“Nunca tuve un novio judío ortodoxo/ ni un marido/ nunca tuve un hijo/ nunca tuve una moto// nunca un novio que me invite a un viaje/ o una novia”, dice Gabriela Bejerman en unos versos del poema “things I’ve never had”, incluido en Querida. Y agrega: “nunca tuve una crisis que no me haya hecho crecer/ nunca tuve la fuerza de decir que no/ hasta ahora”.

Estos poemas fueron publicados por primera vez a través de Eloísa Cartonera en 2014. Una edición ampliada acaba de llegar a las librerías gracias al sello Caleta Olivia. La mujer que habla en Querida no es la misma de Un beso perdurable, editado por Rosa Iceberg: un libro de prosas que se publicó en paralelo al poemario. Quien se asome a ese universo narrativo, se encontrará con veinte pequeños textos confesionales, de una belleza melancólica, con un sentido del humor que estalla ahí donde menos se lo espera. No es casual que Bejerman haya traducido a Jane Bowles y haya montado una obra a partir de esa autora. Las dos comparten una forma visceral de mirar el mundo, capaz de la ferocidad pero también de la ternura. Y en Un beso perdurable hay mucho de ese susurro, que a veces se eleva y de a ratos parece apenas una marca accidental dejada por el silencio.

Pero la diferencia radica en cómo las experiencias vitales renuevan la escritura de la narradora/poeta. Bejerman se ha convertido en madre. Así que cuenta su nacimiento, tecleando con el niñito de cuatro semanas y media a upa suyo. “Un bebé en mi vida. Me he vuelto una hembra, una fiera. Mi cría es una responsabilidad física que me encomendó el planeta que me crió a mí”, escribe la misma que nunca había tenido un hijo. La autora se convierte también en madre de su madre. Y de su padre. Porque lxs dos enferman. La hija cuida de ellxs: sostiene la mano de su mamá en las últimas horas de su agonía, mientras le canta como forma de rezo, de compañía, de agradecimiento y de tristeza. “Papá vive en un hogar. Pero todavía se ríe cuando mi hijito se cuelga como un mono de la pasarela de kinesiología. Todavía lo recibe cuando le pide upa para pasear en el cochecito del abuelo, la silla de ruedas”, relata.

Bejerman nació en Buenos Aires en 1973. Creó la revista Nunca, nunca quisiera irme a casa entre 1997 y 2001. Fue performer, se transformó en Gaby Bex y editó un disco llamado Mandona en 2007. Pero ahora parece detenerse en otras cosas. En el texto “Conesa (crisis en chino)” se transforma en flanéur, caminante que se deja maravillar por los tesoros secretos de la calle. “Pienso en la vida snob de artista que tuve tantos años creyendo que existía la realeza (la pomada, la crème de la crème), y que era indispensable para existir. Ahora resulta que el barrio me ofrece todo sin pedirme nada a cambio. Me dan vino, queso, nachos, refugio, joda y hasta son baby friendly”, confiesa.

Como feminista, decidió plegarse al paro histórico del 8 de marzo de 2017 (y dejar que su niño se pintara enteramente de rouge porque un paro es un paro y porque en ese fervor de pegotearse, su niño “hacía una acción doméstica” que lo convertía también a él “en feminista”).

Sin complejos, dice en sus textos que quiere ser mujer. Y hombre. Pero el tono de su escritura no es ya el de joven eterna sino el de alguien que intuye la finitud. Quizás por eso asegura que su deseo es llegar a los setenta años maravillándose de amor, haciendo cosas que aún no hizo. “Ser poeta y extasiarme en las mañanas. Vivir en otros lugares. Ser rústica y salvaje, y tener las manos ávidas y hábiles, listas para el mundo, para tocar lo que está acá”. 

Estos libros demuestran que Bejerman no espera el mañana para ser todo eso hoy. La escritura es entonces acto urgente, gesto de vitalidad amorosa, como un beso que perdura más allá de los días.

Querida                                                                                                                  

Gabriela Bejerman

Caleta Olivia

78 páginas

Un beso perdurable

Gabriela Bejerman

Rosa Iceberg

108 páginas