–¿Qué clase de dama…?

–¿Actúa como un hombre?

-…

Nola Darling (Devandra DeWise) lanza un dardo venenoso sobre uno de sus hombres. Y da en el blanco. She’s Gotta Have It, la serie de Netflix en la que Spike Lee reversiona su primera película (de 1986, independiente, de bajo presupuesto y hora y media de cinta, convertida en una serie millonaria de 10 capítulos y casi 6 horas) es una verdad incómoda. Hay actos revulsivos capaces de sacudir a los espectadores como precioso reflejo de época: ¿pero por qué una serie de hace poco más de 30 años sigue vigente en un universo que, para filósofos y economistas, se hace líquido o gaseoso y se desvanece cada vez más rápido, al ritmo del click o el like?

La serie vuelve a ocuparse de Nola y sus cortejos, los tres hombres y la mujer. La joven artista negra busca costear un duro alquiler en un Brooklyn devenido hipster, con mixtura de latinos y negros, y ya no marginal sino gentrificado, mientras se define pansexual y desprejuiciada. Y aún así revisa y pone el dedo en la llaga mientras explora su vulnerabilidad.

Es que lejos de tratarse de una misma noción sobre la liberación sexual de la mujer, esta nueva versión –que cuenta con guionistas mujeres que la dotan de otra mirada– ya no es solo el retrato de la vida de los negros en Estados Unidos. Bien podría ser, sí, el retrato de la mujer actual. Y, aún más, de una atravesada por varios clivajes: aparecen la cuestión racial, la de la artista intentando el despegue, la pobreza problematizada e incluso la homofobia y más, pero el eje es, junto a todo eso, una mujer tratando de descubrir –con más preguntas que respuestas– cuál es y cómo es su guerra contra el patriarcado y el machismo.

La puesta en marcha de una indetenible corriente que busca transformar las condiciones de vida de la mujer en el mundo –o al menos de Occidente, tratando de migrar hacia otras latitudes– trae contradicciones, dobleces y contrincantes. El patriarcado no es solo una etiqueta, claro está. Se abrió en las últimas semanas, por ejemplo, un debate sobre lo que algunos definen como la nueva moral feminista y aquellos que creen que la corrección política se llevará puesta la posibilidad del cortejo y el acercamiento seductor de hombres a mujeres. Una pavada que ha recogido numerosos adeptos y abrió grietas en la industria del espectáculo (local y foránea).

Más allá de nombres y posturas, que no son más que el reflejo de un debate que arde en el tejido social, el verdadero punto pasa por otro lado y Nora Darling aporta una mirada lejana a la corrección política: ya no puede definirse a una mujer por lo que los hombres digan de ella ni por lo que la sociedad y la mirada patriarcal supongan. Y no es un asunto sexual, solamente, la mujer ya no quiere ser poseída u oprimida en general: llevada a todos sus términos, ¿acabará cayendo la opresión económica? Treinta años después de su estreno, la segunda chance de She’s Gotta Have It sigue siendo una revisión urgente que, como buena disrupción, deja más dudas que certezas.