El fantasma de una madre

Murió mi madre. Viaje abrupto a Chile. Todo el día de ayer atendiendo a los invitados que vinieron a dar el pésame. Tristeza intensa pero difusa. Se llevaron a las 17.00 horas el ataúd a la capilla donde será velado. Fui a hacer acto de presencia. Había varios conocidos y amigos. Mi tía Eliana pidió que me dejaran solo con el ataúd. La estuve mirando por largo tiempo. Y de repente sentí que no estaba ahí. Que estaba en otra parte. Como sonámbulo caminé hacia la casa de mi madre. Sara y Alda venían saliendo con algunos parientes y se iban a la capilla, así que me quedé solo en la casa. Me senté en el salón. Me serví una copa de vino y medité, recapitulé los hechos y avatares de todos estos años. Desde la infancia hasta hoy. De repente me dio por pasearme por toda la casa. La gata me siguió. Estuve mirando el dormitorio de mi madre, ahora vacío, y volví al salón. Inquieto me paseé por algún rato. Quise escuchar el disco que mi madre escuchaba el día antes de morir. La tercera sinfonía de Tchaikovski, “la polaca”. Seguí paseándome. Me acerqué al lugar más anodino de la casa. Son dos corredores unidos en L. En el ángulo de la L hay un espejo donde uno se ve más gordo al doblar. Al fondo del segundo corredor hay otro espejo donde uno se ve más flaco. Bromeando decíamos que esos dos espejos son una alegoría de la vida: el que halaga y el que alarma. Ahí estaba. O, más bien, ahí sentí su presencia. Pensé que era raro mi madre escogiera un lugar tan anodino para hacerme sentir. ¿qué sentí? Casi nada: una presencia detrás de mi. Y un erizarse de los pelos de la nuca. Y un escalofrío. Y, por supuesto, miedo. La gata de la casa, Copa, me acompaña como buscando algo. Varias veces repetí la experiencia. Al atravesar el ángulo de la L volvían el escalofrío y la sensación de una presencia. Solo ahí. En el ángulo de la L. Volví al salón y entonces pasó algo inesperado: empezó a sonar el despertador del dormitorio. Para allá fui, pero entrando el despertador se calló. De repente empezó a sonar, pero en sordina, como si alguien hubiera puesto la mano encima. Entonces sonó el teléfono. Me dije que ya era hora de contestar - hasta ese momento había decidido no contestar. Contesté, era Pedro, que quería saber a qué hora era la misa. Corté. Volvió a sonar. Contesté y sonó ocupado. La cosa se repitió dos veces. Y cada vez que pasaba por el comedor sentía el mismo escalofrío. Hasta que el fenómeno desapareció. Me fui a sentar. Pero entonces la gata empezó a mirar hacia la puerta que da a la cocina. Fui a la cocina (que estaba con la luz encendida). Y de nuevo el mismo escalofrío. Me alejé unos pasos y volví a cruzar el umbral varias veces. De nuevo me dije que era muy raro que mi madre (había decidido, sabía que era de ella) escogiera como lugar de despedida los dos lugares más anodinos de la casa. Volvieron Sara y Alda con mi tía y primos. Hablamos y bromeamos. Mi tía dijo: siempre es así, pero nunca dura más de una semana. Me fui a dormir profundamente.

Hacía las 5pm desperté con la solución del enigma. Esos dos lugares anodinos era los lugares por donde mi madre hacía aparición, sonriente, cuando la esperábamos para sentarnos a la mesa. Lo que es raro es que no me haya dado cuenta antes. Son las 7pm. Mientras escribía la gata empezó la gata a mirar hacia el corredor L. Para allá fui y volvía sentir el escalofrío. Pero esta vez fue una sensación agradable, de consuelo. Mi madre había estado esperando todas estas semanas. Quería verme antes de morir. El encuentro tuvo lugar.  Pero no como lo habíamos esperado.

Isabelle Huppert en Comedie de l’innocence (2001).

Por qué escribir un diario

Anoche, cena en casa con Guy. Vinieron los Robbe-Grillet. En un momento me distraje de la conversación y oí a Alain que decía “Il n´y a pas de morts mais il y a pleusiers blesses et defigurés”. Creí que estaba hablando de algún accidente de tránsito pero no, se trataba de los árboles del bosque en torno a su castillo. Discutimos sobre la razón para seguir un diario íntimo cuando es muy posible que sea publicado, lo que obliga a mejorar el estilo y decir cosas destinadas a terceros (no es mi caso). Le dije (pero nadie escuchaba a nadie) que, en mi caso, un diario me sirve como ayuda memoria, pero sobre todo porque le da a la vida cotidiana el carácter de un viaje, de un periplo. La errancia, que es el modo natural en el que se presenta la vida, toma el sentido de una indagación, de búsqueda. Está también el aspecto del “cuento del Pulgarcito”, que va dejando huellas para que lo encuentren allá en el bosque de los hechos, en el que fatalmente se ha de perder. Valery: “Nada es más inexplicable ni más misterioso que el hecho”.

