Desde Montevideo

El Frente Amplio (FA) tiene claras limitaciones para ganar las próximas elecciones, con un Partido Nacional que lo tendrá en jaque. Ello ocurre, en parte, por las dificultades económicas que atraviesa Uruguay; en parte, por promesas incumplidas, reconoce Adolfo Garcé en diálogo con PáginaI12. El politólogo uruguayo admite, sin embargo, que el Frente siempre tendió una mano a los más pobres. De allí que los votos que pueda perder en los próximos comicios y cuánto le cueste la elección dependerá, además, de lo que haga la oposición. “Y la oposición hace mucho menos de lo que tendría que hacer para desafiar al Frente”, concluye.

–La renuncia de Raúl Sendic a la Vicepresidencia de Uruguay supuso desafíos para el Frente Amplio, en particular, y para la política uruguaya, en general. ¿Qué  aspectos de la cultura política uruguaya pone de relieve el caso Sendic?

—(La renuncia de Sendic) afectó la autoestima de Uruguay, el orgullo, la imagen de la élite política, y desencadenó una lucha interna entre los partidos por demostrar los casos de corrupción de aquí y de allá. Generó un sentimiento complicado en la opinión pública: en el mundo no se cree en la política, aquí la tendencia también va en ese sentido. En Uruguay, el poder se ejerce menos hegemónicamente, está más dividido y es más contestado que en otros países. Los procesos políticos son más graduales. Una característica estructural del Uruguay es que la división del poder nos ha permitido ser menos miserables que otros pueblos.

–¿Qué consecuencias trae en la dinámica política esa dispersión del poder?

–El poder en este país está dividido desde hace 100 años, al interior de los partidos, de los grupos sociales, de los pobres, de los ricos y de la clase media. Dentro de los partidos, ningún presidente manda de manera incontestada ni tiene el botón rojo para vetar leyes. Ése es el rasgo más sano de la política uruguaya, que se logró después de muchos años de intentos rabiosos de exclusión entre Blancos y Colorados. Sobre el fracaso de los intentos de exclusión, se forjó un pacto que nos trajo paz e inclusión. La paz y la democracia nacen de la inclusión, nunca de la hegemonía. La hegemonía trae guerras, miseria y desigualdad económica.

–¿Qué cambios produjo el Frente Amplio en ese escenario “rabioso” y dicotómico entre Blancos y Colorados?

–El Frente Amplio es más de lo mismo en términos políticos, tampoco puede ejercer un poder omnímodo. El presidente Vázquez no pudo, ni siquiera en el momento de su máximo poder –2005/2006–, ejercer un poder sin contrapeso. Tenía mayoría absoluta en el Parlamento, como ahora, pero tenía contrapeso dentro de su propio partido. En Uruguay, al presidente lo frena más su propio partido que la oposición. Este es el país de los pactos y las negociaciones. El Frente sigue moviéndose en ese diseño institucional, en esa sociedad plural. Tabaré quiso firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y el propio Frente Amplio lo paró.

–¿Cómo convive esa negociación constante con el diseño de las políticas públicas?

–Eso genera lentitud, me refiero a la lógica morosa que tiene la política uruguaya. Es el país donde parece que nunca pasa nada, el país de los cambios graduales. Uruguay es un país chico. Carlos Real de Azúa decía que éste es “el país de las cercanías”, donde todos somos primos y todos tenemos un amigo en el gobierno, gobierne quien gobierne. No es un Estado blindado, es un Estado abierto, poroso. Eso hace que las decisiones sean intrincadas, muy negociadas. Cada política pública, cada cambio, es un parto.

–¿A qué sectores identifica como los grupos de presión con los que cuesta más negociar?

–Todos. Todos se mueven y todos tienen una parte del poder. 

–Más allá de romper con la división entre Blancos y Colorados, ¿qué cambios políticos identifica con la llegada del Frente Amplio al gobierno nacional?

–Introdujo cambios en la orientación de las políticas sociales y también en el balance del poder social. La balanza se inclinó para el lado de los trabajadores, sobre todo, de los trabajadores organizados nucleados en la Central Única, que ya no es única porque hay algunas pequeñas centrales ubicadas más a la izquierda. Desde 1990 en adelante, se debilitó mucho el movimiento sindical. La resultante de los vectores se había movido mucho para el lado de los empresarios. Con el Frente, cambió el tamaño de los vectores, creció mucho el movimiento obrero.

–¿El movimiento sindical obtuvo legitimidad con el FA o ya la tenía?

