Enero de 1993: Sergio Goycochea; Hernán Díaz, Fernando Gomboa, Ernesto Corti, Ricardo Altamirano; Gustavo Zapata, Leonardo Astrada, Sergio Berti, Marcelo Gallardo; Ariel Ortega y Hernán Crespo.

Julio de 1998: Oscar Córdoba; Hugo Ibarra, Jorge Bermúdez, Walter Samuel, Rodolfo Arruabarrena; José Basualdo, Mauricio Serna, Diego Cagna; Juan Román Riquelme, Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo.


“¡Qué imagen más deprimente!”. El mensaje de WhatsApp no exageraba. A flor de piel, la primera sensación del editor definía preciso con un puñado de palabras una triste realidad. Del otro lado del teléfono, la historia despertó el interés de varios colegas que supieron recorrerla en tiempos gloriosos del River y la Selección argentina de Daniel Passarella hasta el Boca multicampeón de Carlos Bianchi. Unos y otros, millonarios y xeneizes, la consideraban como un potente imán que los arrimaba muy cerca del éxito. “Andá a mirar y vemos. Seguro que algo vas a encontrar más allá de que esté deshabitada”, fue la respuesta que proponía ir una, dos y hasta tres veces al lugar. Primero, para una inspección ocular por fuera. Y luego, por supuesto, por dentro.

La Posada de los Pájaros hoy es un espacio verde, muy verde, en el que la naturaleza crece a sus anchas e indomable. En medio, una edificación que brilló en los `90 permanece estéril, lúgubre, atónita; es testigo y prueba del paso del tiempo al compás del prepotente crecimiento de otros emprendimientos en Tandil. “La Posada de los Pájaros es un elefante blanco”, dice sin eufemismos Marcelo Baumgaertner, su último gerente. “Desde que cerró la Posada, el municipio de Tandil debió volver a invertir en difusión. Antes, sobre todo en el verano, la sola presencia de un equipo de Primera ponía a Tandil en la órbita turística de todos y en todo esto Posada de los Pájaros fue la punta de lanza”, agrega con la voz entrecortada. Un imaginario y enorme nudo emocional brota de su garganta, al tiempo que enseña imágenes que chocan con la actualidad del lugar: un inconfundible Carlos Bianchi de lentes y pelo blanco eléctrico a los costados, o dos jóvenes y disruptivos mellizos Barros Schelotto junto con el Pato Abbondanzieri, o el mismo Baumgaertner y sus hijas posando agachados a metros de la entrada principal, a la que se accedía luego de recorrer más de 300 metros por un camino perfectamente cuidado y surcado con flores naranjas y blancas. Una evidencia más que la última instantánea nos muestra: un reluciente Peugeot 504 color blanco, también sirve para retratar una época. “Uno suele apegarse al tiempo pasado, es verdad. Pero en el caso de Posada de los Pájaros nadie puede negar la importancia que llegó a tener. Acá venían muchas personas buscando refugiarse y pasar inadvertidas, como ocurrió con Maradona en 2007 tras una internación terapéutica. La idea era que nadie supiera de su presencia, hasta que salió una tapa de una revista y nos queríamos morir”, revela Baumgaertner quien, a la vez, echa por tierra un mito urbano. De acuerdo a varias personas consultadas sobre la Posada, en su infancia, creían que la palabra spa significaba sólo para adultos. “En realidad, la Posada era un spa únicamente para adultos, pero esa leyenda que se construyó se refería a otras cosas que no tenía el lugar. Acá se venía a descansar y se llegaba sin siquiera tener que ingresar a la cuidad”, detalla.

Hoy todo es distinto. Atrás quedó el descubrimiento de Passarella que se convirtió en una cábala impostergable cuando vio por primera vez aquel paraíso y desembarcó allí con River en 1993. El ex técnico millonario accedió al lugar porque en sus tiempos de jugador del Inter, el empresario argentino Ricardo Giovanetti, quien se convertiría años después en el dueño de la Posada, era socio de Ernesto Pellegrini, el entonces presidente del club milanés, y a través suyo conoció al ex capitán del seleccionado argentino. En 1989, Giovanetti invitó al Kaiser a Tandil para que viera de primera mano las obras de construcción en las instalaciones que, luego, el propio Passarella escogería casi todos los veranos como su búnker predilecto para cada pretemporada. Allí, Passarella encontraba tanta tranquilidad que hasta trasladó su laboratorio de entrenamientos con apenas diez futbolistas locales del seleccionado mayor (Germán Burgos, Pablo Cavallero, Nelson Vivas, Hernán Díaz, Leonardo Astrada, Christian Bassedas, Sergio Berti, Juan Román Riquelme, Marcelo Gallardo y Marcelo Delgado) y cinco del sub 20 (Juan Fernández, Luciano Galetti, Diego Trotta, Roberto Demus y Ariel Franco) en el verano previo al Mundial de Francia 1998.

