“Perdón, yo podría escribir una biografía con ciento cincuenta o doscientas páginas, lo que resultaría tedioso. ¿Por qué se los digo? Porque puedo decir que en esa época un comisario firmaba una remisión y te mandaba a Devoto con la cabeza rapada treinta días… o podría mostrar mi diploma de estética en París… pero escribir para agrandar cosas que no me interesan, no, gracias”: así empieza Es verdad, la autobiografía que Vanessa Show, la primera travesti del espectáculo argentino, publicó en 2012 con prólogo de ella misma como su alter ego, un falso hermano menor, y colaboración de Elio Marchi y Miguelito Romano. 

El libro, dictado y escrito como testimonio casi definitivo (es la “Primera parte” según la tapa) repasa su infancia de clase altísima ganadera en La Banda, Santiago del Estero, y su llegada a Buenos Aires a los 15, desheredada como su madre y sin un peso. En la ciudad, lava copas, pela papas y descubre el Teatro Maipo. Detecta que los mariquitas tan bien no bailan y comienza a arrimarse: “el señor vedette”, como tituló Héctor Ricardo García en los 70 en Crónica, se convirtió de inmediato en el ladero de las primerísimas, esto es, las Nélidas (Lobato y Roca), Susana Brunetti y Moria Casán. Con sólo repasar nombres comerciales y títulos de aquel entonces, el recorrido escénico de Show –bautizada así por el productor Eber Lobato– repone una atmósfera de strass que el glitter contemporáneo ignora: boliches como “Hidrógeno”, “Can Can”, “King Club”, “Bonanza”; espectáculos como Corrientes esquina Champs Elysées y La revista del tercer sexo. Ese imaginario revivirá esta noche en Mostrafest, cuando a la madrugada Vanessa se suba al estrado de Palermo Club, cante sus temas y encabece un concurso de boas frente a un público que quizás la registre sobre todo a partir de los fragmentos web que reproducen sus peregrinajes televisivos de los 90 y dos mil. 

¿Cómo sentís que reciben tu figura los más jóvenes?

–En la última Marcha del Orgullo se me acercaron muchos pibes a saludarme y compartir mis bocadillos. Por ejemplo, el que repiten mucho en el programa Bendita; les encanta eso de “¡Cooooómo roban!”, que lo tienen hasta de ringtone en el teléfono. Ser efectiva con esos latiguillos me sale fácil, para mí es como abrir una canilla. 

Y ahora, ante tanta drag queen, tanto transformismo, siendo vos la primera, ¿qué te pasa?

–Lo veo fantástico. Los chicos salen, dicen “Ay mirá, tengo barba. Pero no importa, me pinto igual”. Me encanta. En cambio, en mi generación, no tanto acá pero en Europa, había una competencia infernal. Yo me dije soy artista y me les voy a plantar. Un metro ochenta y dos, querido. Bancátela. Llegabas y te lo hacían ver. Pero les saqué el as de aspada y las volví locas, porque yo vivía en el local de Madame Frevier, que era la mujer que le hacía las plumas al Lido, a la Lobato y a todo París. Ella era una señora con una exquisitez increíble y me decía que le encantaba cómo lucía yo sus cosas. Ahí me hice mis primeras plumas blancas para el show “3 minutos de glamour parisino”. Muchas veces llamaba para que ella me prepare por ejemplo un degradé de plumas que iban del café con leche al borravino, y yo luego pasaba a verlas y a aprobar. 

VOILÁ

Tapado de avestruz en Roma; espaldares gigantescos en París; topless para la RAI, pionera en sacarse la pezonera delante del auditorio e inimitable en sus sentencias: Vanessa dice “Voilá” al cierre de cada alocución; se siente despreocupada y serena porque asegura ser una “Belle de Jour” y nunca jugó al star system ni a Anita Ekberg pero “daría la impresión que a la dolce vita sí jugué”. Hace años que vive en Balvanera y anda en bici todo el día. Tuvo romances con cómicos, con guerrilleros y con albañiles. Hizo giras por el interior y el exterior (tuvo su propio Priscilla, reina del desierto tour, mucho antes del filme); cautivó a miles con sus monólogos desenfrenados y un vestuario siempre excesivo. Como responsable y creadora de Las vedettes son ellos. Compañía de travestis fundó un género: travas en escena, en ese entonces nombradas en masculino pero montadas a tope. “Qué bueno saber de dónde vengo; es más, sé hacia dónde voy y cómo. Lo que no sé es cuándo”, dice al final del libro, abundante en fotografías de un cuerpo destellante que en diciembre de 1990, tras 17 años en Europa, hizo 40 puntos de rating con Susana Giménez en una entrevista de más de una hora. 

