Parece destino anunciado tener que ver cómo los viejos almanaques y revistas culminan sus días como objetos de museo. Y con ellos los lamentos por no haber guardado lo que tan fácil se conseguía mientras se hacinaba en cajas y cajones. Porque nadie podrá olvidar dónde hubo alguna vez de encontrar alguna lámina de los almanaques Alpargatas, con esos dibujos que delineaban un mundo que irremediablemente se perdía.

Así las cosas, gracias entonces a la muestra que el Centro Cultural Fontanarrosa (San Martín 1080) hermosamente exhibe: Almanaques: Ilustraciones de Molina Campos y Zavattaro, que reúne ochenta obras de la colección privada de Dino Chiappetta, integrante del Círcolo Dei Cavalieri Rosario. Para el caso de quien habla, el recuerdo que las láminas desprenden viene dado por tempranos y oportunos comentarios paternos. Con el almacén del nono Sebastián como ámbito escenificado (grandes heladeras, techo alto, habitúes de barrio), los relatos referían correrías de niños y alguna cerveza tomada a escondidas, por la noche y con un primo ("El nono se daba cuenta, pero nunca nos dijo nada", solía ser rúbrica). En esa época que se diluía ‑que las narraciones de este padre, evidentemente, querían de algún modo perpetuar y, por eso, legar‑, habitaban los almanaques de Alpargatas, y con ellos el nombre de Florencio Molina Campos (1891‑1959).

Esos dibujos extraordinarios debían cifrar algún misterio, porque sus dueños los conservaban aun cuando ya no respetaran el año del calendario. Es decir, las ilustraciones de Molina Campos fueron encargadas por la firma comercial Alpargatas en los ciclos que van de 1931 a 1936 y de 1940 a 1945. Como indica Juan Carlos Ocampo (en Florencio Molina Campos, 2003, p. 72): "Este material publicitario, revolucionario para el momento, llegó a todos los confines y de inmediato la gente lo hizo suyo. Se sintió representada y cada mes fue conservado en las paredes de los boliches, almacenes, casas y ranchos, constituyendo la base de la primera pinacoteca popular argentina".

Que la admiración por Molina Campos llegara a oídos del propio Walt Disney es cierto. Cuando el creador del ratón más famoso vino al país en 1941 (al respecto, el documental Walt & El Grupo es de visión obligada), lo quiso entrevistar al artista y se lo llevó a Estados Unidos para supervisar una serie de producciones, con basamento local, seguro del éxito que propiciaria su inclusión. De ellas sobreviviría sólo un cortometraje, contenido en la película Saludos Amigos (1942), cuyo segmento en cuestión, "El gaucho Goofy", no manifiesta una particular preocupación por los diseños del artista, cuya asesoría parece que llegó a destiempo. De todos modos, el oficio de Molina Campos es gigante, y lo que se refiere no es ni más ni menos que una anécdota también gigante.

De lo que no se ha hablado todavía es de esos morochos y chinas y lugareños de rostros ceñudos, sonrisas dientonas, cejudos, entre paisajes meticulosos y detallistas, en medio de sus trajines: el trabajo, el arreo, la curda, el truco, el mate, la tarde de lluvia, el baile entonado, la milicia. "El gaucho se va. Lo ha desalojado el modernismo y vive ya solo en la leyenda. Pero, yo confío en que, al darle la forma gráfica, se adentre de nuevo en nuestra vida de hoy y de siempre, como lo estuvo en nuestro glorioso pasado. Esa es mi oración íntima", supo señalar el artista (de acuerdo con el libro de Juan Carlos Ocampo: p. 76).

Sebastián Granata
Zavattaro indaga en la gauchesca a través del Martín Fierro.

El paisaje visual de Molina Campos se complementa de modo perfecto con el supuesto por la tarea del italiano Mario Zavattaro (1876‑1932), quien desarrollara para Alpargatas una versión extraordinaria del Martín Fierro, en una serie de 36 acuarelas, publicadas entre 1937 y 1939, que son un deleite. Cada una de ellas permite una lectura detenida en el mundo del gaucho que pergeñara José Hernández: imágenes verticales ‑al revés de las apaisadas de Molina Campos‑ en donde se observan detalles dramáticos de la obra así como del entorno gauchesco y sus costumbres. En este sentido, cada acuarela de Zavattaro es un repertorio de observaciones puntillosas: ropa, cuchillos, caballos y perros, viejas y milicos, pulpería y ranchos. Estos rasgos son asimilables a los de Molina Campos, aun cuando en éste predominara una caricaturización que en nada se alejaba de la información precisa. Zavattaro, por su parte, indaga en la gauchesca a través de la mitificación de su más famosa obra literaria. Así, los rasgos de su Martín Fierro parecen presagiar los de Rodolfo Bebán en Juan Moreira (antes que a los de Alfredo Alcón en el film de Torre Nilsson), y no será desatinado pensar en que esas mismas láminas seguramente estuvieron colgadas de la mente de Leonardo Favio al momento de concretar su película.

Mario Zavattaro y Florencio Molina Campos son, así como cultores de la narrativa gauchesca ‑la iconografía que han aportado debe contemplarse a la par de la incidencia de la radio, el cine, el folletín y las historietas‑, también emblemas de un momento editorial de condiciones lamentablemente pretéritas, habida cuenta de la participación del primero, valga el ejemplo, en medios como Caras y Caretas, PBT y El Hogar. Esas mismas acuarelas gauchescas tuvieron muestra ganada en Génova, en el año 2002, de donde Zavattaro era oriundo.

La muestra Almanaques permanecerá abierta hasta el 4 de febrero, con entrada libre y gratuita. Se recomienda ir con tiempo suficiente como para caer en un túnel de tiempo y recordar paredes de almacén. No importa no haber vivido esos días, nada impide el viaje.