El hombre de al lado, la mejor película en la carrera de Gastón Duprat y Mariano Cohn, tenía no dos sino tres presencias excluyentes: el diseñador obsesivo, sofisticado y bastante snob interpretado por Rafael Spregelburd, su rústico vecino, encarnado por Daniel Aráoz, y el hábitat del primero de esos personajes, la Casa Curuchet, única obra en toda Latinoamérica del famoso arquitecto francosuizo Le Corbusier, emplazada en uno de los márgenes de ese perfecto cuadrado llamado La Plata. Más allá de tratarse de una obra independiente, La obra secreta puede ser vista también como una coda o extensión de aquel largometraje, más allá de la particular simbiosis de los talentos involucrados. A un guion escrito por Andrés Duprat, hermano de Gastón –ambos ex estudiantes de arquitectura, precisamente en la capital de la provincia de Buenos Aires– se le suma la dirección de Graciela Taquini, leyenda viviente del videoarte, tanto en el terreno de la realización como en el de la investigación y la curaduría, quien debuta ahora en el cine de ficción.

O no tanto: la película es, en partes iguales, juego creativo con algo de cine experimental, retrato de un personaje de ficción obsesionado con un prócer de la arquitectura y visita minuciosamente guiada a esa casa de varias plantas y algún que otro secreto escondido a los ojos de quien no sabe mirar. Dos actores interpretan a las figuras centrales del “relato”. Por un lado, Mario Lombard hace las veces de un Le Corbusier redivivo, viajero espaciotemporal que llega a La Plata en un tren fantasmagórico y se pasea por la ciudad de las diagonales como un avatar extemporáneo, sacudido por los efectos digitales introducidos por Taquini para desestabilizar la imagen. Por el otro, Daniel Hendler es el encargado de darle vida a Elio Montes, arquitecto retirado de la actividad profesional y especialista en la obra del creador del sistema de medidas llamado Modulor, responsable a su vez de conducir el recorrido turístico-cultural en las habitaciones y pasillos de la Casa, convertida en sede del Colegio de Arquitectos y pequeño museo desde hace varios años.

Ficción y realidad, realismo y fantasía, objetividad y subjetividad conviven, se abrazan y se separan en los poco más de sesenta minutos de La obra secreta, que gana en originalidad e interés cuando es apreciada como un particularísimo documental sobre arquitectura: no hay aquí, desde luego, voces en off, cabezas parlantes o explicaciones sesudas por fuera del discurso encendido de Montes/Hendler, que en más de una ocasión parece más interesado en abordar a una bella visitante que en aclarar ciertos detalles del diseño o la estructura edilicia. En otras instancias, acompañando prolijos travellings o imágenes fijas (cortesía del fotógrafo Mario Chierico) de las diversas estancias, su discurso intenta aclarar las razones de la sorpresa del visitante, ya sea por la baja altura de los techos o la escasa intimidad de los dormitorios. Cada tanto, textos selectos del propio Le Corbusier –transcriptos y leídos en estricto francés– ponen de relieve sus ideas modernas y revolucionarias, en contraste con la abigarrada superposición de fachadas y esquinas de la urbe que envuelve a la particular morada.