–Estaba recién llegada y no podía hablar castellano, me trababa. Me salía todo en alemán y en francés. Yo me había ido contratada en el 75, volví a los 10 meses a comprarme un departamento en Congreso y quería quedarme acá, pero la cana mi amor… me tiraron el departamento abajo, que lo tengo hasta el día de hoy y es más, ayer lo alquilé. Pasa que yo en el show decía barbaridades tipo “El comisario de aquella comisaría es vicioso y violento”. Igual, nunca les tuve miedo. 

¿Y cómo hiciste para sobrevivir?

–Creo que porque finalmente al heterosexual siempre le caí bien. Y porque no me involucraba. Trabajé en todos los cabarets, “Karenina”, “Grand Prix”, “Pussycats”, “Jezabel”, miles, y siempre con figuras. Luego me sacaba el maquillaje, pasaba por la caja a cobrar y me iba. Yo dejé de ser un bailarín hombre en noviembre del 70 y en mayo del 71 ya era famosa como Vanessa Show.

¿Cómo te fue con tu familia?

–Tuve un hermano mayor que falleció hace seis años. Él era anti, anti, anti. Pero cuando vino a verme a París en el año 80, lo llevé al Moulin Rouge. Viene el maitre, me ve y se queda mudo. Mi hermano, ¿sabés qué me dijo?, “Me parece que le gustaste al señor”. Y yo le dije: “Y a mí también me encanta, ¿qué querés que te diga?”. Al otro día lo mandé a pasear con mi perro para poder estar a solas con ese tipo, que fue mi primer gran amor. Pero hay algo que nunca conté…

¿Qué?

–Que cuando yo vuelvo a ver a mi mamá, en diciembre del 83, ella me ve y me dice “Hija”. Yo me quedé helada de la emoción. Mi mamá me trataba de “hija”. Esa vez, ya en Buenos Aires, en Plaza Congreso paseando a mi perro, me llevaron presa. Con el perro y todo. 

¿Nunca te interesó la reasignación?

–Noooo, mi amor. Se va conmigo eso, hasta el jonca, quemada. No, mi amor. En mi época todas corrían como locas por eso. Una vez salió un chárter de putos a Bahía Blanca para operarse. Después volvían y muchas me decían: “Tenés razón vos, no sentimos una mierda”. Hoy veo que ya no se operan tanto, porque los tipos quieren todo, tetas, culo y pija. 

Vanessa espera todavía poder lucir una chaqueta que aún duerme en casa. La prenda pesa 11 kilos y tiene 6 mil piedras. Vanessa conduce eventos privados y hace poco, en Pilar, provocó la reconciliación de un matrimonio que estaba a punto de divorciarse. Sus hijos lloraban y Vanessa, que dice ser “muy de la joda”, habló en serio. Vanessa está jubilada de actor y nunca cambió su DNI. “¿Para qué?”.

–Una vez me pasó una cosa graciosa. Decido ir a Nueva York por primera vez en septiembre de 79 a pasar mi cumpleaños con unos amigos. En el pasaporte yo estaba de saco y corbata. Estaba trabajando en Frankfurt y había conseguido el pasaporte gracias a un tipo con el que estaba que tenía muchos contactos. Me fui con un pañuelo en la cabeza, parecía árabe. El puertorriqueño que me atiende me dice: “Usted se equivocó señora, trajo el pasaporte de su marido”. Y le digo: “No querido, esa era yo antes”. Y entré de lo más bien. 

El flyer del evento de esta noche la tiene en el centro, arriba de la palabra Cabaret. Ella lo puso de foto de perfil en su multitudinaria cuenta de Facebook. 

–¡Qué lindo que quedó, ¿no?! Ahora, te puedo hacer una pregunta, ¿qué le pasa al Facebook, que me dice que le encanta tenerme y tener mis recuerdos y cada tanto me da una puñalada artera y me bloquea todo? ¿Por qué no me dicen bien cuáles son las políticas? Yo tengo ganas de decirles “Miren, lo que ustedes me prohíben es lo que me encanta. Soy una transgresora nata”... 

Vanessa Show se presenta en vivo en la Mostrafest hoy a la medianoche en Borges 2450.

Sebastián Freire