La moda periodística de este verano es preguntarse por qué no viene el papa Francisco a la Argentina. El género admite ricas y variadas posibilidades. Clarín trabaja una vertiente surrealista: trata de inducir la interpretación de que la iglesia católica argentina repudia a quienes usan a Francisco para una política conflictiva contra el gobierno de Macri, lo que claramente contradice el texto del documento episcopal al respecto. Por si le quedaran dudas al lector sobre el verdadero móvil de la cúpula eclesiástica, el matutino (en su portal) intercala un link que corresponde a una nota publicada por el periodista Roa,dedicada a vapulear a Francisco con un lenguaje entre canchero e histérico por lo que considera su intromisión en la vida política nacional. Dice por ejemplo: “No habría que darle entidad a Grabois si no fuera porque Bergoglio privilegia a Grabois por sobre el Episcopado para dar su versión de la sociedad”. Es decir, Roa hace exactamente lo que la iglesia local rechaza públicamente utilizando, como es habitual, un estilo, más circunspecto y equilibrado. Morales Solá en La Nación incorpora un matiz: les aconseja a los macristas que no le adjudiquen al Papa enemistad con Macri e incorpora una lectura histórica que permite inferir una excelente relación entre ambos, convenientemente sazonada por la demostración del encono que, en cambio, separaría al pontífice de Cristina. 

El Papa pasó por Chile, de eso se trata. Y tal vez sería interesante considerar lo que hizo y dijo en Chile como pista para responder el interrogante. Para hacer más completo el recurso metodológico se podría sumar el contenido de muchos actos y de muchos viajes de Francisco como modo de orientar el examen del problema. Por ejemplo, los sucesivos encuentros con los líderes de los movimientos sociales de diferentes partes del mundo. Se podría agregar la lectura del mensaje Evangelium Gaudium y de la encíclica Laudato sii. Todo esto para adentrarse en la esencia del mensaje que el Papa ha colocado en el centro de su misión pastoral como jefe de la iglesia, y pensar la cuestión de su no visita al país a partir de ahí. ¿Cuál es el hilo común de todo ese sistema de señales que emite el papa? Sin duda se trata de la construcción de un jalón de la doctrina social de la iglesia orientado al mundo de nuestros días. Esa doctrina, nacida con la encíclica Rerum Novarum, promulgada por León XIII en 1891, tuvo en sus orígenes el propósito de intervención en la cuestión de las relaciones entre el trabajo y el capital. Tanto en sus vertientes más conservadoras, como en las más progresistas, el catolicismo puso la cuestión de la explotación del trabajo en el centro de su preocupación, estuviera ésta guiada por el temor a la rebelión obrera o por la solidaridad con los que sufren la injusticia de esa explotación. Francisco, por su parte, tiene frente a sí un mundo concreto, que es el que se impuso en las últimas décadas del siglo pasado; el mundo de la uniformidad capitalista, de la ilimitada libertad del capital para moverse en tiempo real por todo el planeta, de la inédita concentración de la riqueza global, de la colocación de la política global y de las armas de los poderosos al servicio incondicional del despliegue de ese nuevo dios del que habla el papa, del “dios dinero”. Por eso el primer viaje de su papado fue a Lampedusa, un sitio emblemático del drama de los refugiados, de los que huyen de países asolados por la guerra colonial y por la injusta distribución mundial de los recursos. Por eso sus interlocutores son los pobres, los perseguidos, los discriminados.

Si se sigue la huella del mensaje y los sitios elegidos como signos para comunicarlo se está más cerca de la explicación política del asunto y más lejos de las chicanas que tratan de convertir al Papa argentino en un operador de la política doméstica. Los comunicadores críticos del Papa –los que dicen lo que los poderosos de la Argentina piensan pero no quieren decir– han armado su propio relato o, mejor dicho, han elaborado un modo de incluir al Papa en el relato general de la historia reciente del país. Francisco es peronista. En consecuencia no está conforme con que Macri gobierne el país. Su rechazo a visitarnos sería así una forma de molestar al presidente, de demostrarle su antipatía, de intervenir políticamente en su contra. ¿Es efectivamente política la conducta del Papa? Claro que sí: colocarse en este momento del mundo como un crítico de la globalización neoliberal, afirmar que el capitalismo es la cultura del descarte, que “esta economía mata”, que el derrame de las riquezas desde la cúpula hiperconcentrada del capital hacia las clases populares es una visión farsesca y que tal cosa no ha ocurrido nunca ni puede ocurrir…todas esas son definiciones claramente políticas. Pero reducir a Francisco al lugar de un operador político argentino sería pura ignorancia si no fuera, como es, ocultamiento y manipulación. 

