Desde su mismo título Entonces la noche de Martín Flores Cárdenas parece ser la segunda parte de un díptico que comenzó con Entonces bailemos. En esta nueva pieza el director y dramaturgo vuelve sobre algunas obsesiones, imágenes, sonidos y personajes que se planteaban en ese Entonces. Como superhéroes retraídos, sus seres levemente oscuros y algo maltrechos, salen de sus guaridas para pisar nuevamente el escenario. Y otra vez nos conmueven con sus historias sórdidas, melancólicas, extrañas y algo lejanas, aunque reconocibles. 

La particularidad de Entonces la noche es que esta vez la puesta es lejos del Abasto, en el mismísimo Paseo la Plaza, epicentro de la calle Corrientes. Flores Cárdenas es un dramaturgo y un director con una fuerte marca personal y con un recorrido extenso en el off que incluye diez años de trabajo intenso que incluye entre otras dos piezas en las que se indagaba sobre el universo de Raymond Carver Catedral (2008) y Quienquiera que hubiera dormido en esta cama (2009) a las que siguieron Exactamente bajo el sol (2008), Mujer armada hombre dormido (2011), Matar cansa ( 2011) y la mencionada Entonces bailemos (2013), que tuvo además de una cantidad enorme de premios, traducción y montaje en Brasil. El año pasado sorprendió con una aggiornada Othelo, su incursión en el teatro oficial. Y ahora llega su desembarco en el teatro comercial. Lo acompaña un elenco que viene con él del off : Ezequiel Díaz y los músicos en escena, Fernando Tur y Julián Rodríguez Rona, Guillermo Arengo, el mismísimo Othelo y se agregan dos grandes incorporaciones: Cecilia Roth y Dolores Fonzi. La mezcla es explosiva. El equipo parece tener química y fluir como uno de esos cocteles burbujeantes pero también a su manera fuertes que salen tanto en el verano.    

Y entonces la noche llega: es el tiempo de la soledad, de las compañías más extrañas, el terror, el acecho de los recuerdos, las obsesiones, de las más insistentes búsquedas. La pieza funciona con el modus operandi que es la marca registrada de Flores Cárdenas. Cada personaje habla al público contando una relato mientras sus compañeros de elenco lo miran atentamente, sonríen por lo bajo, cada tanto se sorprenden por algún gesto, algún giro, como una segunda platea pero dentro del escenario. Estos personajes tan solitarios bajo las estrellas, se alternan eléctricamente. La sucesión de relatos compone una suerte de friso, un tapiz urbano, historia coral que refuerza la soledad de cada uno. 

La obra comienza con Ezequiel Díaz, que cuenta la siguiente historia: siendo un niño presencia la pelea fatal entre sus padres que se continúa con la desesperada huida del padre, para nunca más volver. El único recuerdo que tiene de él es una huella en cemento fresco de la casa vecina, que quedó marcada en la precipitada partida. Solo con ese pie como pista –ya que desconoce la apariencia actual de ese rostro– busca en los lugares más peligrosos e improbables. Inmediatamente después se cuenta la historia una mujer en sus cuarenta, algo alcohólica y solitaria, encarnada por Cecilia Roth, que narra un episodio en un restaurante donde intenta tener una cena amena con un hombre, mientras un linyera tiene un ataque feroz frente a la vidriera. El linyera patea la puerta y vocifera sonidos guturales, hasta que a todos se les hace patente que la persona a quien busca es a ella. La incomodidad que genera su indiferencia es menor a la que genera su olvido absoluto de esa persona o de haberla conocido alguna vez. El mismo personaje contará luego, en otra de sus intervenciones/ monólogos una especie de perturbador ring- raje existencial que la acosa en medio de la noche. 

Por su parte Guillermo Arengo compone a un policía piadoso y tremendamente empático al que le tocan los casos más pavorosos: niños menores de doce años que torturan y matan a personas de la calle, con las que se encuentra una y otra vez. Dolores Fonzi, por último, es una enérgica prostituta que trabaja en el más negro de los caminos y su mayor terror, en la soledad de su páramo, no es la posible violencia de algún cliente, sino las jaurías de perros hambrientos que patrullan la zona.  

Hay que decir que el universo visual de la obra, como el de Entonces bailemos, es una apropiación libre del lejano Oeste de los Estados Unidos: ese espíritu rescatado desde la música, los vestuarios, el espacio, construye una imagen que si bien es ambigua y tiene su propio verosímil, posee algún parentesco con el cine americano. Dolores Fonzi parece la Nastassja Kinski de Paris Texas, Cecilia Roth la Marilyn de The Misfits. Y los muchachos son distintos modelos de cowboys. El espacio –diseñado por Alicia Leloutre– está ocupado por un sillón de cuero de líneas setentosas, el piano donde Fernando Tur toca sus melodías y algunas sillas Bertoia que van pasando de mano en mano. El elemento pregnante, imponente del espacio es una inmensa pared de luces que está en el fondo: el artefacto ilumina y a la vez genera su propia visualidad, como mucho de los trabajos de iluminación de Matías Sendón. Por momentos parece uno de esos carteles de neón vintage visto muy de cerca; por otros, un set cinematográfico donde los actores entran y salen de su papel. La presencia de Roth y Fonzi, también apunta en este sentido, aportando belleza y glamour cinematográficos. 

 Es que las referencias al western tardío, pero también a la literatura americana de los márgenes – el realismo sucio de Shepard, Bukowski, Carver– son el germen de esta obra. Esa poética subyace en todos los trabajos Flores Cárdenas, aunque en esta pieza se vuelve más intensa. La justeza y economía en la elección de las palabras, los climas tórridos y literarios se vuelven mucho más carnales y espeluznantes. Hay una inquietud nueva. Lo que se oculta en la sombra de la noche, ya no son los fracasos o los sueños incumplidos, sino los verdaderos terrores, algunos directamente sin nombre, que acechan cada vez más en ciudades como la nuestra.

Entonces la noche está en Paseo La Plaza los miércoles y jueves a las 20:45, los  viernes a las 21, los sábados a las 20 y 22 y los domingo 20. Entradas desde $550.