–Siempre tuvo legitimidad, es un problema de tamaño, recuperaron la potencia tradicional. Lograron un incremento muy importante del salario real; los trabajadores viven sensiblemente mejor, porque el Frente reestableció la modalidad tradicional de regulación salarial en Uruguay. Los sindicatos con los empresarios y la mediación del Estado, negocian ramo a ramo y categoría por categoría, los niveles salariales. Con el incremento salarial bajó la pobreza, aumentó el consumo, se dinamizó el mercado interno y creció la economía. En este país, se empieza a sentir la queja del sector empresarial. Al mismo tiempo, hay destrucción del empleo en Uruguay; desde hace tres o cuatro años se destruyeron 40 mil empleos. Empieza a haber un poco de ruido entre los trabajadores y una creciente preocupación en la opinión pública.

–¿Qué logros alcanzó el sector empresario en los años 1990 y qué cambió concretamente con el Frente Amplio?

–Así como este país tiene cambios graduales, ha cambiado mucho de la dictadura para adelante, no fue una dictadura neoliberal a secas, fue un mix de liberalismo y desarrollismo. En Uruguay, hubo una liberalización financiera, liberalización cambiaria, pero nunca hubo en el país un política industrial tan agresiva como la que hizo la dictadura entre 1974 y 1979, una ley de promoción industrial en 1974 que cambió el perfil de las exportaciones uruguayas. En esa perspectiva de cambios graduales, la década de 1990 es una década de profundización del liberalismo.

–¿Qué consecuencias trajo ese proceso de liberalización?

–Más mercado. La modernización de la mayoría de las empresas del Estado. Empresas públicas como Antel, UTE, Ancap tuvieron procesos de reestructuración muy importantes, modernización y liberalización. A comienzos de la década del 90, hubo una ley de privatizaciones que fue parcialmente derogada en un referéndum. Como siempre, un Uruguay gradual: una liberalización amortiguada, modernización de las empresas públicas con toques de liberalismo, que dejó apertura comercial. Uruguay se integró al Mercosur, después profundizó la integración con el resto del mundo, diversificó sus exportaciones. La baja inflación y la estabilidad de la monedad la lograron los partidos tradicionales.

–¿Qué aportó el Frente a esta estabilidad macroeconómica?

–El Frente ha hecho un esfuerzo extraordinario por conciliar prudencia fiscal con un enorme gasto social. En pocos países del mundo, el gasto social creció tan rápido como en Uruguay. La política macroeconómicamente no cambió mucho, la política cambiaria, tampoco. El Frente hizo una cosa milagrosa: puso en marcha un plan de emergencia cuando asumió en 2005, sin tener un Ministerio de Desarrollo Social. Logró empadronar los 80 mil hogares más pobres de Uruguay en seis meses y llegar a esos hogares con transferencias condicionadas, copiando el modelo del BID, mirando la experiencia kirchnerista y la del Partido de los Trabajadores de Lula. También cambió el manejo de la deuda.

–¿En qué sentido cambió el manejo de la deuda? 

–El Frente hizo algo muy inteligente: dejar de deberle al Fondo Monetario Internacional. Hubo un reperfilamiento de la deuda y se saldó gran parte. Después, el Frente se ha endeudado con cuanto banco de fomento haya en el mundo, pide mucho dinero para obras de infraestructura. Pero no hay ningún economista que diga que la deuda uruguaya no sea sustentable, está respaldada. Además del manejo de la deuda, impulsó y fortaleció una política de innovación en ciencia y tecnología. Este país nunca tuvo una política propiamente dicha, y ha empezado a tenerla en los últimos diez años. Por cierto, la Agencia Nacional de Investigación e Innovación acaba de cumplir diez años.

–¿En qué se diferencian los partidos tradicionales de Uruguay, el Nacional y el Colorado?

–No fueron lo mismo, el Partido Colorado ha sido menos liberal, sobre todo en las dos presidencias de (Julio María) Sanguinetti (1985-1990 / 1995-2000). La tradición estatista, social-demócrata, late todavía en el partido Colorado. El Partido Nacional tiene una tradición liberal aunque no ultraliberal, no es el menemismo. Critica el “dirigismo” y reivindica la apertura comercial.

–¿Cómo impactó la política social del FA sobre la pobreza en Uruguay?

–La pobreza debe haber alcanzado el 20 por ciento en 2004 y se redujo a la mitad, la indigencia prácticamente desapareció.

–¿Qué perfil tuvieron las políticas sociales?

–Arrancaron siendo asistencialistas. Cuando se implementó el plan de la emergencia, una parte de la izquierda dijo: “el asistencialismo no es lo nuestro”. El Plan de Emergencia duró dos años y después se transformó en una cosa que se llamó Plan de Equidad, que trató de superar el asistencialismo. El Frente lo tenía que hacer porque era una promesa de campaña. Durante la campaña de 1999, Tabaré Vázquez había dicho: “vamos a implementar un plan de emergencia porque a la gente hay que ayudarla ya”. Entonces, se fue primero por el camino del asistencialismo y se pasó a un conjunto enorme de políticas de todo tipo. El clic se dio rápidamente, el Plan de Equidad empezó a discutirse en 2006 y en 2008 ya estaba intentando transformarse el perfil de las políticas. Además de que el incremento del gasto público social es extraordinario, hay políticas muy fuertes de equidad de género, un esfuerzo por combatir la infantilización de la pobreza: más de la mitad de los niños nacían en hogares pobres.