Escuché en Europa 1 un programa dedicado al sistema nervioso de las plantas. Parece que los tomates crecen si la música que se les toca imita, reproduce (¿pero cómo?), el código de las proteínas (¿cuáles?). El cactus canta muy bien. Y los porotos imitan un fototropismo positivo en fonotropismo, es decir que pueden crecer hacia el tocadiscos que trasmite música retirándose de la ventana que los solea.

Esquilo: “aprende a ceder: eres extranjero, desposeído; un lenguaje demasiado seguro no corresponde a un hombre débil”. 

Marcello Mazzarella como Marcel Proust en Le temps retrouveé (1998).

Una intensa actividad

De regreso de Chile, Canadá, Venecia y Valreas. Cuatro viajes en cadena. Entremedio filmé una semana y algo en Chile, en Santiago (en un micro y en un ministerio de Educación) y en el Valle del Elqui. Luego fui al Festival de Montreal a presentar Combate de amor en sueños (premio de la critica), luego pasé cinco días en París (cinco reuniones) y seguí a Venecia al festival a presentar Hijo de dos madres (sin premio, pero algunas ventas y mucha simpatía). Nos quedamos una semana en la ciudad. Visité museos y la bienal de arquitectura (impresionantes las cosas en forma de concha, las habitaciones para solteros, la redistribución del territorio, de la tierra, según internet). Me quedé pegado en un cuadro de Paul Klee en el museo de Peggy Guggenheim y en Tiepolo (la academia). Triste impresión de Beuys y muchas ideas para un film chileno y para la película sobre Salman Rushdie.

Al día siguiente de nuestra llegada a París, filmé dos días con Laetitia Casta. Un pequeño film de media hora. Al día siguiente fuimos con los productores a ver a John Malkovich para proponerle un rol (M. Lumance) y tuve dos días de locaciones intensivos. Durante todos estos viajes leí como pude textos dispersos, que van desde las investigaciones de Krause-Del Solar, sobre las posibilidades de fundar una nueva álgebra (cuántica), hasta la negación del vespre siciliano de Leonardo Sciacia, pasando por El libro de los 24 filósofos, manual teológico del siglo XI que da 24 definiciones de Dios, seguidas de un breve comentario. Recuerdo también un breve comentario de B. Croce a la leyenda de Nicola Pesce, el nadador víctima de la maldición de su madre, que tanto nada se va volviendo pez y comido por peces grandes emprende viaje a países lejanos. 

Hoy, domingo, almorzamos en la casa con los Rojas y Angélica Edwards. En tres semanas más empieza la filmación. Entremedio, intensa actividad. Me han traído dos nuevos proyectos con guión escrito: El gran Meaulnes y uno con guión propio. Siguen en pie los dos proyectos americanos y el film inglés (A Closed Book). En Venecia me encontré con Alain Fleischer y decidimos terminar Comedie de l´innocence después de la terminación de Les âmes fortes y antes del viaje a Chile, es decir, a principio del mes de Diciembre. Todo eso es mucho y deja poco tiempo para el trabajo teórico y literario.


Una historia rodable

Hoy me desperté con una historia rodable. Un film para niños o, en todo caso, infantil: un hombre se levanta en la mañana en una casa americana de los 60. Su mujer está en la ducha. Abre la puerta del baño y la ve desnuda: de la cintura para abajo el cuerpo está cubierto de pelos atigrados y sus pies son de avestruz. Llaman a la puerta: es un centauro que trae leche. Sobre el lomo del centauro, dos niños con cuerpo de monito, vestido de colegial. En la calle solo hay animales-humanos. Nuestro héroe no es una excepción. Nos enteramos de que la única manera de salvar la raza humana ha sido injertando partes de diferentes animales. Pero aquí empieza la historia, los humanos puros están exterminando a los animales pretextando que la animalización es peligrosa para la humanidad. Fácil de desarrollar, bastante tonto, con pizca de poesía fofa. Fácil de vender. Pero después vienen los problemas, los detalles de fabricación, que pueden hacer vender varios meses o años. Y ahí se desvaneces las ganas. 


El padre

Ayer trasladamos el cuerpo de mi padre a la capilla de nuestra señora de la Divina Providencia, en donde fue velado todo el día. Muchos parientes y amigos. Mi madre comienza a resignarse. Hace, hacemos, planes para el futuro.

Hoy día nublado y algo de frío. A las 12.00 horas la misa, a las 13.00 horas los funerales y el entierro. Desayuné con mi madre que verificó largo rato el anuncio de la defunción en El Mercurio. Mañana organizare un almuerzo fúnebre para agradecer a los empleados y sirvientes que lo ayudaron a morir, que lo lavaron y lo cuidaron y lo rodearon de afecto y cariño... hay que creer que su seducción fue eficaz hasta el final. En árabe hay una palabra que quiere decir al mismo tiempo seducción y sedición: fitna. Es la palabra que define a la rama paterna de la familia.

