Soy feminista por Tomás. Me lo crucé el 19 de octubre del 2016, en el Paro de Mujeres, en la convocatoria posterior al asesinato de Lucía Pérez y con la consigna “Ni Una Menos, Vivas Nos Queremos” entre la lluvia que empapó nuestro abrazo y una marea de gente, de mujeres, que nos movía, entre su madre y su hermano menor. Él tenía 14 años. Y sí, tenía la edad de mi hijo. Y yo lloré como se llora cuando se escribe con el cuerpo mojado y con el miedo y la garra con la que se ampara a los hijos. Yo escribí muchos años sobre él sin conocerlo. Su mamá, Andrea, reclamaba (y sigue reclamando por su hermano mayor) porque la policía se los había arrebatado en un secuestro y ella no podía verlos. La entrevisté una y diez veces. Un ex candidato a Presidente pidió que no la saquen en una radio del prime time y el progenitor mandó cartas al diario amenazantes sobre mi trabajo. 

Escribí igual, pero con miedo, no con una valentía ficticia, incluso con miedo de estar equivocada y lloré el día que volvió -después de un tiempo que parecía eterno e insoportable- con su mamá y le pregunté que había comido. Pero no lo conocía. Me lo crucé entre la lluvia y la marea de la marcha. Y me dijo las palabras que tengo grabadas en mi corazón y en mi grabador porque él, además, después de verme, de abrazarme y de darme una sonrisa (que sí es escudo contra todos los que creen que de odio a los hombres se trata y todas las amenazas por publicar notas sobre abuso sexual) me volvió a buscar. Tomás me pidió hablar. Una y otra vez. Él me contó lo que sufrió y lo que le preocupaba su hermano. El quedó en la foto por la pelea para que la revancha machista no le saqué a las madres que denuncien a sus hijos, ni su vida, ni su tiempo, ni su plata. Y mientras que tantos periodistas me decían que era imposible que a una mamá le saquen a sus hijos, que algo habrá hecho o que no pelearía lo suficiente, Tomás me devolvió con palabras que guardo, la convicción que a los pibes no se les puede dejar al acecho del peligro. Las fotos que me llegaban de sus vacaciones felices como parte del lobby para dejar de pedir por su vuelta a casa eran ficticias. 

Igual que la escena que Tomás miraba para arriba, ahí, por encima de la Diagonal, revuelta de mujeres, pintadas, cantos y banderas, ahí estaba el gimnasio, con los oficinistas impolutos, corriendo hacia la nada, con la ñata contra el vidrio, pero sin conmoverse, sin participar, sin escuchar, empujados hacía una carrera sin llegada, pero sin stop. 

–¿Qué hacen ahí? ¿Por qué no bajan?      –increpó Tomás. Le pedí a la fotógrafa y compañera Constanza Niscovolos, parte de escucha y mirada de tantas entrevistas a madres –llamadas protectoras– separadas de sus hijxs por intentar cuidarlos del abuso sexual, que tomara esa escena que Tomás marcaba. Claro, la escena no se entendía sola: las mujeres en marcha y los hombres en loop en su cinta. Pero ahora la veo más clara que nunca. Los varones sin mirar, sin bajar, sin poder escuchar, sin animarse a correrse del protagonismo, ni a desafiar su camino y Tomás, desde abajo, pidiendo que bajen, que se conmueven, que lo escuchen, que lo miren. Y –también– que le den otros caminos como varón. La justicia no dejó que yo pudiera entrevistarlo. Algo raro que se supone es la protección de los menores lo desamparó de la palabra. Por ahora. Y por muy poco. 

Pero cada vez que escucho la banalidad de una guerra a los varones pienso en Tomás. Y en Gaby, que para los partidos de fútbol donde no dejan jugar a las pibas y en Nicanor, que su padre ex combatiente de Malvinas, mató a su mamá Librada y en Sebastián, que me contó en González Catán que la justicia era machista y que él tuvo que poner el pecho para sacar de su casa a su papá cuando le pegaba y en Hugo, que en una charla de colegio, contó como le dolía que el dueño del departamento que alquilaban violó a su mamá y en Luis que calló durante años que a su mamá la mató su ex pareja cuando llegaron de recibir su título de locutor. El machismo perjudica más a las mujeres y niñas. Pero también –y me lo contaron ellos– perjudica a los pibes. Y yo peleo por ellos. Y por los varones que estén dispuestos a bajarse de la cinta: a escuchar, a frenar la violencia machista y a caminar cambiando el sentido de los caminos ya establecidos.