Ubicada a sólo 5km del casco urbano tandilense, el acceso a la Posada es unívoco: un cartel de madera gastada por el sol todavía luce como testigo petrificado del paso del tiempo. En la esquina de la Avenida Don Bosco y Ceferino Namuncurá, el camino ascendente de unos 400 metros por la calle de tierra se hace dificultoso. El vehículo avanza a paso lento para evitar el traqueteo que generan los incontables pozos del camino de una mano, cercado por árboles a la derecha y cientos de hierbas agrestes a la izquierda. La calle, es verdad, contrasta con la que se observa justo del otro lado de la Don Bosco, con su reluciente acceso de concreto que invita a llegar sin inconvenientes a Amaike, el hotel inaugurado en 2009 por Nicola Parasuco, un inmigrante siciliano que pasó de vender pastelitos con su bicicleta a ser un empresario que juega con Mauricio Macri al golf en la exclusiva cancha de golf que mandó a construir tras ser rechazado por el tradicional y siempre elitista Tandil Golf Club. Según cuentan en Tandil, “Amaike le dio el golpe de gracia a la Posada”.

Posada de los Pájaros fue el primer hotel spa de la Argentina. Abrió sus puertas en febrero de 1992 con 13 habitaciones (luego trepó a 20), área spa (baño sauna, baño turco, pileta climatizada, seis gabinetes de masajes), un consultorio médico y un amplio y completo gimnasio para musculación, canchas de pádel, tenis y fútbol, una zona de arquería y una caballeriza en medio de un faldeo serrano de 50 hectáreas. “Es increíble cómo cambió todo. Hace años que no voy porque me genera mucha tristeza”, admite Baumgaertner. Por su parte, Ariel Islas, periodista local, dice: “En esta puerta (por el portón de entrada principal) estuve muchas veces esperando a que los jugadores bajaran del micro para hacer una nota. Recuerdo patente ver a [Martín] Palermo, en plena recuperación de la lesión de ligamento cruzado de su rodilla derecha, ir y venir en bicicleta desde la puerta de la Posada al club Ferro, donde el plantel de Bianchi hacía fútbol. Al volver se paraba en la puerta para sacarse fotos y firmar autógrafos”. Y añade: “Eran otros tiempos y acá, en Tandil, antes y ahora, la gente no molesta. Hoy podés ver a [Juan Martín] Del Potro subiendo y bajando, sin que nadie lo interrumpa, en la Fuente de los Vascos (N. de R.: una calle con una pendiente muy pronunciada que da justamente al monumento en agradecimiento al recibimiento de los vascos que llegaron a la ciudad). Pero ver así a la Posada duele por lo que simbolizó para la ciudad. Hablar de la Posada era hablar de Tandil”.

Las precisiones de Islas se potencian a medida que se observa in situ lo que queda de la Posada. La entrada tiene los pastos tan crecidos que dificulta leer el cartel y para ver las paredes de lajas que sostienen la tranquera hay que contorsionar el cuerpo de un lado al otro. La barrera, que fue de color blanco, está totalmente desvencijada y enganchada con una cadena oxidada que la mantiene de pie con la ayuda de una larga madera que también sirve de sostén. Trozos de botellas entre los pastos evidencian el abandono interno y externo. Son pocos los vidrios de los faroles que están intactos. En su mayoría están apagados y casi todos rotos. La subida por un camino en zigzag hacia la explanada de acceso evidencia lo que más arriba (unos 300 metros aproximadamente) habrá: soledad. Como si hubiera fantasmas que juegan en medio de tanta quietud, una vieja carreta mira hacia el cielo como implorando una oportunidad. El blanco de las paredes del edificio principal apenas se distingue entre la ausencia de pintura y una enorme enredadera que trepa hasta la parte más alta o cúpula del casco central. Los techos de tejas coloniales a dos aguas parecen un dominó mohoso y desordenado. Metros más allá del casco principal, una glorieta de ocho paredes de cerco de madera pugna por mantenerse de pie. La cancha de fútbol, que en realidad era para 9 jugadores por lado y por ello los equipos debían utilizar las instalaciones de Banco Provincia, Ferro o Independiente, es un pastizal de la altura del Pulga Rodríguez (poco más de 160 centímetros). En verdad, todo lo que se ve adentro coincide con el exterior: abandono.  “Pensar que por acá pasaron varios de los mejores jugadores argentinos y se nos vino abajo”, enfatiza Baumgaertner.

Tan abajo se vino la Posada que tuvo dos cierres. Su primera clausura fue el 25 de julio de 2008 y la definitiva, el 5 de marzo de 2014 cuando el Municipio dio de baja definitivamente la habilitación. “Fue por un gran declive de la ocupación hotelera que se vino sintiendo sobre todo desde 2006 y 2007 con una progresiva disminución de trabajo, sumado a la desinversión de sus últimos propietarios”, explica Gustavo Di Giorgio, quien fuera su director. “La Posada le dio una identidad al turismo de Tandil que se posicionó a partir de ella”, sostiene. Ahora y más allá de que la Posada de los Pájaros está en estado de abandono, las sierras de Tandil ya no reciben a equipos de Primera que prefieren otros lugares. Este verano, tan sólo pudo verse al plantel de Ramón Santamarina corriendo por el dique del Lago del Fuerte como una foto en sepia que une un pasado fulgurante y lleno de jugadores e hinchas a un presente con apenas el equipo local que subsiste en la B Nacional. Como dice el lema local: Tandil tan cerca, tan linda. Lástima que ya no enamora. 

Mariano Quinteros