argentinas), de Nicolás Herzog (director de Orquesta Roja). Una serie de grabaciones que Antoine de Saint-Exupéry le envió al cineasta Jean Renoir durante 1941, son el punto de partida para reconstruir la relación amorosa que estableció el escritor y aviador francés con las “princesitas argentinas” Edda y Suzzane Fuchs Valón, protagonistas del capítulo “Oasis” de su libro Tierra de hombres e inspiradoras de su obra cumbre: El Principito. Herzog inició un profundo proceso de investigación, pero aclara: “La idea no era adentrarme demasiado sobre la figura de Saint- Exupéry sino más bien sobre los procesos de inspiración. Me interesaba la forma de lo creativo, cómo a partir del mito de la inspiración de las princesitas como base pare escribir El principito, tan instalado en la cultura popular de la ciudad que llevaba sesenta años, se podía constituirlo como una unidad y darle un sentido nuevo a ese mito. Ese era el punto de partida y la premisa por la que iniciamos el proceso de investigación”, cuenta el cineasta.

Promediando el proyecto apareció un material que fue determinante: los audios con Jean Renoir que surgieron a partir del guión de una película que nunca se llegó a filmar basada en Tierra de hombres. “El le iba contando un poco la película. Ese material nos pareció muy importante porque se dio en un marco en el que Saint-Exupéry estaba exiliado en Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, y unos años antes de morir”, relata Herzog sobre el material que integra su documental y que estuvo guardado en la Fundación Renoir durante casi medio siglo hasta que hace unos años se editó en Francia. “No sabíamos de su existencia porque sólo se editó allí. A través de la investigadora argentina Clara Rivero, que dedicó gran parte de su vida a investigar el material que había dando vueltas sobre Saint-Exupéry, nos lo acercó y entramos en vínculo con la editorial y tuvimos todo al alcance, incluso un libro con las transcripciones de los audios”, comenta el director.

Blas Jaime, jubilado y ex predicador mormón, oriundo del litoral argentino, reveló públicamente a sus 71 años que es el último heredero de la lengua chaná, etnia nativa de Sudamérica que se consideraba extinguida hace más de doscientos años, y de la cual se conocían pocos datos. Pedro Viegas Barros, investigador y lingüista del Conicet, validó su lengua y hoy Blas Jaime es reconocido por la Unesco como el último chaná parlante. Juntos emprendieron la odisea de reconstruir la lengua y cultura, para que no desaparezca como tantas otras en el mundo. Esta es la historia que cuenta el documental Lantéc Chaná, de Marina Zeising. Como productora trabajó en diferentes proyectos en el Delta, pero esta vez Zeising tenía ganas de mostrar una visión propia. “Los chaná eran un grupo étnico que vivía en el Litoral argentino desde el Delta hacia Misiones, inclusive también había en Brasil y Uruguay. Hacía doscientos años que no había datos de esta etnia”, cuenta la directora del documental, que focaliza en este hombre que vive en Paraná, Entre Ríos, y que a los 71 años dijo saber esa lengua. “Un periodista relevó esto. La nota tomó alcance nacional y es con la cual yo me topé en Internet y por la cual lo quise conocer. Un día decidí contactarlo para ir a verlo y ahí descubrí que realmente era un hombre extraordinario, único en el mundo porque tenía todo un conocimiento que casi no estaba plasmado  en ningún libro porque el último texto sobre esa lengua lo hizo un presbítero que había recogido datos de la Banda Uruguaya de entonces, donde había algunos descendientes de chaná que todavía hablaban la lengua”, recuerda Zeising.

Blas Jaime tiene en la actualidad 82 años y sigue dando clases de la lengua chaná en Paraná y forma a mucha gente para que pueda transmitirla de generación en generación. “Y también sigue formando a su hija Evangelina ya que, un poco por tradición chaná, el legado femenino es quien lleva adelante la lengua. En el caso de Blas, sus hermanas fallecieron y por eso le tocó a él ser quien tenía que transmitir la lengua, pero recién empezó a hacerlo a los 70 años”, explica la cineasta. Consultada acerca de si la suya es una película sobre la reconstrucción de una lengua o sobre su desaparición, Zeising es categórica: “Todos luchamos para que no muera como una lengua más y justamente lo que está pasando es que va a contrapelo de las lenguas que van desapareciendo”.

Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca, de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk, nació después de una desgracia. Un montañista y documentalista inicia un viaje por la Argentina para volver a reunirse con los dos amigos con los que intentó hacer cumbre en el Himalaya. Sólo y con ellos, intentará entender qué pasó con Darío, el cuarto amigo, el que decidió seguir subiendo, el único que no volvió con vida de la expedición. “Era un proyecto de Guillermo y Darío, el chico que desapareció en la montaña. Ellos eran socios y tenían una productora. En su momento, nos juntamos los tres para armar el proyecto del primer documental HD en el Himalaya. Entonces, se fueron sin nada, financiándose ellos mismos el viaje y la aventura. Después pasó lo que pasó. Darío intentó la cumbre solo en un momento y no se supo más de él”, cuenta el correalizador Cristián Harbaruk. Guillermo volvió con todo el material. “De pronto, era una carga que no podía digerir ni procesar ni hacer nada con eso que era la película que había soñado hacer con su amigo. No hacerla no lo dejaba vivir tranquilo pero tampoco enfrentar terminarla. En un primer momento, intentamos darle forma al proyecto pero para Guillermo era imposible. Cinco años después me llamó para decirme: ‘Ahora puedo terminarla. Juntémonos para ver cómo hacerla’. Por eso se llegó a terminar”, recuerda Harbaruk.

El rodaje tuvo dos etapas. Una, la del documental que iba a ser y que no fue, con la filmación de toda esa experiencia en la que ellos fueron con sus equipos. Utilizaron el método andino, que consiste en ir con sus propios medios, cargando sus cosas y llegar hasta donde pueden, sin cuerdas, sin oxígeno, sin cocinero, sin nadie del lugar que les lleve nada. “Lo hicieron a la antigua, llevando todo como podían y hasta donde llegaran. La expedición fue un éxito porque uno de los integrantes logró hacer la cima, pero todo se desvaneció cuando el otro integrante desapareció”. Según Harbaruk, “lo importante era revivir lo que a cada uno le había pasado” con la película ahora terminada.