Me desperté a las 4 am y compuse mentalmente una oración fúnebre a partir de palabras del santo musulmán Al-Hallaj: “A veces él te da y al darte te quita./ A veces, te quita pero al quitarte te da,/ pero cuando al quitarte todo te da todo,/ allí está la perfección”. Durante el velorio, y después del responso, alguien contó que una vez mi padre , por jugar, le disparó de un bote a otro un tiro de fusil a un cura. El Capitán no podía ir a entierros porque le daba por contar chistes. 

Ayer fueron los funerales con misa. Luego almorcé con mi madre y algunos parientes en la casa. Pasé toda la tarde con mi madre haciendo recuerdos del difunto. Y nos reímos bastante. Hubo en los funerales unas trescientas personas. Muchos marinos. El capitán Lauro Andrade hizo un corto discurso de una página en donde aparece la palabra Chiloé por lo menos veinte veces. Evocó la época heroica, cuando los buques, sin radar ni instrumentos sofisticados, dependían solo del capitán para llegar a buen puerto. Me hizo pensar a nuestro oficio de cineastas: en aquel tiempo en que el productor entregaba la realización de un film a un director y dependía solo  de él que la película fuera valiosa o inútil. Hoy pago cuentas y almuerzo con Alda Olivares, Sara Santander, la enfermera y Juvenal, el cuidador.  


John Malkovich en Les âmes fortes (2001)

Semana delirante

En el avión hacia Chile. Media semana bastante delirante, lluvia o una buena llovizna desoladora. El lunes trabajé algo y me moví un poco. El martes me cayó encima como una avalancha de cansancio. El miércoles tuve una cena en la casa de Paulo con Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Chantal Akerman, Sophie Marceau y otros. Gente chic. Paulo había visto la película sin entusiasmo y algo de sueño.    

   Hoy fui a MDI a buscar boleto de Iberia. Bruno me trajo al aeropuerto. Llegó con cinco cajas de vino Bordeaux. Anoche hablé con Valeria, nos dijimos cosas tiernas y amorosas. Parto con mi guion y con el libro. En una semana tiene que estar terminado. Hace años que no me veía en un enredo tan complicado.

   Son las 9.45, una hora y algo de vuelo. Comimos y bebimos. Mi vecino canta solo y mira el techo. No tengo fuerzas para entrarle a la película de “Rushdie”, pero más tarde veremos. Tengo atravesada la película Cómedie de l´innocence. Todo se me presenta como entrando o saliendo del sueño. Creo que nunca he estado más cansado que ahora, y, viendo lo que me espera, no hay mucho más que hacer. Bruno me dice: tu llevas una vida absurda. Angustias + angustias y, sin embargo, se puede decir que me estoy quejando de lleno. 

   10.00hs en Chile, aterrizando con dos horas de atraso. Estuvimos en el aeropuerto de Mendoza esperando que se levantara la niebla de Padahuel. Leí un par de capítulos de la última novela de Vargas Llosa, cuyo título no consigo memorizar. Los últimos días de Trujillo en República Dominicana. Gran despliegue de datos, giros locales, información general. Una idea para un ensayo: “las convenciones de la narrativa”: el realismo como una tauromaquia en torno a las convenciones. 


El joven Ruiz

Recién recuperé el cuaderno que olvidé en casa de mis padres. La estadía en Viña fue penosa a fuerza de tratar de hacerla agradable. Los familiares nos acapararon casi todo el tiempo. Mis padres siguen envejeciendo y cada día es para ellos un desafío, un largo viaje hacia la noche. Una vez más he asimilado y asumido los dolores y las angustias de mis familiares y amigos. Mis compañeros han pasado los 50 y ven con temor la vejez, la pobreza, la cesantía. Rara vez había visto tan claro el mundo sin piedad de este fin de siglo. La repartición democrática de la miseria. Resultado: dos gastroenteritis, infección a los riñones y reaparición de la fístula infecciosa de la que me había operado –y había tenido tiempo de olvidar– hace cuatro años. Tristeza, angustia, soledad.

   Pero he llegado al quinto capítulo de una novela policial. Terminé un tercio de El tiempo recobrado. Un sol sobrecogedor y la apoteosis de un verano, con sus olores y sabores.

Encontré en mi pieza, en casa de mis padres, fotos de La estatua, mi primera obra de teatro escrita a los 17 años, presentada en los días en los que cumplí 19 años. En aquellos tiempos, Hans Ehrmann, crítico de entonces de La Nación, la consideró “el evento más promisorio del año”. Me cuesta creer, viéndolas y recordándolas, que un espectáculo tan simple y tan inusitado haya podido impresionar hasta el punto que me haya empujado a escoger una carrera sin porvenir, pero tan cargada de eternidades.