No se pretende aquí contestar la pregunta de moda. Porque este no es el lugar de la información secreta ni de la primicia deslumbrante. Solamente se intenta pensar. Y lo que surge es una dura e innegable inconveniencia para el Papa de poner en escena su lenguaje político de alcance global en el territorio en el que ha nacido, donde se hizo cura y donde militó políticamente. Sencillamente porque su país natal vive desde hace ya bastantes años una época de contradicciones muy agudas, de antagonismos políticos de profundidad no vivida durante muchas décadas. ¿Cómo sería hoy una visita del Papa a nuestro país? ¿Se encontraría con Milagro Sala? ¿Iría a visitar prisioneros que lo son por formar parte del antagonismo del lado opuesto a los que hoy ejercen el poder político, el poder económico y el poder ideológico? ¿De qué hablaría con la CGT, con los militantes de la economía popular o con los curas populares que llevan el evangelio a lugares que el sentido común dominante identifica lisa y llanamente con el narcotráfico y la corrupción?¿De qué conversaría con los mapuches del sur del país, si hiciera silencio sobre la persecución que sufren de parte de poderosos magnates globales protegidos por las armas de gendarmes y prefectos envalentonados por el discurso punitivo del gobierno nacional? ¿Tendría que abstenerse de hablar sobre la muerte de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel? La lista podría seguir, pero está claro que la Argentina, además de ser su tierra natal, es un territorio crítico para el mensaje papal. Una visita en momentos como éstos lo pondría en el centro de un vórtice comunicativo y habilitaría que se lo mostrara utilizando su lugar político (Francisco es también un jefe de estado) para perjudicar al gobierno en funciones, para desestabilizarlo. Esto no es imaginación pura, tiene un antecedente histórico: el Papa Wojtila decidió militar activamente en el interior del drama de su país, Polonia, para desestabilizar el régimen comunista en ese país. Francisco ha decidido no repetir esa experiencia que forma parte de una larga saga de desprestigio del catolicismo motivado por la predisposición de sus cúpulas a mostrarse alineado con las potencias políticas globalmente hegemónicas. 

El Papa ha dicho en Chile que hay que abandonar el punto de vista de que hay culturas superiores y culturas inferiores. Esa es una verdadera blasfemia contra el culto liberal. En este sentido, el cientista social italiano Loris Zanatta ha adoptado un rol hiperactivo en el cuestionamiento del populismo y el antiliberalismo de Francisco. Le reprocha que hable más seguido de “pueblo” que de “derechos”. Le endilga colocar al pueblo como sujeto místico y a los pobres como el emblema necesario para la evocación del mensaje cristiano. Claro, le critica al Papa nada menos que su religiosidad. Pero el mérito de esta intervención es que coloca el problema del viaje o no viaje de Francisco en términos más serios. El problema de Francisco no es con Macri, es con el capitalismo realmente existente, es decir el capitalismo neoliberal, mundialmente ilimitado y en trance de devorarse todas las identidades que no se sometan a su lógica depredadora. Tiene razón Zanatta, el Papa rechaza la visión liberal del mundo. O para ser más precisos, rechaza la cosmovisión que autoriza al capitalismo contemporáneo una conducta global que pone en riesgo la supervivencia de los seres humanos y de muchísimas otras formas de vida sobre la faz de la tierra. La del Papa es una ideología, claro. Pero la mala noticia para el crítico italiano es que el liberalismo –viejo o nuevo– también es una ideología. La libertad de mercado, la seguridad jurídica, la meritocracia, el capital humano y muchísimas otras expresiones del género no son más reales que el pueblo, la justicia o, más aún, que la lucha de clases, aun cuando se presenten como el punto de llegada de la evolución de la cultura humana. Cuando se habla del peligro que entraña el populismo y el antiliberalismo para las instituciones de la democracia, da la impresión de que se hablara de otro planeta. Se desconoce el funcionamiento real del mundo al dejar en la oscuridad que el capitalismo actual, bajo la hegemonía de la cultura política y las instituciones liberales, es el dominio de un 1% de la población global sobre el resto de la población del planeta, comenzando por la inédita concentración de la riqueza en ese polo ultraminoritario. Que son las corporaciones y no las constituciones liberales las que gobiernan gran parte del mundo. Que las libertades y las garantías individuales de las constituciones y los códigos civiles no rigen para una enorme y creciente parte de la humanidad. La vieja y rica tradición liberal no es, claro, responsable de este desastre global. Pero es indiscutible que de sus textos se nutrió el individualismo salvaje de nuestra época, ese que se considera a sí mismo una cultura superior desde cuyo plano se puede mirar con desdén al relato populista, cristiano, comunista o cualquier otro que no se adapte totalmente a los designios de los dueños del dinero. El individualismo neoliberal reconvirtió una doctrina originalmente humanista en una saga lamentable que justifica la desigualdad, la discriminación y la guerra contra pueblos y culturas, en el exclusivo nombre del dominio del capital. Le dio al liberalismo la forma salvaje y guaranga de la que hoy alardea ante el mundo, nada menos que el presidente de Estados Unidos.

El capitalismo realmente existente no es una plataforma culturalmente superior desde donde mirar el mundo. Su realidad es la de una profunda descomposición política y moral. El Papa es una voz global potente para todos los que enfrentan el orden que hoy gobierna el mundo. Los argentinos no necesitamos que el Papa venga al país. Podemos fácilmente acceder a sus mensajes y conocer su doctrina. Mejor que preguntarse por qué el Papa no viene sería tratar de escuchar y discutir sus posiciones.