En 1992 Nicolás Rosa incluía en su libro Artefacto, un ensayo “sobre la poesía de Hugo Padeletti” titulado “Los órdenes de la belleza”. No dejaba de tener en cuenta el lugar dado a la belleza por el poeta, cuya obra surge de “una cultura letrada que se superpone a una cultura campesina en una combustión alucinante”, porque, para Rosa, los textos combinan los signos de la letra y los de la naturaleza en un espacio-tiempo integrado en el presente del poema. “Tan larga como la vida misma”, dice Rosa, y efectivamente, la poesía de Padeletti fue haciéndose en una paciente búsqueda privada, refractaria primero a la publicación inmediata, y luego difundida en ediciones acotadas. Simultáneamente se dedicó a la plástica, aunando el interés –baste ver sus collages o dibujos– por las formas fragmentarias que sirven a destacar el vacío, punto fundamental de una propuesta artística que despunta y se hace por la extracción, en la heterogeneidad del mundo, de elementos singulares, a partir de los cuales, en el aprovechamiento de aislarlos, se intenta arribar a una sabiduría destinada a permanecer por su condición de belleza. 

En el extenso lapso anterior a la publicación y el amplio reconocimiento, Padeletti fue –siguió siéndolo después también– un constante estudioso, de Filosofía (en  la Universidad Nacional del Litoral) y de plástica, y luego con las indagaciones que emprendía, fuera para profundizar el conocimiento de un filósofo –Heidegger, por ejemplo– o de algún tema cuyo conocimiento “necesitaba” para escribir un poema, de las religiones (en particular de Oriente), de los poetas que minuciosamente leía y en muchos casos traducía “para leerlos”, hasta esa otra actividad que también deparaba una exploración cuyo resultado se evidenciaba en su sostenida actividad como profesor, de esa clase de profesores capaces de transmitir un conocimiento fundado y signado por  la pasión. Y esta excelencia didáctica permaneció. Con motivo del Centenario de Pablo Neruda, se lo invitó a hablar del chileno. Resultaba en principio curioso que aceptara referirse a un poeta con el que no parecía tener afinidades. Eligió un poema de Las uvas y el viento, no fue un comentario sino la demostración de cómo leía entrando en la misma trama del poema, a la vez destejiéndolo y tejiéndolo como si lo mostrara en estado naciente. 

Para entonces (2004), Padeletti había dejado de ser el poeta y plástico apenas conocido ya que antes de finalizar el siglo pasado publicó Poemas 1960/1980, Parlamentos en el viento (poemas desde 1980 a 1989), y expuso collages –realizados entre 1966 y 1997– con el título Aproximación al vacío y otras imperfecciones. “Poco después de cumplir setenta años, autor de una importante producción poética inconseguible”, según anota Mirta Rosemberg “se abocó al esfuerzo que supone para cualquier poeta prolífico la evaluación de su propia obra publicada”. Fueron tres tomos que el Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral preparó cuidadosamente incluyendo reproducciones de obras plásticas “sin intención de que funcionen como ilustraciones de los poemas” según Rosemberg. La “reunión” de escritos llevó el título de La atención. La muerte lo encontró preparando su obra completa a publicarse próximamente por Adriana Hidalgo Editora.

Aquellos volúmenes aportan también, vía reflexiones del propio Padeletti, de ensayos de poetas y artistas plásticos, y de reportajes, lo que bien se lee como un recuento de experiencias respecto de la creación y la recepción. Pero sobre todo están los poemas que pueden llevar a definirlo como un poeta de continuada y obsesiva meditación a partir de algo, leve, pequeño, cotidiano o no, que, valga la importancia que tenía para la palabra para Padeletti, suscitara su “atención”. Prefería él que se pensara lo suyo como “contemplación”, no en un sentido de actitud pasiva, sino al contrario como incansable observación del entorno y de la propia conciencia para arribar a lo que se plasma en un poema. Así surge la imagen puntual tan concisa como preñada de sentidos y el empeño en la fijación de algo (una piedra, un insecto, una planta) captados como una instantánea en su movimiento: “como se mueve un jarrón chino inmóvil / perpetuamente en su inmovilidad”, según gustaba citar de uno de sus poetas preferidos –T. S. Eliot.  

Los poemas de Padeletti imbrican el concepto, la imagen y el sonido armónicamente enlazados. Así, por ejemplo en “Hay hortensias”: “–un tenue/ resplandor/ define sus facetas // reclinadas: / matices/ azules y rosado // en ópalos inquietos; / su variar/ se nutre de reflejos. // ¿Penetrar/ más allá del espejo?/ Sería irreverente. // Como el mar,/ consisten en acordes/ semovientes.” (de Guirnalda para un luto). Dispuesto en la página, exhibe un componente sustancial de muchísimos de los poemas de Padeletti: la disposición espacial donde los elementos visuales son constitutivos e insoslayables para la significación. Los títulos pueden oficiar como el primer verso que se continúa en el que sigue, los versos muchas veces no se alinean en el margen, están desplazados y entre ellos, los blancos (a principio de verso, en medio de una estrofa o entre una estrofa y otra), adquieren una densidad de signo que los equipara a las palabras, con su mudo significante y su ubicuo significado. 

El blanco aparece como un tempo que pauta el ritmo, pausado, nunca torrentoso, e incita a un detenimiento en cada palabra, como para sopesarla en todos sus aspectos. A esto se agrega un plus en los casos –y son frecuentes– en que esos blancos separan sustantivo y adjetivo. En el citado poema: de “facetas” se pasa a la siguiente estrofa, después de un ancho blanco, a “reclinadas”, con lo que se expande la dilación, se “transfigura/ la separación del instante” (como dijo Padeletti en su poema “La paciencia”), se construye una “prosodia suspendida entre el ir y volver”, según Nicolás Rosa al analizar los distintos modos de enunciados de esa poesía cuyo centro es el instante y su impulso la atención. 

El poema “La atención” (Poemas 1960–1980), parece un intento de inquirir poéticamente lo que esa “palabra modesta” significa, el poema se hace más extenso, incorpora refranes, citas, referencias culturales para culminar precisándola “está quieta/ bajo el árbol perfecto/ y está completa”. Quietud, árbol, perfección y completud anheladas, son como cajas de resonancia de la variada flora y fauna de otros poemas. Cabe agregar, que estas presencias no significan una especie de poesía que se ancle en objetos y evada la presencia de un yo, ni de una segunda o tercera persona, y aun de un nosotros: “No es blasón ni estandarte” de nadie, ni una bolsa/ que se cuelga a la espalda. Sólo el oro/ de cada ser. Avaros// sin memoria lo dejamos yacer en lo profundo del sueño, en la inocencia/ original –canteras/ bajo el mar–/ pero gritan// los ojos del lagarto./ Yo no soy/ solamente este nudo// renuente. No soy/ un poema en la mente,/ un proyecto en fricción,// una víscera fétida,  exigente./ El dolor/ penetra las raíces// compartidas./ –horror/ que la sangre consiente.// La cabeza lo encubre, intermitente,  y el corazón lo evita:/ com-pasión”. 

Atención y compasión evocan esas rimas consonantes que no dejó de usar, y agregaríamos una, de un muy temprano poema de Apuntamientos en el Ashram. Se llama “Misión” y concluye, como síntesis de vida y destino: “Reverdezco así tras la entrega,/ de la higuera repito el milagro/ y, diciendo,/ me cumplo”.