–En términos de diversidad, ¿cuáles fueron las apuestas y los logros que tuvo el FA?

–Hay políticas específicas, pero lo más visible es el matrimonio igualitario. Creo que como el Frente no pudo innovar mucho en política económica –en parte, por la correlación de fuerzas internas y, en parte, porque los que estaban disconformes con la línea que consideraban muy moderada no tenían una alternativa clara–, innovó mucho, pero mucho en el capítulo “nuevos derechos”. Es como sacarte las ganas de mover el statu quo en un terreno, cuando no podés moverlo en el otro. Dentro de 30 años, cuando se haga el balance del Frente, quedará el matrimonio igualitario. No sé si queda algo más. Los esfuerzos por combatir la pobreza van y vienen, hay momentos de mayor equidad y otros momentos de menor. Pero la transformación de fondo es que la gente camina por la calle de la mano.

–Independientemente de la renuncia de Sendic, y considerando el cambio de signo político en la región, ¿el Partido Nacional u otro partido de la oposición podrían ser una alternativa en la alternancia del poder?

–Por primera vez desde 1994 estamos ante un escenario electoral incierto. Este es un país previsible. En 1999, la coalición iba a ser reelecta: se había detenido la inflación, hubo reformas importantes en seguridad social y en educación, había estabilidad política. En el 2004, era obvio que ganaba el Frente; en 2009, también. En 2014 –salvo durante un par de meses, cuando ganó (Luis) Lacalle Pou en la Primaria y muchos sentimos que no estábamos entendiendo lo que sucedía—, también se sabía que ganaba el Frente.

–¿Y ahora?

–Por primera vez en mi vida profesional, no lo sé. La elección va a estar más peleada que la vez pasada. Uno se puede imaginar al Frente perdiendo decenas de miles de votos, perdiendo un senador, perdiendo dos o tres diputados; después el ballotage termina siendo “por un pelito”.

–¿Por qué cree que el Frente perderá votos?

–En parte porque la economía se frenó, en parte porque hubo un ajuste fiscal, en parte porque hay promesas incumplidas... El Frente nunca antes había tenido que aumentar la presión tributaria sobre la clase media como ocurrió el año pasado. Otra promesa incumplida es la reforma educativa. En campaña se acuñó la famosa frase del “cambio de ADN en la educación” y en seis meses había renunciado a hacer algo profundo, estructural. Muchos jóvenes abandonan la escuela secundaria a los 15 años. El Frente hace parches, políticas ad hoc, programas... Y además el Frente va a perder votos por el capítulo moral.

–¿Se refiere a la renuncia de Sendic o a algún aspecto más general?

–Si algo pide la ciudadanía es honestidad. Hice encuestas algún tiempo. Cuando preguntábamos: “¿cuál es el atributo que considera más importante en un político?”, esperábamos que nos dijeran: “conocer los problemas del país, ser personas preparadas, capacitadas”. La gente decía cosas infinitamente más hábiles: “que sean honestos, que no afanen, que sean sensibles a mis problemas”. Honestidad y sensibilidad, eso piden los uruguayos. El Frente está sufriendo porque, desde hace tres años, la gente se pregunta mucho y todo el tiempo si habrá corrupción. Subís a un taxi, conversás con el portero, te juntás con tus amigos... todos hablan de lo mismo. Eso tiene un costo electoral. Cuantificarlo es muy difícil, pero hay algunas pistas.

–¿Cómo cuáles?

–Los niveles de aprobación de la gestión son muy bajos, aproximadamente el 34 por ciento de la gente aprueba la gestión del presidente Tabaré Vázquez. En parte, eso tiene que ver con la falta de sueños de este gobierno, que lo diferencia de los dos gobiernos anteriores del Frente Amplio. La intención de voto está 10 o 12 puntos debajo de lo que estaba cinco años atrás, o sea, a dos años de la elección. En muchas encuestas, el Partido Nacional tiene más votos que el Frente Amplio. A la larga, el Frente sacará un 45 por ciento como mínimo. Si el Frente baja del 45 por ciento, me voy a llevar una sorpresa muy grande.

–¿Por qué?

–Por el esfuerzo enorme por combatir la pobreza y la indigencia, por las políticas sociales. Esto es tan importante como que haya problemas de corrupción. Y la gente, a la larga, se acuerda de eso. El Frente les tendió la mano a los pobres sistemáticamente a lo largo de estos trece años. Entonces, ¿cuántos votos van a perder? Algunos. ¿Les cuesta la elección? No sé, depende de lo que haga la oposición. Para mí, la oposición hace   mucho menos de lo que tendría que hacer para desafiar al Frente.