Quiero decir que intencionalmente no voy a mencionar a partir de ahora, en esta opinión, el nombre y apellido del policía heroificado por el presidente de los argentinos, después de matar por la espalda a alguien que escapaba sin armas visibles y sin efectos robados. No lo voy a nombrar porque me parece que no es él sobre quien hay que poner la lupa, más allá de la imposibilidad de aceptar la figura de legítima defensa, sea con exceso, mucho exceso o nada de exceso. No es sobre él porque la teoría de la manzana podrida ya fue comida por los gusanos que la infestaban. Es la estructura policial. El manzano. El manzanal. Es el manzanal, podrido, el que se está pudriendo con el gesto de Macri al heroificar al gatillo fácil.

¿Se acuerdan de la gestualidad política y que necesariamente hay que leerla? Bueno, hay que reconocerle al Gobierno la habilidad de reinventarse en la sorpresa, y que logra sorprender porque no hay moral. No es inmoral, es amoral. No la tiene. Todas las respuestas esperadas de los críticos corren por el lado de la inmoralidad, como argumento, porque quienes se oponen a esta gestualidad habitualmente circulamos dentro de una vía más o menos ancha, más o menos flexible, respecto a la moral y lo inmoral, la ética y su falta. Entendemos que matar por la espalda a alguien desarmado (o incluso armado, por la espalda) no entra dentro de los parámetros de lo que está bien.

Por eso, la suposición es que matar por la espalda es indefendible. Es más lógico pensar que alguien (los servis es lo más cómodo) le metió la idea de que el poli había salvado al turista, y él ingenuamente (qué tonto el Presidente!, cómo lo manejan!) lo creyó y dijo “a este hombre hay que felicitarlo y esto nos sirve, así queremos a la policía”, etcétera, etcétera. O que no había visto el video.

Ahora digo: en principio, sólo en principio, no importa si es un tonto o un vivo. Tampoco importa si le mintieron delante de sus narices o como dicen ahora, había visto el video, todos los videos. Lo que importa es la utilización que están haciendo de ese bache de incredulidad.

Lo que dieron fue una respuesta inesperada porque es amoral.  Y la movida de Cambiemos (habrá que incluir a todos los aliados de Macri hasta que aprendan a distanciarse) es amoral, no fue arrepentirse, fue duplicar la apuesta.

¿Y cómo sostienen que está bien que un policía mate por la espalda? ¿Cómo sostienen que no tenga dudas, porque no es un intelectual para andar jactándose (se acuerdan)?

Argumentan: el tipo no está para estudiar sino para proteger y proteger se protege eliminando el peligro. No está para matar por las dudas. Que mate directamente.

Y es ahí donde rodean el bache amoral y logran aferrarse a lo inmoral/moral, es decir, logran entrar en la vía general.

Qué, ¿acaso no escucharon que este discurso de meter bala, matar “delincuentes”, mano dura, tolerancia cero, está dirigido a una amplia franja de la sociedad que lo ve con buenos ojos? Algunos hablan que el gesto de recibir al policía lo aprueba la mayoría, otros tienen el dato de que es un 75 por ciento, otros un 50.

Y con esa cuenta imaginaria, pero quién la discutiría, queda anulado emotivamente el reclamo, porque el cuestionamiento deviene en una suerte de admiración/envidia en la capacidad de viveza para embaucar. Lo mismo se pensaba con Menem.

La policía, cuando mata, lo hace para proteger al 75 por ciento de la población. Es el discurso para doblar la apuesta.

Y es ahí el fallo, valiosamente cubierto con la ceguera pública.

Es al revés. El 75 por ciento de la población está en riesgo de que alguno de los 150 mil policías (por dar un número menor estimativo de uniformados en todo el país, me debo quedar corto) también se sienta héroe y no tenga dudas de que usted, vos, yo, estamos por poner en riesgo a la sociedad y nos pegue un tiro por la espalda, así como así. No estoy exagerando. A Mariano Wittis, el joven músico lo acribillaron en San Isidro siendo rehén, y creyéndolo asaltante. No tuvieron la menor duda. No se confundieron. Vieron un delincuente y apretaron el gatillo. Es en la división delincuente/músico o delincuente/cualquieradenosotrxs en que se sostiene el discurso, porque enceguecen con el miedo, y el delincuente imaginario pasa a estar en la otra vereda y cualquieradenosotrxs protegidx.

La ceguera impide entender que no sólo no se trata así a nadie, sino que mucho más, impide darse cuenta de que cualquiera puede entrar en esa etiqueta.

El otro día, un policía de la Ciudad, muy jovencito, muy grandote, había desplegado su físico contra la puerta del subte, adentro, en la hora pico. Imaginen la lata de sardinas, pero con un globito de aire. Estiraba su brazo y se agarraba del parante. Llevaba el arma en el cinto. Con el otro miraba el celular y se reía pero muy serio. El brazo lo cruzaba por delante de la cara de un tipo que hacía el esfuerzo de no respirar fuerte. Llevaba el arma en el cinto. Alrededor del poli el vagón era puro sudor, pero él viajaba tranqui. Llevaba el arma en el cinto. Yo lo tenía al lado así que con toda la fuerza apoyaba mi mano contra la puerta y empujaba como para que no me presionara la multitud contra él. Los de alrededor, lo vi, hacían exactamente lo mismo. Llevaba el arma en el cinto. Cada tanto, yo lo veía, la tocaba, no sé si para verificar que no se la hubiera robado alguien o es un preocupante gesto automático. Creo que todos en el vagón veíamos ese gesto y rogábamos que nadie hubiera rozado el arma porque hubiese sido una masacre. Prácticamente todos estábamos de espaldas y con las manos inmóviles.